Lino: Una aventura con 7 vidas – Crítica
Una interesante proposición inicial, estimable moraleja y correcta animación, que se diluye en un recorrido poco original y estéril jocosidad.
Un joven adulto delibera sobre sus aspiraciones quebrantadas. Desde la infancia, su timidez y tibieza han sido siempre obstáculos a vencer, hasta ahora insuperables. Lino no es un felino, pero labora como tal. Él mismo diseñó una botarga de gato, un tanto tosca, para trabajar entreteniendo niños. En todo ese prólogo autoreflexivo con voz en off, la cinta retrata de manera eficaz y veraz el horror del caos en un salón de fiestas infantiles. Lejos de simpatizar a los pequeños, son ellos quienes abusan del hombre disfrazado. La película brasileña de animación digital tiene un arranque prometedor.«Ten cuidado con lo que deseas, porque podría convertirse en realidad», o algo así, reza un refrán popular que advierte sobre los riesgos imprevisibles de conseguir lo que se anhela. En este afán un tanto imprudente por los métodos, Lino acude a un supuesto mago para pedir ayuda y liberarse de su presente, muy en especial del traje de gato y las constantes humillaciones.
El resultado es contrario a lo previsto. La torpeza del hechicero convierte a Lino en un gato de verdad, del tamaño de un humano. Esa es la premisa de la cinta que, a partir de ahí, se convierte en road movie para narrar las aventuras del protagonista, el mago y una niña huérfana (que literalmente cae del cielo), para revertir los efectos.
Es una pena que únicamente hayan sido los minutos iniciales los verdaderamente sugestivos e interesantes. El planteamiento sobre expectativas versus realidad se pudo haber aprovechado mucho mejor para un público familiar. Sin embargo, los creadores se van por un camino más fácil con ciertos personajes y situaciones absurdas y elementales. Como el par de policías torpes que van tras la pista de Lino, a quien consideran un peligroso ladrón. Infructuosos intentos de humor simplón, de pastelazo y hasta escatológico, con uno de lo agentes manifestando en todo momento su incontinencia flatulenta.
La película es producida por el estudio de animación brasileño Startanima (Start Desenhos Animados), una empresa que inició funciones en 1966 en el medio publicitario. En el siglo XXI incursionó con un largometraje de animación digital intitulado El Grillo Feliz (2001) –que llegó a México en 2005 gracias al Festival Internacional de Cine de Morelia–. El éxito de la cinta generó además una serie del mismo nombre y la secuela El Grillo Feliz y los insectos gigantes (2009). Como dato curioso, el Grillo Feliz y sus amigos aparecen constantemente en Lino, al mejor estilo de product placement: en una lonchera, en un póster y como juego de arcade.
En términos de animación, el trabajo es competente. Es curioso que lo que más destaca es el detalle y textura de la máscara de gato, sucia y llena de imperfecciones. Mientras que como animal, el resultado es un poco más simple.
En términos argumentales, peor que el débil y parsimonioso dúo de policías, resulta el eco, homenaje o plagio (llámenle como gusten) a Monsters Inc. (2001). Resulta que la niña huérfana no se quiere despegar de Lino ni un instante, a quien cariñosamente llama «gatito». A su vez Lino la nombra inexplicablemente «Glue». Cualquier innecesario parecido con Sullivan y Boo es pura coincidencia. ¿Será también casualidad que El Grillo Feliz apareció tres años después de los lanzamientos de Bichos (1998) y Hormiguitaz (1998)?
Viviendo en carne propia la experiencia gatuna, Lino encontrará el valor para darle un giro a su vida y aprovechar lo que siempre ha tenido a su alcance. El mensaje básico no es nada despreciable. Ni la proposición inicial. Lástima que haya habido tanto bache en el camino.