Parásitos (Parasite) – Crítica
La Palma de Oro que sabe a Oscar.
Hay quienes dicen que en esta vida todo se paga. Que todo aquello –que va de lo bueno a lo malo y de la ingenuidad a la malicia– siempre te pasa factura. Y alguien que ha llevado esa idea a su cine, de alguna u otra forma, es el cineasta coreano Bong Joon-ho. Sólo que esta vez el surcoreano no se toca el corazón para demostrarnos con sus Parásitos que el peor monstruo de nuestra realidad somos nosotros mismos.
Su experimento despiadado –porque sólo así valdría la pena describirlo– ocurre dentro del corazón de una familia posicionada y enterrada en el estrato más bajo de la urbe y de la sociedad de Corea del Sur. Mientras ven la vida pasar por unas ventanas –que desde fuera podrían confundirse con alcantarillas–, los cuatro integrantes de este hogar carecen de un propósito claro, dependientes de la inercia del momento; y encontrar señal gratuita de wifi dentro de su casa, por ejemplo, significa la mayor satisfacción de su día. Al menos hasta que la ingenuidad de un hogar millonario se convierte en la mayor oportunidad de su vida.
Sin embargo, lo que esta familia buscará en esa casa exclusiva que los ha recibido con los brazos abiertos se encuentra más allá del dinero recibido, o de los lujos y caprichos que los rodean. Para ellos, ese mundo significa la consumación de un sueño, aquel que siempre ha estado reservado sólo para los ricos: vivir a expensas de alguien más, con el mínimo esfuerzo.
Con todo ello, Parásitos podría definirse como una especie de venganza en contra de los abismos sociales que se han formado entre los dos polos de una nación como Corea del Sur –o incluso como México–: una realidad en donde o se es pobre y miserable, o acomodado y profundamente indolente con la realidad de los demás.
Es justo cuando todos los integrantes de la cinta están dentro de la misma mansión que el guion coescrito por el director y Jin Won Han (Okja) –así como la lente del cinefotógrafo Kyung-pyo Hong– nos deja ver las enormes diferencias (y similitudes) que hay entre unos y otros. Los personajes de Parásitos son frágiles, como todos nosotros; y quizás ahí radique el éxito de la cinta ganadora de la Palma de Oro 2019 y de su récord taquillero en su país natal. Desde el principio utiliza esta humanidad para hacernos parte de los planes de esta familia infiltrada, experta manipuladora, sin dejar de procurar que disfrutemos del viaje. En esta mezcla de géneros cinematográficos hay estremecimiento, angustia, humor y, sobre todo, una enorme empatía con ellos. A pesar de los actos maquiavélicos retratados, la cinta no juzga ni el agandalle ni la enajenación privilegiada: cada uno de ellos nos recuerda un poco a nosotros mismos; a lo que haríamos si nos encontráramos en una situación similar.
Decir que Parásitos es un espectáculo de la miseria humana podría ser exagerado y extremista. Sin embargo, el filme retoma –de manera cruel y despiadada– nuestra desgracia; la social, la económica y también la espiritual. Como se menciona al inicio de este texto, Bong Joon Ho triunfa en demostrarnos que, en efecto, el peor monstruo de nuestra realidad es el sistema que hemos construido.