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Cine

La reina de fuego – crítica de la película

03-10-2024, 6:55:08 PM Por:
La reina de fuego – crítica de la película

Otro día, otra película inspirada en la dinastía Tudor. Sin embargo, esta adaptación de "El juego de la reina", de Elizabeth Fremantle, brinda la rara perspectiva de Catalina Parr.

Cine PREMIERE: 3.5
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Existen tantas producciones sobre Enrique VIII de Inglaterra y sobre los Tudor en general –o inspiradas en ellos, como Robert Baratheon en Game of Thrones– como para no conocer al menos los aspectos más infames de su historia de forma tangencial. Casi por reflejo, el nombre del monarca viene acompañado del pensamiento “el que mató a sus esposas”, al grado de que suele olvidarse a la que le sobrevivió: Catalina Parr, protagonista de La reina de fuego (Firebrand), película que apenas llega a la cartelera mexicana luego de competir en Cannes en 2023.

Basada en la novela histórica El juego de la reina, de Elizabeth Fremantle, y con un guion de las hermanas Jessica y Henrietta Ashworth, se trata del primer largometraje en inglés del cineasta brasileño Karim Aïnouz (Motel Destino). ¿Qué hace un brasileño en las cortes inglesas del siglo XVI? Por fortuna, y de manera competente, no recurre a lo típico de esta clase de dramas de época, por virtud de colocar a Catalina (Alicia Vikander) en el corazón de la historia.

Alicia Vikander en la película La reina de fuego, de Karim Aïnouz.

El contexto histórico es importante para encuadrar la narrativa de La reina de fuego, a veces en demasía para quienes no estén familiarizados. Es 1546 y Catalina ha servido como reina regente de Inglaterra mientras su esposo, Enrique VIII (un sorprendente y nada atractivo Jude Law) libra su guerra contra Francia. A su regreso, está más enfermo y paranoico que antes, producto de una purulenta herida en la pierna que ha arrastrado por años.

Lo cual es muy inconveniente para Catalina, dado el historial de su marido con sus pasadas parejas, más de una decapitada por traición. Y las semillas de la traición es lo que, en secreto, la regente ha regado en ausencia del monarca, al avivar las llamas del reformismo protestante en el reino mediante su amiga, la predicadora Anne Askew (Erin Doherty).

En la superficie, La reina de fuego es competente como drama de época. En combinación, el suntuoso diseño de vestuario de Michael O’Connor (La duquesa) y la fotografía de Hélène Louvart (La quimera) podrían pasar por pinturas del periodo. El mundo de la película, sin embargo, tiende a sentirse un tanto pequeño, limitado al palacio de Whitehall y sus alrededores. Aunque no sin una buena razón.

El filme, como la novela, busca reivindicar el rol de Catalina en la historia de Inglaterra, como una mujer que se atreve a oponerse a un poder tiránico masculino. En ese afán, Aïnouz encuadra su narrativa como un claustrofóbico drama doméstico de inclinaciones feministas.

Jude Law como el rey Enrique VIII en la película La reina de fuego.

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La protagonista –algunos de cuyos logros son expuestos apenas al paso por el guion– se debate entre su rol como esposa del rey y unas aspiraciones políticas y espirituales que podrían costarle la vida bajo acusaciones de herejía. Una esposa leal que decide criar a sus hijastros con cariño, que aspira a una religión accesible para las masas, pero que debe evitar la ira de un esposo sádico, su vida a expensas de concebir en su vientre un heredero al trono.

Es en esta tensa faceta doméstica donde La reina de fuego brilla, creando una tensión palpable por saber el destino de Catalina, presentada como figura compleja y tridimensional. Ante la bomba de tiempo de furia, carnes y pus que es Enrique, tememos por la vida de la reina y de su hijastra cómplice (Junia Rees).

La paradoja es que, en su énfasis en este drama, Aïnouz y las Ashworth diluyen no sólo el legado final de Catalina y lo reducen al acostumbrado epílogo en texto, sino que también pierden matices –e importante contexto político– de la intriga en la corte. Para los no iniciados en la historia de la realeza inglesa, quedarán en el aire cuestiones como el antagonismo de la corona con los reformistas (y su origen, enraizado en las decisiones personales de Enrique), o a qué vienen las complicidades de la reina con Thomas Seymour (Sam Riley), por citar un par de ejemplos.

Se trata, pues, de una propuesta perfectamente aceptable para los más versados en este rincón de la historia europea, quienes quizá la tachen de hereje por sus intenciones revisionistas, entre la licencia creativa demasiado laxa y una reivindicación loable del papel de Catalina en el rumbo de la corona, más allá de la etiqueta de “sexta esposa” de un monarca monstruoso. Para el resto, sin embargo, puede parecer un drama un tanto disperso, pero que encuentra su virtud en representar las abstracciones del pasado político en términos de la lucha privada.

autor Este no es el droide que estás buscando. Crítico y periodista de cine, actual editor en jefe de Filmelier en México y Brasil. También edita el blog de Film Club Café.
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