El protector – Crítica de la película

Un desfile de estereotipos que técnicamente es impresionante, pero se siente estancada en términos narrativos.
Al principio de la película El protector, nos encontramos en medio del desierto –donde se percibe un caricaturesco filtro amarillo–, justo en la frontera entre Arizona y México. Una madre y un hijo tratan de cruzar al tiempo que son acechados por un cártel que busca cobrar venganza por un lío. Los integrantes de ese cártel viajan, claro, en camionetas negras, que se acercan cada vez más rápido mientras los migrantes luchan contra un pedazo de reja zafado que es su única ruta de escape. Entonces, justo cuando parece que todo está perdido, aparece Jim, el personaje de Liam Neeson, que llega hasta donde está la flamante, pero peligrosa, troca y tranquilamente baja, rifle en mano, de la suya propia.
Ahora, es el turno del jefe de la malévola organización y sus lacayos para salir de su vehículo. Ellos, todos de aspecto amenazador, como la ya desgastada y caduca figura del bad hombre, armados y extremadamente rudos, se enfrentan al protagonista. Contar lo que sucede después sería entrar en muchos detalles de la película El protector, pero la descripción de este fragmento es un buen indicador de lo que viene después.

Es preciso dejar claro que estamos ante una fórmula que ya se ha visto incontables veces en el género de acción. Sin embargo, lo que llama la atención del proyecto no es que se trate de algo reciclado, sino que, desafortunadamente, teniendo varias oportunidades para corregir su camino, al final se opta por dejar todo en piloto automático y dejar que todo fluya sin intentar nada nuevo.
Pudiendo contar una historia atrapante y conmovedora sobre los lazos afectivos, la amistad y –¿por qué no?– la realidad que se vive al momento de cruzar hacia otra vida, lo que se obtiene en la película El protector es todo lo contrario. En un intento por asegurar qué quiere ser, el resultado final es una mezcla por demás extraña (en determinado momento dando paso a un roadtrip) en la que abundan los estereotipos negativos y la sobreexposición, y en la que nos volvemos a encontrar frente al recurso del white savior.

Éste es apenas el segundo filme como director de Robert Lorenz, quien es mayormente conocido por ser el productor de las entregas de la era más reciente de la carrera de Clint Eastwood. Con esto, quedan más que claras las influencias que sirvieron para formar el conjunto. Están presentes todos los elementos de un western contemporáneo: los paisajes desolados, un héroe solitario, una amistad improbable y, aunque en menor medida de lo usual, no deja de ser perceptible cierto patrioterismo. Si bien se agradece la intención por continuar la tradición, el estancamiento narrativo pesa bastante y hace que todo resulte tedioso.
Sobresalen, eso sí, varias cosas. Primero, Neeson, quien se encuentra en un sube y baja de decisiones. Un año aparece en algo interesante y al siguiente… en algo repleto de clichés. Es seguro atreverse a decir que, esta vez, se encuentra en un punto medio entre ambas: el material que se le da nunca termina de cuajar, pero él hace lo mejor que puede por mantener todo a flote, dotando su papel de un dolor palpable, que de a poco se va convirtiendo en resignación hasta terminar en una motivación que lo hace avanzar.
Por otro lado, la película El protector también entrega un trabajo de fotografía y efectos visuales bastante sólido, que va desde amplios y envolventes paisajes hasta una escena impactante y sumamente bien lograda que involucra el vuelco de una camioneta en una carretera.

Fuera de eso, ésta es otra cinta que no atraerá muchos asistentes. Pese a su manufactura de innegable calidad, es imposible conectar con el todo. Tal vez el próximo año (o en unos meses, si es que ya tiene algo terminado), el actor irlandés aplique su curioso método de selección de proyectos y nos vuelva a sorprender. Y en cuanto al realizador, sólo queda esperar para saber si este será el estilo que mantendrá en su filmografía.
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