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Silvia Pinal: Así fue como la musa de Luis Buñuel filmó y salvó Viridiana

02-12-2024, 1:48:27 PM Por:
Silvia Pinal: Así fue como la musa de Luis Buñuel filmó y salvó Viridiana

Con tan sólo tres películas (y superado un embrollo con la Santa Sede) la colaboración de Pinal con el cineasta español Luis Buñuel dejó tras de sí un legado inmejorable.

“Hablar de Viridiana es hablar de muchas cosas significativas, sin las cuales mi vida no sería la misma”, escribe Silvia Pinal (1931-2024) en su autobiografía Esta soy yo. “Es la parte más importante de mi carrera; la película que más satisfacciones me ha dado”.

Claro que no fueron pocas satisfacciones las que poblaron la vida y trayectoria de esta mítica figura del cine, las artes escénicas y la televisión en México. Pinal será recordada como una pionera del teatro musical en nuestro país y como la última gran exponente de la Época de Oro del cine mexicano, aunque probablemente, la histrión estaría conforme con que sigamos pensando en ella como aquella novicia atormentada de nombre Viridiana, protagonista de la que hoy en día se considera una de las mejores 100 películas de la historia, según una encuesta realizada a casi 500 cineastas consagrados.

Conozcan a continuación más detalles sobre la realización de Viridiana, el escándalo que suscitó por ofender al Vaticano, y sobre todo, el cómo se desenvolvió la recurrente colaboración de Silvia Pinal con Luis Buñuel, el laureado director de aquélla y otras películas que dejaron una huella imborrable en los anales del séptimo arte.

Buñuel, ¿un sueño imposible?

En la primavera de 1949, cuando las cintas mexicanas Bamba y El pecado de Laura tuvieron su estreno en cines, Silvia Pinal era una actriz emergente de apenas 17 años que, con aquellos dos proyectos, concretó su debut en la pantalla grande. De ahí en adelante, su carrera no hizo más que ir en ascenso. En tan solo diez años, Pinal se codeó con actores de la talla de Pedro Infante, Germán Valdés ‘Tin Tan’ y Mario Moreno ‘Cantinflas’, e incluso fue acreedora de tres premios Ariel por las cintas Un rincón cerca del cielo (1953), Locura pasional (1956) y La dulce enemiga (1957), todas filmadas cuando era todavía una veinteañera.

Para finales de los años 50, aquella histrión oriunda de la Ciudad de México se había vuelto una de las actrices más reconocidas y prestigiosas de la Época de Oro del cine mexicano. El público la amaba, igual (o incluso más) que la lente de directores como Rogelio A. González y Tulio Demicheli. Sin embargo, en lugar de dormirse en sus laureles, Pinal se propuso llevar su talento fuera de México, rumbo a Europa. Figuró, por ejemplo, en la comedia italiana Uomini e nobiluomini (1959) junto a Vittorio De Sicca, quien aparte de aclamado realizador del neorrealismo italiano, fue un actor sumamente prolífico.

Por otro lado, el mayor deseo de Silvia Pinal en aquellos años era trabajar con cierto cineasta español muy venerado y que por más de una década se exilió en México; uno que trastocó el séptimo arte desde la vez que soñó con una nube que cortaba la luna por la mitad, cual navaja rebanando un ojo. Y el nombre de aquel soñador delirante que dirigió Un perro andaluz (1929) era, por supuesto, Luis Buñuel.

“Un día me topé con Buñuel, a quien tuve que entregarle un premio”, cuenta Pinal en una entrevista para The Criterion Collection, sobre la primera vez que cruzó caminos con el aragonés. “[Buñuel] ya había llegado aquí [a México] y había hecho Los olvidados. O sea, ya tenía un currículum muy importante. Todos ya sabíamos que era una personalidad de peso”.

