Luis Buñuel: El hombre de la mirada revolucionaria
Trasgresor de nacimiento, mexicano por accidente y cineasta de corazón. La mirada única de Luis Buñuel cambió la forma de hacer cine y retó al público a atreverse a explorar nuevos universos. Sin México, él no hubiera existido; pero sin él, nuestra industria fílmica nunca hubiera alcanzado la gloria eterna.
Luis Buñuel nació con el siglo XX; el 22 de febrero de 1900 en Calanda, España, para ser exactos. Es probable que aquel aire de cambio que se respiraba le haya dado el espíritu trasgresor que inmortalizó su cine. “Soy ateo, gracias a Dios”, diría una y otra vez cuando se le cuestionaba sobre la forma en la que retrataba a la religión católica.
“¿Crees que la religión te imprimió su carácter para toda la vida?”, le preguntó Elena Poniatowska al cineasta [1]. “A mí sí”, respondió él. “En mi infancia me educaron los jesuitas. Y estar con ellos desde los siete hasta los 15 te marca. Dejé de creer en lo que me decían a los 17 años y empecé a pensar por mi cuenta. No soy religioso ni voy nunca a misa, ni creo en nada, pero me quedó una huella”.
Así, como a él lo forzaron a creer en algo, él obligó a la audiencia a expandir su mente de la misma forma en que él mismo tomó una navaja y cortó un ojo por la mitad en Un perro andaluz (1929), su primer trabajo cinematográfico que sorprendió a todo aquel que se atrevió –y se atreva– a verlo.
Después de su primera película, “¡imposible pensar en realizar una de esas películas que ya se llamaban “comerciales”! [Yo] quería seguir siendo surrealista a toda costa» afirmó Luis Buñuel en Mi último suspiro, su libro autobiográfico. La edad de oro (1930), su siguiente proyecto –coescrito también junto al gran Salvador Dalí– lo convirtió en una pieza fundamental del surrealismo y la Generación del 27, marcando el camino que habría de llevarlo a la gloria eterna.
Mexicano por accidente
Exiliado en EE.UU. por el triunfo del Franquismo en España, Buñuel se disponía a viajar a Francia para filmar su siguiente película. El itinerario de viaje marcaba una escala en México y el arribo de una mala noticia: El proyecto que filmaría había sido cancelado. Varado en nuestra tierra, Buñuel encontró un país desconocido que lo recibió con los brazos abiertos y que le cambió la vida.
De 1946 a 1964, Luis Buñuel filmó aquí 23 de las 38 películas que conforman su filmografía: El bruto (1952); La ilusión viaja en tranvía (1953); Ensayo de un crimen (1955) o Nazarín (1958) son algunos ejemplos de una trayectoria regida por las obsesiones que lo acompañaron toda su vida.
“En su mejor instancia”, escribió el gran Carlos Monsiváis en 1976 [2], “las obsesiones de Buñuel le permiten el inmejorable acoso de su adversario, la moralidad burguesa, cuyos símbolos y arquetipos esencializa a través de la ridiculización y la grotecidad. Luis Buñuel va, entre repeticiones y deslumbramientos, a la raíz: la moral judeocristiana”.
Esas buenas costumbres –que siempre le dieron dolor de cabeza–, se convirtieron en su peor enemigo a inicios de la década de los 50. En la época en que los cines repetían una y otra vez la trilogía de Ismael Rodríguez (Nosotros los pobres; Ustedes los ricos; Pepe el Toro) y Pedro Infante cantaba alegremente a pesar de vivir en la pobreza, Luis Buñuel metió de lleno al público a la inmundicia de la realidad de nuestro país.
Los olvidados mostró por primera vez a la pobreza mexicana de forma real. La crudeza en que se desarrolla el poderoso argumento que escribió con el también director Luis Alcoriza –coguionista de diez de sus filmes más importantes– provocó que el público desdeñara la cinta; que la crítica la tachara de denigrante y que algunos colaboradores suyos pidieran ser removidos de los créditos de la misma. Hubo hasta quien pidió que Buñuel fuera expulsado del país sin saber que él ya se había naturalizado mexicano.
“Traté de denunciar la triste condición de los humildes sin embellecerlos, porque odio la dulcificación del carácter de los pobres”, le dijo el cineasta a la revista Nuevo Cine en 1961. La reacción adversa a la cinta provocó que personalidades de la talla de David Alfaro Siqueiros y Octavio Paz, entre otros, salieran en defensa de los filmes, desde su estreno hasta su llegada a Cannes, donde recibió un premio a Mejor dirección.
Con el reconocimiento mundial, Los olvidados volvió a México. Luego de un par de meses exitosos en el cine Prado de la Ciudad de México, la película fue nominada a once premios Ariel llevándose todos, incluido Mejor película, dirección, guion y fotografía –para Gabriel Figueroa–. Pero quizá el mayor premio que recibió Buñuel por esta historia fue el otorgado por el productor Gustavo Alatriste, quien le ofreció algo que nunca nadie le había ofrecido antes: libertad absoluta.
De esta alianza surgió Viridiana (1961), un filme que se enfrentó al Franquismo –Silvia Pinal huyó de España con la única copia de la cinta existente– y que ganó la Palma de Oro en Cannes. «Traía unas copias [de la película] en la maleta», le dijo la actriz a El País. «En la aduana un señor me preguntó: ‘¿Qué trae ahí?’. Me temblaban las piernas, pero le dije que eran unos cortometrajes caseros que había filmado. Fue así como la película se pudo ver en México.
Nadie quería proyectarla, pero Salvador Novo nos ayudó a conseguir cine». También, Buñuel filmó El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1964) bajo el cobijo de Alatriste, entonces esposo de Silvia. La actriz fue con quien más trabajó Buñuel. «Decir musa se me hace demasiada osadía, pero sí. Soy la única que hizo tres películas con él. Ni Catherine Deneuve ni Jeanne Moreau, ni nadie», afirmó Pinal en la mencionada entrevista.
Con el mundo a sus pies, Buñuel viajó a Europa donde permaneció más de una década y filmó siete películas incluida Bella de día (1966), que le dio el León de Oro de Venecia, convirtiéndose en el primer mexicano –y único– en lograr dicha hazaña hasta Guillermo del Toro con La forma del agua en 2017. A pesar de conquistar al viejo continente, el corazón de Luis seguía latiendo en México. La nostalgia de sus días de gloria lo trajo de vuelta a nuestro país. Y aquí volvió a pasar sus últimos días, a descansar en la tierra en que lo vio nacer cinematográficamente.
Durante algún tiempo, el número 27 de la privada Félix Cuevas, en la colonia del Valle, fue el epicentro cultural del mundo. La casa de Luis Buñuel –ahora sede de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas– era el punto de encuentro de las mentes creativas más importantes de la época. Y la mejor anfitriona del lugar fue Tristana, la mascota de la familia.
“Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar”, escribió Buñuel en las últimas páginas de su libro autobiográfico. “Me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. Y regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba”.
Buñuel se despidió de este mundo el 29 de julio de 1983. Y si es que ha logrado volver desde el más allá, es muy probable que refrende aquella creencia de que aquel mundo surrealista que inundó su mente y sus películas sea mucho mejor que lo que nos ha rodeado desde su partida.
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[1] Poniatowska, Elena. Luis Buñuel: a 34 años de su muerte. Diario La Jornada. 23 de julio de 2017.
[2] Monsiváis, Carlos. “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX: El cine nacional” en Historia General de México. Fondo de Cultura Económica, 1976.