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Cine

La sustancia – Crítica de la película

18-09-2024, 3:58:59 PM Por:
La sustancia – Crítica de la película

Entre el horror corporal y la caricatura burda, Coralie Fargeat entrega la que será, si no una de las “mejores” películas de 2024, sí una de las más divisivas, discutidas y reflexionadas del año.

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Dirigida por Coralie Fargeat, La sustancia parece una película destinada a convertirse en una de las más comentadas –y quizá divisivas– del año. En parte, por su discurso y propuesta estética sin concesiones (que, al parecer, habría resultado en su abandono por parte de su distribuidora original, Universal). Y también en parte por el necio esnobismo típicamente asociado al género de terror, que preferiría ver sus absurdos extremos relegados a las funciones de medianoche, más frecuentadas por el cine de serie B, y no en el palmarés de un festival como Cannes (donde fue coronada como Mejor guion).

Pero la francesa Fargeat –hasta ahora más conocida por el violentísimo thriller Venganza del más allá (2017)– no sólo es consciente de esta reputación del género, sino que la abraza con un júbilo infeccioso para contar la historia más loca, asquerosa (en el buen sentido) e indulgente posible sobre lo que, en la superficie, podría leerse como una obsesión femenina con la juventud y la belleza. Ya bastante se ha dicho sobre los paralelos con (o franca apropiación y relectura de) El retrato de Dorian Gray, así que no comentemos más sobre el tema.

Con elementos visuales puros y una economía de diálogos que perdura por casi todo su metraje cercano a las dos horas y media, los minutos iniciales demuestran el funcionamiento de la sustancia del título: inyectada con un suero verdoso, una yema de huevo se divide en dos. Luego, nos presentan la trayectoria vital de su protagonista resumida en uno de sus símbolos más triunfantes, a la vez sinónimo del culto a la celebridad en Hollywood: su estrella en el Paseo de la fama. En escasos segundos, vemos su creación, grandilocuente inauguración y paulatina caída en desgracia, condenada a ser ensuciada, pisoteada, ignorada y olvidada, las grietas en el concreto como marca del inexorable paso del tiempo.

La sustancia película y crítica de opinión del estreno.
Demi Moore en la película La sustancia.

Tal es el punto al que ha llegado Elisabeth Sparkle (Demi Moore), una actriz ganadora del Óscar devenida en estrella fitness de televisión que, en su cumpleaños número 50, ve su programa cancelado y su contrato terminado. Así se lo anuncia Harvey (Dennis Quaid, ejerciendo una caricatura de Weinstein), misógino y cínico ejecutivo de la televisora: cuando una mujer cumple 50, es su fin.

Desechada y desencantada, Elisabeth recurre a la dudosa nueva oportunidad que se le presenta en la forma de “la sustancia”, un químico de procedencia desconocida que promete despertar una versión “mejor” y más joven de sí misma. Obviemos los detalles para no arruinar el deleite grotesco y visceral en pantalla, pero así es como nace “Sue” (Margaret Qualley), una bellísima alter ego veinteañera que tiene siete días para andar a sus anchas, antes de cambiar de lugar con su original y evitar desagradables consecuencias. Este delicado balance entre ambas, sin embargo, comienza a romperse cuando Sue se convierte en la nueva estrella del canal. Comienza a gozar de las mieles de la fama y la aceptación, recompensas de alimentar a la maquinaria mediática con “carne fresca”, en el sentido más burdo de la expresión.

En primera instancia, la película La sustancia podría ser criticada –no sin razón– por la profundidad casi inexistente de sus personajes. Harvey es una simplificación un tanto burda –aunque todavía pertinente– de todos los males denunciados por el movimiento #MeToo. Mientras tanto, Elisabeth y Sue no parecen aspirar a más que la aprobación y ovaciones –de los ejecutivos, del público, de sí mismas– en función de los estándares de belleza que las definen tanto como ellas mismas los perpetúan. Aunque ese es el (polémico) punto.

Conviene aproximarse a la película La sustancia más como una perversa fábula para entender a sus personajes y espacios como arquetipos, y así prestar mayor atención a sus viciadas dicotomías simbióticas. Por un lado, la de la protagonista y cómo se presenta ante el mundo exterior, pero también cómo es vista en él (y cómo nos la presenta Fargeat y la percibimos nosotros, el público). Por otro lado, y sobre todo, la dicotomía de Elisabeth/ Sue, que a pesar de las reiteraciones del proveedor anónimo del fármaco (“eres una”), operan y se perciben a sí mismas como personajes distintos.

En la lógica fantástica de la película, y aunque dependen una de la otra en el frágil balance ya mencionado, la brecha etaria las conduce hacia objetivos distintos que les llevan a resentir su simbiosis. La reclusa Elisabeth, ya demasiado “vieja” para ser aceptada por su profesión y su público, comienza a detestar a su “yo” más joven, el siguiente “modelo” que disfruta de su corta vida en una cruel línea de producción de ídolos desechables. Sue, al mismo tiempo, agoniza sobre el estorbo de su alter ego para llevar una vida plena, odiando el hecho de que ella, también, envejecerá algún día. Una representación metafórica tan atinada que le merecería el título de «Dismorfia: La película».

La sustancia película y crítica de opinión del estreno.
Demi Moore en la película La sustancia.

En todo el camino, el mundo que Fargeat nos presenta parece dividido entre dos estéticas marcadas. Una es de decadencia y vergüenza, en el que Elisabeth existe entre escondiendo su envejecimiento y su deseo de ser más joven: un objetivo al que ha de aspirar, pero por el que debe sentir pena y disimular. El otro mundo es el de Sue: colorido, pulcro, más idealizado y curado que un perfil de modelo en Instagram, e igual de servil a los cánones de belleza.

Es debido a la representación de Sue en estos segmentos, que La sustancia podrá encender alarmas. La cámara adopta el rol cosificador de la mirada depredadora de ejecutivos y público, y ella se entrega para mostrar su cuerpo en los términos demandados por esta industria. Habrá cuestionamientos pertinentes: ¿puede criticarse algo al tiempo que se emplean los mismos recursos por los que se le cuestiona?

Y quizá no corresponda a esta pluma brindar respuestas definitivas sobre si la utilización de estos elementos se alinea o no lo suficiente con una mirada femenina (¿puede haber respuestas sumarias al respecto?). Pero valdría la pena traer de vuelta la atención al género en el que opera Fargeat. La magia de la fantasía y el terror es que permiten llevar casi cualquier premisa tan lejos como sea posible a los territorios de la sátira y la ironía.

La sustancia lleva el body horror a extremos tan ridículos que es inevitable reír ante las oleadas intencionalmente cómicas de sangre, órganos y pus, tan enemigas del “buen gusto”. Habrá sectores del público que estarán al tanto de la broma y sus ironías: no es más que un día cualquiera para quienes rutinariamente se untan e inyectan químicos, para cumplir con la arbitrariedad de los estándares de belleza.

Pero el terror, escribe Anna Bogutskaya en el excelente libro Feeding the Monster, es un género sobre la empatía, sentir el miedo del otro. El resto, haremos bien en ponderar el verdadero significado de las cosas monstruosas y patéticas que se esconden bajo los trajes de baño y la piel tersa, y las imágenes diseñadas para inspirar deseo e instigar el consumo de los otros.

autor Este no es el droide que estás buscando. Crítico y periodista de cine, actual editor en jefe de Filmelier en México y Brasil. También edita el blog de Film Club Café.
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