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La primera vez que la mexicana intentó levantar un proyecto con Buñuel fue a través de su amigo y colega, el actor Ernesto Alonso. Éste ya había trabajado con el español en Ensayo de un crimen (1955), por lo que Alonso se sentía con la confianza de proponerle dirigir una adaptación de la novela Tristana, con él y Pinal como estelares. Lamentablemente, no hubo ningún productor que se animara a darles financiamiento, pues sentían que Buñuel —por muy visionario que fuera— lejos estaba de confeccionar películas rentables.

Aquella idea primigenia terminó en la papelera, y no sería sino hasta más de diez años después que Buñuel dirigiría la película Tristana (1970), basada en el homónimo libro de Benito Pérez Galdós, pero ni Alonso y Pinal fueron parte del elenco. Claro que para entonces director y actriz ya habrían colaborado en tres ocasiones y de esa asociación habrían surgido tres de las películas más emblemáticas de sus respetivas trayectorias, pero ya llegaremos a eso…

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Una monja y una corona de espinas

La siguiente vez que Silvia Pinal y Luis Buñuel se vieron cara a cara fue en un hotel de Madrid. Ella y su marido de aquel entonces, un mueblero adinerado llamado Gustavo Alatriste, habían viajado a España con la excusa de su luna de miel. No obstante, su verdadero propósito era convencer al cineasta surrealista de hacer con ellos una película.

Según cuenta Francisco Rabal, actor de Nazarín (1959) y quien arregló el encuentro entre la pareja mexicana y el director europeo, Buñuel realmente no quería trabajar con Pinal porque, aunque la estimaba como actriz, consideraba que las películas en las que ella solía participar eran “un poco frívolas” y muy comerciales; todo lo contrario a lo que el director de Los olvidados acostumbraba plasmar en celuloide. Al final accedió a reunirse con aquel matrimonio, por insistencia de Rabal, y aquella velada —de manera inesperada— marcó el destino de todos los involucrados.

“’¿Y él quién es?, ¿productor, director?’ ‘No, Don Luis’, le dije. ‘Es mi marido y es mueblero’. ‘¿Y por qué un mueblero quiere hacer cine?’ ‘Porque me ama’, le dije sonriendo. ‘¡Ah!’, respondió muy serio. ‘Es una muy buena razón’”, rememora Pinal en su autobiografía Esta soy yo.

Por consejo de su amada esposa, Gustavo Alatriste le ofreció a Buñuel financiar “un filme que representara cinematográficamente su regreso a España”. El aragonés había residido en México desde mediados de la década de 1940 y sólo hacía visitas esporádicas a su tierra natal, aunque no con la intención de hacer cine ahí. A fin de cuentas, la nación ibérica seguía sujeta al autoritarismo de Francisco Franco, y Buñuel —un republicano enardecido— no estaba dispuesto a filmar películas atentas a la buena moral que tanto pregonaba el régimen franquista, so pena de ser censurado.

¿Valía la pena arriesgarse? Sí, ante una oferta tan generosa. Alatriste puso en manos del realizador un cheque por 150,000 pesos (el doble de lo que Buñuel le solicitaba) para que escribiera y dirigiera la película que él quisiera, con los actores que él escogiera y a partir de una total libertad creativa.

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De vuelta en México, Luis Buñuel empezó a escribir el guion de su siguiente proyecto, en complicidad con su frecuente colaborador Julio Alejandro. Al interior de la casa de Silvia Pinal, concibieron una historia de tintes religiosos, en parte inspirada en la novela Halma de Benito Pérez Galdós, pero sobre todo en una pintura que Buñuel vio en un museo de la CDMX. Era el retrato de una monja que, ataviada con un camisón, reza ante una corona de espinas y unos clavos. De acuerdo a Pinal, aquel cuadro se titulaba “Santa Viridiana”.

“Esa imagen lo impresionó [a Buñuel]. Me contó varias historias que armó alrededor de ese enigmático cuadro. Una beata que refleja gran ternura y a su vez un profundo dolor; un retrato fuerte y, como él decía, una trágica historia detrás de ese sencillo lienzo religioso”, recuerda la actriz en su autobiografía.

