Flash – Crítica de la película con Ezra Miller

Sin importar la velocidad sobrehumana de Flash, el trayecto para llegar a la meta (¡su primera película live-action en solitario!) amenazaba con resultar frustrante e interminable. Planes de llevar al velocista escarlata a la pantalla grande venían gestándose desde los años 80; con una diversidad de directores, guionistas y actores sumándose al esfuerzo en el transcurso de varias décadas, sin que ningún proyecto rindiera frutos. Luego, aún después de que Warner Bros. Pictures eligiera definitivamente a Ezra Miller para el papel principal, los retrasos y los conflictos continuaron durante casi otros diez años. Pero al final, no hubo ningún obstáculo insuperable en la pista de carreras. The Flash está oficialmente en cines y serán los espectadores quienes decidan si la larga espera valió la pena.

Una nueva línea temporal

En la cinta dirigida por Andy Muschietti, nos reencontramos con el joven Barry Allen/Flash del DCEU, que intenta ganarse la vida como científico forense, a la par de cumplir con las superheroicas labores que le exige la Liga de la Justicia. Además, todavía arrastra el trauma por el asesinato de su madre y por el arresto de su padre. De ahí que cuando una insólita oportunidad se le presenta, Barry decide viajar al pasado para corregir el trágico destino de sus progenitores. Sin embargo, esto genera una realidad alterna en la que el General Zod —una desangelada variante del personaje interpretado por Michael Shannon en El hombre de acero— amenaza con destruir la vida terrestre.

Flash comienza así la desesperada búsqueda de nuevos metahumanos que le ayuden a vencerlo, a través de un relato que compone una mezcla tonal entre el lado más divertido del DCEU (¡Shazam!) y el más oscuro (todo lo dirigido por Zack Snyder). Sobre esta misma línea, cada decir que The Flash conduce su sentido del humor a un grado muy satisfactorio; su insaciable jugueteo referencial con Volver al futuro hará a los fanáticos sonreír de oreja a oreja y quizás ponerse en modo Leonardo DiCaprio apuntando con el dedo.

Por otro lado, es en el tercer acto (a la hora de volverse enteramente seria) cuando The Flash está en su peor momento, con un clímax confuso y apresurado que dificulta conectar emocionalmente con la trama. En el balance de comedia y drama —imposible no hacer la comparación— Spider-Man: Sin camino a casa sale mejor librada. Pero en lo que concierne al manejo del multiverso, la película del corredor relámpago presume la virtud de aportar a su entendimiento, en lugar de sólo colocarlo al servicio de la nostalgia.

Un elenco deslumbrante

El trabajo interpretativo de The Flash es sobresaliente, empezando por Ezra Miller, quien con este largometraje pudo al fin apropiarse de los matices de Barry Allen. El guion incluso permite a la estrella lucirse todavía más al exigirle compartir escenas consigo misma; dos variantes de Barry impecablemente resueltas con la dosis perfecta de similitud y divergencia. La química de ambos personajes —que Miller carga totalmente sobre sus hombros— crece y se complejiza de forma muy orgánica, y ofrece grandes momentos no sólo de alivio cómico, sino también de acaloradas discusiones.

Las dos miembros hispanohablantes del elenco principal asimismo roban reflectores con facilidad. Maribel Verdú brinda una entrañable interpretación de Nora Allen en escenas donde parece divisarse el verdadero corazón de la película; cada una acompañada por un distintivo musical. Y Sasha Calle, en el rol de una inédita versión de Kara Zor-El/Supergirl, simplemente es estupenda. Aunque tenga una participación muy limitada, su presencia no carece jamás de fuerza y magnetismo suficientes como para rogarle a James Gunn (el actual mandamás de la franquicia) que mantenga a Calle dentro del emergente Universo DC.

Ahora bien, The Flash va más allá del “Batman regresa”. En realidad, es una inobjetable declaración de “Michael Keaton eternamente”. El Hombre Murciélago burtoniano volvió de su retiro para reafirmarse como una personificación sumamente icónica e irrepetible del superdetective. Nunca lo vimos patear traseros con tanta acrobacia y a un nivel tan elevado de espectáculo; eso es evidente. Pero al margen de aquellas pequeñas desviaciones en su caracterización, sigue siendo el obstinado vigilante de “juguetes maravillosos” que los fans idolatran y que sólo Keaton —con la mejor voz existente para decir: “Soy Batman”— puede traer a la vida.

Una poco afinada Fuerza de Velocidad

El mayor defecto de The Flash es la calidad trastabillante de sus efectos visuales. En más de una ocasión, es obvio y molesto el uso excesivo de CGI que —fuera o no una decisión creativa— no se percibe suficientemente pulido en general. Hay una absurda secuencia de rescate que pretende retratar la hipervelocidad de modo diferente a lo visto con Quicksilver en la saga X-Men, pero que visualmente queda mucho a deber, por no decir que resulta en algo tan ridículo como la propia situación planteada en ese momento dentro de la película.

Si desde los avances promocionales hubo espectadores que temían una deficiencia en el departamento de efectos visuales, el corte final tristemente no desmiente tales sospechas. Y nuevamente en desmedro del tercer acto, es ahí donde tales flaquezas devienen imperdonables en su mayoría.

Pero a pesar de sus tropezones —incluida una cabeza flotante que seguro recordará de manera muy desfavorable a Thor: Amor y trueno—, cuando se lo propone, The Flash hace de las imágenes en pantalla un auténtico deleite. Tal es el caso de la primera carrera de Barry Allen al mero inicio de la película, o de Batman volando por los aires, con la luna y el Batiavión de fondo.

The Flash es entretenimiento garantizado de inicio a fin. Cuesta mucho considerarla una de las mejores películas de superhéroes de todos los tiempos; más aún cuando comparte cartelera con otro proyecto multiversal de la talla de Spider-Man: A través del Spider-Verso. Sin embargo, se posiciona sin problema en el Top 3 de títulos más destacados del moribundo DCEU. Es una descarga de referencias, eventos hilarantes, nostalgia bien sostenida y razones de sobra para quedar boquiabierto.

Antonio G. Spíndola Tengo muy mala memoria. Por solidaridad con mis recuerdos, opto por perderme también. De preferencia, en una sala de cine.