Las sombras del Oscar que cumple 90 años
El aniversario 90 del Oscar es un motivo de celebración, pero también para conocer los momentos más oscuros de toda su historia.
Los 90 años de historia del Oscar también esconden momentos oscuros, ensombrecidos y absurdos. Estas son las historias de algunos de ellos.
Mejor actor de rechazo
No todos mueren por un Oscar y la entrega 43 de las codiciadas estatuillas fue el mejor ejemplo de ello.
La noche estaba por terminar en el Dorothy Chandler Pavilion de Los Ángeles, California. Una joven Goldie Hawn subía al escenario para presentar el premio a Mejor actor.
“No puedo esperar”, dijo la actriz, mientras abría ansiosa el sobre con el nombre del vencedor. “Dios mío”, dijo cambiando la expresión de su rostro. “El ganador es George C. Scott por Patton”, exclamó mientras reía. Hubo quienes se unieron a la risa; otros más se pararon a aplaudir. Lo cierto es que la noche del 15 de abril de 1971 se acababa de convertir en una de las más irónicas de la historia del Oscar.
Mientras Hollywood celebraba a lo mejor del cine, George dormía en su granja ubicada en Nueva York, luego de haber visto por televisión un partido de hockey. Así de poco le importaba la ceremonia; una de la que siempre pensó se trataba de un “desfile de carne, ofensivo y bárbaro”.
Previo a la ceremonia, el reconocido actor de películas como Dr. Insólito o Anatomía de un asesinato había enviado un telegrama a la Academia donde renunciaba a su nominación al Oscar. Era la segunda vez que lo hacía. La primera fue cuando su actuación en El audaz lo hizo competir en 1962 en la categoría de Mejor actor de reparto.
La respuesta de la industria al polémico actor fue darle la estatuilla. El productor de Patton, Frank McCarthy, recibió el premio, mismo que fue regresado al otro día. Pero la Academia lo nominó al año siguiente, quizá deseando que recapacitara o para recibir de nuevo un telegrama de renuncia.
George C. Scott, el actor que estaba acostumbrado a renunciar a cosas que no le gustaban –la C de su nombre, por ejemplo, era de Campbell y le desagradaba– se casó cinco veces, mismo número de ocasiones en las que le rompieron la nariz por buscar problemas. Su carácter era temido por muchos en Hollywood. La actriz Maureen Stapleton le confesó en 1968 al director Mike Nichols que le parecía aterrador estar con él. “Querida, todo el mundo le teme a Scott”, le respondió Nichols.
El hombre que salvó los Oscares
Cierta noche de un domingo de marzo, en el año 2000, Willie Fulgear rumiaba los basureros detrás de una tienda ubicada en el barrio coreano de Los Ángeles. El reparador de autopartes –y pepenador a ratos– de 61 años estaba en busca de algunos recipientes que le sirvieran para su próxima mudanza, pues había sido echado de su hogar y estaba en bancarrota. Metido de cuerpo entero en el contenedor, uno de sus pies pisó algo duro. Al mirar para abajo vio un pequeño hombre dorado, brillante y esbelto. Alrededor de él había más, decenas de ellos.
Ahí estaban, tirados, todos los Oscares que se suponía iban a ser entregados en la ceremonia número 72 de los Premios de la Academia, a sólo unos días de distancia.
“¡Juguetes!”, pensó Willie al inicio. “Juguetes de latón. Puedo venderlos fácilmente”. Fulgear puso las estatuillas en su auto y se las llevó a casa. Ahí, su hijo encontró que en Internet había una recompensa de $50,000 dólares para quien supiera algo del robo de 55 premios Oscar que habían desaparecido hacía unos días de la estación del Roadway Express de la comunidad de Bell, a 20 millas de Los Ángeles. Fulgear reconoció las estatuillas y llamó primero a una cadena de noticias locales –para evitar que lo inculparan a él– y, sólo después, a la policía. Tras horas de interrogación y de sesiones con el polígrafo, el detective a cargo se cansó. “¡Al diablo! Suéltenlo. Llamémosle a Roadway para que le den su cheque”.