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En sus memorias, Pinal asegura que el que ella asumiera el rol titular de Viridiana (1961) no fue por petición suya. Según cuenta, ella estaba dispuesta a sólo fungir como productora. No obstante, fue idea de Buñuel que también deviniera la actriz protagónica. “Buñuel decía que yo proyectaba lo mismo pureza e indecencia, y eso era justo lo que quería que la cámara captara”, agrega.

Viridiana versa sobre una novicia que antes de tomar los hábitos, visita a su perturbado tío, don Jaime, quien intenta convencerla de que se case con él. A partir de ahí, una serie de eventos desafortunados harán que Viridiana intente hacer las paces consigo misma, dando techo y comida a un grupo de mendigos, a pesar de las reservas de su primo Jorge.

La película se rodó en una finca a las afueras de Madrid y Buñuel hizo que sus actores se vistieran con la ropa de verdadera gente de la calle (aquél que interpretó a José ‘El Leproso’ era incluso un auténtico indigente reclutado por el director). Con ellos concretó su “infame” parodia de La última cena; escena en la que puso a don Amalio ‘El Ciego’ en el lugar de Jesucristo y al resto de los méndigos como sus apóstoles.

Al rescate de Viridiana

Ya terminada, una copia de Viridiana se envió al Festival de Cine de Cannes, donde la proyectaron el penúltimo día del evento —el 17 de mayo de 1961—, y mereció un sinnúmero de ovaciones. Esta coproducción de México y España fue acreedora de la Palma de Oro y en poco tiempo habría llegado también a cines de otros países, de no ser por el hecho de que Viridiana resultó ofensiva para el Vaticano. A través de su publicación oficial L’Osservatore Romano, la Santa Sede calificó de blasfema la cinta de Buñuel y amenazó con excomulgar a los involucrados en su realización y también a aquellos que osaran exhibirla.

A raíz del escándalo, Francisco Franco ordenó que todas las copias de Viridiana fueran destruidas y aparte destituyó a José Muñoz Fontán, el director general de cine y teatro en España que, curiosamente, días antes había ido a recoger la Palma de Oro en nombre de su país. En calidad de censor, fue Muñoz Fontán quien dio luz verde al guion de Viridiana y por ello Franco lo puso, dicho coloquialmente, de patitas en la calle.

Meses atrás, la censura franquista había obligado a Buñuel a cambiar el final de su largometraje, por lo que en lugar de que Viridiana termine en la cama con su primo, los dos juegan una “inocente” partida de naipes con la criada. No obstante, se pasó por alto que, por un lado, esa conclusión arrastraba una insinuación altamente sexual (un ménage à trois), y por otra parte, la película en general se mofaba de la piedad cristiana.

Aparentemente, la recreación que hizo Buñuel de La última cena de Leonardo da Vinci pasó los censores porque originalmente no estaba en el guion. Esa parodia se le habría ocurrido al director el mero día en que la filmaron.

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Con el régimen franquista dispuesto a borrar Viridiana de la faz de la Tierra, Silvia Pinal y Luis Buñuel se pusieron manos a la obra para salvar la mayor cantidad de copias posible. Unas quedaron en posesión del matrimonio conformado por el torero Luis Miguel Dominguín y la actriz Lucía Bosé (padres del célebre cantante Miguel Bosé), quienes las enterraron en el jardín de su casa. Pero eventualmente los descubrieron y tales copias fueron requisadas, después de que sus custodios empezaran a proyectarlas secretamente en su residencia.

