Perseguidos por el destino – Crítica
Excelentes actuaciones, pero lo que pretendía ser un giro inesperado en la trama termina por condenar a la cinta.
En papel, una filme donde Matthias Schoenaerts (Metal y hueso) y Adèle Exarchopoulos (La vida de Adèle) convergen como amantes predestinados suena como una idea sumamente atractiva. Ambos actores poseen una calidad orgánica en sus interpretaciones y una cierta gravedad que se traduce en un magnetismo que atraviesa la pantalla. Agreguemos al director y escritor Michaël R. Roskam (Bullhead) a la mezcla, y el proyecto parece un éxito asegurado. Tan sólo necesitaban de una buena historia…
La cinta es eficaz al exponer su conflicto central en los primeros minutos: ella se llama Bénédicte «Bibi» Delhany y es una ambiciosa piloto de carreras, adicta a la velocidad. El es Gino «Gigi» Vanoirbeek, un gangster que se hace pasar por comerciante de autos. Los personajes no necesitan de un cortejo pretencioso y frases románticas para explicarle a la audiencia la innegable atracción que existe entre ellos. «No me des flores», le pide Bibi, y eso parece sellar el trato. Gigi y Bibi se enamoran, y por un tiempo vemos cómo su amor es suficiente para enmascarar el hecho de que él es un ladrón de profesión. Pronto, sus mundos empiezan a chocar y la mentira comienza a desbaratar su relación.
Y mientras su relación empieza a caerse a pedazos, lo mismo sucede con la trama. Después de que Gigi promete hacer un último atraco, la historia atraviesa un giro de tuerca inesperado. Así comienza el incongruente segundo acto de la cinta, en el cual Gigi y Bibi tienen que ajustarse a una nueva realidad. Los conflictos que plantea esta segunda parte poco se conectan con la esencia del primer acto. De repente, es como si estuviéramos viendo otra película o la segunda entrega de una franquicia. Los diálogos se tornan cursis y desesperados y la narrativa raya en lo telenovelesco.
Es difícil descifrar si Michaël R. Roskam (quien también es el guionista de la cinta) insertó este giro en la trama de manera intencional o fue el resultado de entender que el conflicto principal no era suficiente para soportar un largometraje de 2 horas 10 minutos. Sin duda, se siente como la segunda opción –y como si se le hubieran acabado las ideas–.
Mientras el segundo acto se acerca a su fin e intenta atar sus cabos sueltos, resulta sorprendente notar que la película aún así es bastante disfrutable y todo se debe a los actores. Matthias Schoenaerts y Adèle Exarchopoulos tienen la capacidad de transformar diálogos sosos y una narrativa llena de hoyos en una experiencia cinematográfica de calidad.
La cinta no es realmente explicita, pero nunca pierde esa carga sexual y erótica entre los protagonistas. Un factor que, nuevamente, es atribuido a los actores y a la guía del director. Roskam también hace un gran trabajo en las secuencias de acción.
La pregunta del millón de dólares es: ¿Qué podría haber sido esta cinta con una historia de la misma calidad que sus interpretes y las obras pasadas del realizador?