Nomadland – Crítica de la película

Nomadland cuenta, a través de atmósferas y momentos improvisados, una historia de resiliencia y temple.
Crítica de la película Nomadland, estrenada en el pasado Toronto International Film Festival.
Es fácil imaginar a una cineasta menos hábil que Chloé Zhao sucumbiendo ante las convenciones narrativas de una historia convencional. Fern (una extraordinariamente realista Frances McDormand) es una mujer cuyo pueblo en Nevada desapareció cuando cerró la planta donde trabajaba tras el colapso de la economía en 2008.
Entonces su esposo murió, y ella, luego de perderlo prácticamente todo, decide subirse a su camioneta, vivir en ella y sobrevivir tomando pequeños trabajos temporales en distintas locaciones. Trabaja como empacadora de Amazon, en un restaurante, cargando sacos de papas y limpiando un sitio de campamento para otros nómadas como ella.
Uno de los verdaderos triunfos de la película Nomadland –y prueba de la maestría de Chloé Zhao como narradora y de McDormand como actriz– es que uno nunca realmente siente lástima por Fern. Y habría mucho por lo cual sentir lástima. Pero empatía es una palabra más adecuada. Admiración, supongo, sería otra.
Fern es una mujer que (para cualquier estándar de progreso capitalista moderno) lo ha perdido todo: su trabajo, su familia, su casa. Sin embargo, ella no se ha perdido a sí misma. Y es esa resiliencia que acompaña a las situaciones imposibles la que brilla en el rostro de una actriz como Frances McDormand. Hay veces en la vida en que todas las opciones son malas, pero aún así hay que escoger. Y es en la forma en que uno enfrenta esas elecciones donde se demuestra de qué estamos hechos realmente.

Crítica de la película Nomadland.
La gente que Fern conoce en la carretera son otros viajeros permanentes, personas que por elección propia o por necesidad, viven día a día en camionetas y campers. Estos personajes –en su mayoría no actores– le cuentan a Fern sus historias, anécdotas «del camino» y todo rodeado de una atmósfera que sólo puedo describir como «optimismo desganado». El optimismo ante una realidad apabullante y que cobra vida en la forma en que los nómadas se despiden cuando alguno arranca y toma camino: siempre «hasta luego», nunca «adiós». Ése es uno de tantos momentos improvisados y reales que la cámara de Chloé Zhao captura y eleva.
La película Nomadland desdibuja la línea entre realidad y ficción, con personas interpretándose a sí mismas y McDormand mimetizándose con su entorno a tal grado de que algunas personas la confundieron con una trabajadora de mantenimiento real en un parque, según ella misma ha descrito en entrevistas.

Sin duda, una cineasta con menos confianza en sus propias habilidades hubiera hecho de la historia de Fern una de redención: le hubiera puesto, por ejemplo, un hijo a quien le dejó de hablar y con quien tiene que reconectar. Eso no hubiera tenido necesariamente nada de malo, pero lo que Chloé Zhao hace, al meternos a este mundo sin juicios, sin un gran obstáculo qué vencer y sin buenos y malos, es, simplemente, excepcional. Ni siquiera el capitalismo parece ser el enemigo, ésta es sólo una historia de vida, llena de elecciones, matices y muchas veces sin razones ni explicaciones.
La película Nomadland (cuyo estreno está planeado en México para diciembre y que formó parte de la selección oficial del Toronto International Film Festival) está basada en el libro de no ficción Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century de Jessica Bruder, cuyos derechos fueron adquiridos por la compañía de Frances McDormand. Fue ella quien personalmente seleccionó a Zhao para comandar el filme basándose en su trabajo anterior, The Rider.
En ambas obras, Zhao captura ambientes y emociones que lamentablemente parecen estar en peligro de extinción en la cinematografía estadounidense contemporánea. La cineasta retoma las imágenes del género norteamericano por excelencia, el western, para contar una historia profundamente actual y llena de nostalgia y esperanza cautivadora.
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