Buñuel, por su parte, logró llevar algunos negativos fuera de España, mientras que Pinal se encargó de traer a México la película galardonada en Cannes. Una versión de la historia es que la actriz tomó una copia de Viridiana, removió la cinta de las latas y escondió el celuloide entre los pliegues de su abrigo, justo antes de tomar un vuelo de vuelta a su país. Por otro lado, la historia que ella cuenta en su libro Esta soy yo es que llevaba la cinta como equipaje de mano, y al llegar a la aduana del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, empezó a dar autógrafos y sólo le bastó decir que eran “películas personales caseras” para que la dejaran pasar.

“Me fui a París, saqué la copia que teníamos del doblaje, la saqué de las latas, la metí en bolsas de plástico y me vine a México con la película en la mano. Así la salvamos para nosotros [en México]”, recalca la histrión en una entrevista para The Criterion Collection.

Exhibir Viridiana en México fue difícil, al igual que en otros países primordialmente católicos, debido a la sentencia del Vaticano. Sin embargo, con ayuda del poeta y ensayista Salvador Novo, Viridiana pudo proyectarse en algunas salas mexicanas, a partir del 10 de octubre de 1963. En España no se exhibió sino hasta la primavera de 1977, año y medio después de la muerte de Francisco Franco.

El primer Big Brother y una diabólica tentación

“En verdad que era un genio, un hombre sumamente inteligente”, declara Silvia Pinal en su autobiografía, hablando sobre Luis Buñuel, con quien después de Viridiana, volvería a trabajar en dos ocasiones. Primero, en El ángel exterminador (1962), una cinta enigmática rodada en CDMX, en la que un grupo de ricachones se reúne en una lujosa mansión para disfrutar de una linda velada, hasta que descubren que les es imposible abandonar el gran salón en el que se encuentran. Así pasan los días, y aquella gente, antes tan propia y acicalada, se vuelve salvaje y desaliñada.

La película se rodó en el primer trimestre de 1962, en una casa de la colonia Polanco. En este caso, Pinal sí tuvo que convencer al director de que le permitiera integrarse al elenco, y así consiguió el rol de Leticia ‘La Valquiria’, una de las invitadas a aquella reunión interminable.

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¿Por qué los personajes no podían salir? ¿Cuál era la razón de mostrar su entrada a la casa dos veces? ¿Por qué decir que había un águila en el sanitario?… Éstas y más preguntas inundaban la mente de todas las actrices y actores, incapaces de comprender el argumento ideado por el director. En palabras de Pinal, “[Buñuel] era el único que sabía lo que estaba haciendo. Nosotros sabíamos lo que actuábamos, que podíamos estar alegres, tristes o sentirnos incómodos, pero por qué o para qué, difícilmente lo averiguamos”.

Una certeza es que la histrión y sus coestrellas de El ángel exterminador —película que ella incluso llegó a definir como “el primer gran Big Brother”— tenían prohibido llegar aseados al set, en aras de proyectar una auténtica suciedad. Aquello supuso algo muy bochornoso para Pinal, sobre todo porque en una ocasión la mismísima Marilyn Monroe les visitó en pleno rodaje.

“Ella iba como una reina [con un vestido entallado], y yo, en cambio, estaba en plena grabación, toda fachosa, despeinada, sucia y llena de miel para el personaje”, rememora Pinal en su libro.

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La tercera y última colaboración de Luis Buñuel y Silvia Pinal fue para el mediometraje Simón del desierto (1965). Originalmente, el plan de la actriz y de su todavía esposo Gustavo Alatriste era producir una película compuesta de tres segmentos dirigidos por diferentes cineastas. El único punto en común era que Pinal iba a estelarizar las tres historias de la antología. Sin embargo, no hubo realizador (fuera de Buñuel) que se animara a cumplir con tales condiciones.

El matrimonio se acercó también a Federico Fellini y a Jules Dassin, pero éstos querían que sus respectivas esposas fueran las protagonistas del segmento que les tocara dirigir, en lugar de Pinal, y aquello no agradó a la mexicana. Al final se conformó con hacer una película de 45 minutos de duración, a partir de una idea que ya traía Buñuel de llevar a la pantalla un relato satírico en torno a la figura de San Simeón el Estilita.

