Avatar: La leyenda de Aang – Crítica de la serie live-action
Avatar: La leyenda de Aang es un remake muy disfrutable y que se maratonea fácilmente. Sabe cuidar a sus personajes principales y trata con respeto una marca tan querida por distintas generaciones.
A un año del veinte aniversario del lanzamiento de la serie animada Avatar: La leyenda de Aang, Netflix ha estrenado su tan anticipada versión con actores de carne y hueso; un proyecto que en muchos sentidos suponía jugar con fuego y no necesariamente dominarlo. Bien saben los fans de este universo ficcional —aunque prefieran olvidarlo— que en 2010, el director M. Night Shyamalan terminó quemado por las nefastas llamas de un remake live-action que (por decirlo suavemente) no le hizo ningún favor al material primigenio. Con semejante antecedente, en un inicio era inevitable tener dudas de si la “N” roja lograría triunfar en aquello en lo que anteriormente se había fallado.
Pero entonces vinieron las primeras imágenes oficiales de esta nueva serie y pintaba muy prometedora. Mínimo en los stills del elenco se percibía un apego puntual a los personajes originales que emocionaba en extremo. Luego, Netflix demostró a través de One Piece que sí podía hacer remakes sobresalientes de veneradas animaciones, por lo que las expectativas se elevaron en torno al live-action de Avatar: La leyenda de Aang. Quizás al fin habría una visión digna y susceptible de obtener la aprobación de los fanáticos, en lugar de su iracundo desprecio.
Para empezar, sí, la indumentaria de los héroes y villanos, sumado a todo el diseño de producción, está muy bien resuelto a lo largo de los ocho episodios del novedoso show. Tales atributos llenos de colorido y cuidado al detalle —aplausos a la caracterización de Suki y las Guerreras Kyoshi— probablemente hagan que el fanático más receloso baje la guardia y que el espectador neófito quede prendado de este mundo de fantasía.
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Avatar: La leyenda de Aang, tanto la animación original de Nickelodeon como el homónimo remake cobijado por Netflix, es un relato de aventuras en el que cuatro naciones —la Tribu Agua, el Reino Tierra, los Nómadas Aire y la Nación del Fuego— se hallan envueltas en una guerra causada por el maquiavélico Señor del Fuego. Para esto, el único que puede frustrar sus planes es el Avatar, protector de la paz, maestro de los cuatro elementos y una entidad sujeta a un ciclo infinito de reencarnaciones. La última de ellas es Aang, un niño que deberá aceptar su destino y emprender un largo viaje para convertirse en el todopoderoso defensor que el mundo necesita.
La serie animada, emitida inicialmente entre 2005 y 2008, es a la fecha alabada por un sinfín de razones, pero una de las principales son sus personajes, el profundo desarrollo que les brinda y el modo tan entrañable con que les permite interactuar. Obligadamente, la “N” roja tenía que esforzarse sobremanera en ese ámbito y para ello debía convocar a un elenco que fuera adecuado para la tarea.
Con relación al rol protagónico, el actor Gordon Cormier hace de su versión de Aang un chico simpático, enérgico y risueño, en completa sincronía con el personaje original, aunque no necesariamente de manera orgánica. Ahí no es tanto un problema de interpretación, sino que no siempre los diálogos o las situaciones presuntamente cómicas logran serlo realmente. En general, el sentido del humor de este remake está poco afinado, más cuando insiste en meter chistes de la Avatar primigenia con calzador.
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Tanto Katara y Sokka, como el tío Iroh y Zuko, son interpretados por histriones que consiguen plantarse honrosamente en los zapatos de estos cuatro guerreros que acompañan al Avatar en su camino (los dos últimos, desde un umbral antagónico). El remake no descuida a ninguno de ellos e incluso opta por construirlos a su manera (no forzosamente a la del show base) por medio de escenas nuevas o pequeños giros argumentales que en nada alteran la esencia de tales personajes. Con Iroh y Zuko, destaca un conmovedor flashback que no pasará desapercibido, sobre todo por el lacrimógeno y muy reconocible tema musical que suena de fondo.
En materia de desviaciones tomadas por esta serie live-action, la presencia (anticipada) de Azula es quizás la que más queda a deber. Si bien el personaje adquiere cierto peso en los acontecimientos narrados, su participación termina siendo sumamente discreta. La mayoría de sus escenas a cuadro son completamente prescindibles —además de que resultan una pésima introducción a dos íntimas aliadas suyas— y de lo poco que puede rescatarse es el toma y daca (¿quién manipula a quién?) entre ella y su padre Ozai, el Señor del Fuego, dotado éste de más matices en el remake que en la animación.
Ahora bien, el show Avatar: La leyenda de Aang de Netflix es el tipo de remake cuyos malabares principales parten del deseo de homenajear (en lugar de reinventar) lo hecho con anterioridad; de abarcar un número considerable de pasajes de la serie original y comprimirlos mediante una buena dosis de ingenio. Los episodios que suceden en Omashu son el mejor ejemplo de ello, y el resultado (aunque ligeramente aparatoso) funciona.
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De las secuencias de combate, algunas están mucho mejor logradas que otras y reciben puntos extra aquéllas en las que el control de elementos se torna brevemente en un enfrentamiento de artes marciales. La edición no siempre sale avante (hay transiciones que resultan poco acertadas y muy improvisadas) y en ocasiones deviene desfavorecedora para el ritmo y el misterio. Por otro lado, el uso de CGI resalta, más que por los efectos visuales ligados a cada elemento, por las fantásticas criaturas de este universo. El bisonte Appa y el lémur Momo están impecables, como también un tenebroso espíritu con quien Aang se verá cara a cara.
En términos generales, Avatar: La leyenda de Aang es un remake muy disfrutable y que se maratonea fácilmente. Aunque para nada está a la altura del material base, sabe cuidar a sus personajes principales, posee suficiente encanto como para ganarse a nuevos públicos y trata con respeto una marca tan querida por distintas generaciones. Se alimenta ampliamente de ella pero asimismo busca hacer de elementos conocidos un conjunto único de combinaciones que aportan a su personalidad. Hay cosas que el remake de Netflix ciertamente debe mejorar en el camino, pero éste es un viaje que sin duda merece proseguir.