Simón del desierto versa sobre un hombre sumamente religioso, del siglo IV d.C., que ha pasado seis años parado sobre una alta columna en medio del desierto, en un profundo acto de devoción. No obstante, su cometido de estar tan cerca de Dios se ve en peligro cuando el Diablo se aparece ante él y lo tienta con tal de hacerlo bajar de su pedestal. Quien encarna al Diablo seductor y juguetón es Silvia Pinal, y ella aparece a cuadro desde con el torso desnudo hasta disfrazada de Jesucristo.

“Quitando la importancia que tuvo Viridiana en mi vida y en mi carrera, Simón del desierto fue la película que más me gustó hacer con Buñuel, en la que más me divertí, y es una pena que no se haya podido exhibir como largometraje”, afirma la tres veces ganadora del Ariel en una entrevista para The Criterion Collection.

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Quizás Pinal y Buñuel hubieran podido hacer también conjuntamente la película Divinas palabras (1978), pero por desacuerdos con la familia del autor de la novela original, el español se quedó fuera del proyecto. Tiempo después, Pinal pudo protagonizar la adaptación del libro, pero bajo la dirección de Juan Ibáñez.

“Señorita Viridiana, ¿cómo ha estado?”

Fuera de los sets de filmación, la actriz de El inocente (1956) y el director de El discreto encanto de la burguesía (1972) entablaron una muy cercana amistad. Es más, Buñuel llegó a ser padrino de bautizo de la única hija que Silvia Pinal tuvo con Gustavo Alatriste; una bebé nacida en 1963 y que asimismo llegaría a convertirse en actriz, a pesar de su prematura muerte a los 19 años de edad: una joven nombrada Viridiana Alatriste, en honor al personaje que cambió la vida de su madre.

“Siempre me atrajo la idea de hacer algo diferente, algo especial. Yo pensaba que él me daría algo diferente y me dio la mejor película de Buñuel. Así la nombro yo. Viridiana es su mejor película”, declararía Pinal muchos años después.

En vida, Silvia Pinal —fallecida el 28 de noviembre de 2024, a sus 93 años— nunca vaciló al referirse a sí misma como la musa de Buñuel, por encima de otras actrices de renombre que colaboraron con él en más de una ocasión, incluidas la francesa Catherine Denueve y la española Ángela Molina.

Después de la muerte de Buñuel, el 29 de julio de 1983, la Palma de Oro de Viridiana —la única de la historia que le ha sido otorgada a una producción española— le fue enviada a Pinal por parte del hijo del director, y desde ese momento ella fue responsable de resguardarla.

“Conocer a Buñuel fue de lo mejor que he tenido porque yo trabajaba con directores comerciales, pero a la hora de hablar de arte, no tenía mucha experiencia. De pronto apareció Buñuel, y ahí cambió mi vida y gusto. Lo recuerdo con gran agradecimiento, porque me enseñó muchas cosas que no había vivido”, aseveró Pinal en mayo de 2017.

En su autobiografía Esta soy yo, Silvia Pinal narra cariñosamente la última vez que estuvo con Luis Buñuel en una misma habitación. Él ya estaba muy enfermo, postrado en una cama de hospital. La actriz había decidido hacerle una visita y llegó justo en el momento en que un sacerdote le acompañaba. “Señorita Viridiana, ¿cómo ha estado? La veo muy bien, está usted muy guapa”, le dijo Buñuel a su colega y cómplice. Y días después falleció.

“Ya no pude hablar con él. Estaba con el padre Julián, que nunca se le separó”, añadiría Pinal en 2016, hablando con Cristina Pacheco. “Para mí fue muy fuerte ver que ya no me reconocía, pero fue divino que me dijera Viridiana”.

autor Tengo muy mala memoria. Por solidaridad con mis recuerdos, opto por perderme también. De preferencia, en una sala de cine.
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