Pocos días después, Willie era llamado el hombre que salvó los premios. “Por un momento fui la persona con más Oscares en la historia”, bromeaba él mismo ante los medios. Dos empleados del Roadway Express fueron arrestados por esos días. Tres figuras nunca aparecieron.
“Cincuenta mil dólares parece un recompensa bastante chica por 52 Oscares si consideramos que DreamWorks y Miramax están gastando millones de dólares tan sólo para conseguir uno”, bromeó el comediante Billy Crystal en el escenario del Dorothy Chandler Pavilion, durante la ceremonia de los premios. Willie Fulgear saludó a la audiencia y al público desde su asiento. El héroe de los Oscares había asistido al encuentro como invitado de honor, con todo y sombrero de copa incluido, expresamente solicitado por Fulgear a la Academia como parte del traje que le consiguieron. En la máxima fiesta del cine, Willie fue prometido libros sobre él, contratos para hacer una película. “¡Eres una estrella natural!”, le dijo Arnold Schwarzenegger, en algún punto, mientras se acercaba a abrazarlo. Un pepenador que vivía en un solo cuarto, era el héroe de Hollywood.
Menos de un año le tomó a Fulgear volver a la áspera realidad. Los aplausos se esfumaron, no hubo contratos y los abogados de los ladrones señalaron lo raro que había sido que Fulgear encontrara “de casualidad” las estatuillas. Uno de los hombres implicados resultó ser medio hermano de Fulgear, así que la policía comenzó a investigarlo y a atosigarlo, aunque Willie aseguró que no mantenía contacto con él. Su sueño era irse a Mississippi y construir una casa, así que un día dejó su recompensa en efectivo en una caja fuerte dentro de su casa en Los Ángeles para hacer los preparativos. Cuando regresó, su hogar había sido saqueado, con todo y caja fuerte. Denunció el robo, pero su declaración fue vista con escepticismo.
“La fama no es nada sin dinero”, diría Willie a Vanity Fair, un año después. “Ojalá nunca hubiera encontrado los Oscares. Me levantó un día y al otro me tiró al piso de nuevo. ¡Estoy tomando medicamento! ¡Estoy estresado! ¡Estresado!”
Una oferta que no se pudo rechazar
La noche del 27 de marzo de 1973 es una de esas que nunca se podrá olvidar. Cabaret se convirtió en la gran ganadora del Oscar número 45. Michael Jackson apareció por única vez en dicha ceremonia. Un hombre desnudo corrió en el escenario a manera de protesta y Marlon Brando le dio un poderoso e incómodo mensaje a Hollywood sin decir una sola palabra.
Llegó el turno de conocer al Mejor actor del año. Michael Caine, Laurence Olivier, Peter O’Toole, Paul Winfield y Marlon Brando competían en dicha categoría. Como si se tratara de una intervención italiana contra Francis Ford Coppola, El padrino había ido perdiendo la mayoría de los once premios por los que competía. Pero ni la mafia pudo quitarle a Marlon Brando el mérito de su gran e inolvidable actuación.
Liv Ullmann y Roger Moore presentaron dicha terna y fueron ellos quienes pronunciaron el nombre que hizo sonar el icónico tema de Nino Rota por todo el Dorothy Chandler Pavilion de Los Ángeles. Sin embargo, al escenario no se dirigió el actor de Un tranvía llamado deseo, sino una mujer de rasgos indígenas, con una vestimenta muy distinta al glamur de Hollywood y un discurso que sacudiría a toda la industria.
Al llegar al micrófono hizo un gesto con su mano con el que rechazaba la estatuilla dorada para Brando. “Hola, mi nombre es Sacheen Littlefeather”, dijo frente a todos. “Soy una apache y esta noche represento a Marlon Brando, quien me ha pedido que les diga que, lamentablemente, rechaza este generoso galardón. Y la razón es por el maltrato de los indios estadounidenses en la actualidad por la industria cinematográfica…”.
Su discurso fue interrumpido por el murmullo de la audiencia que no creía lo que ocurría. Hubo algunos que abuchearon a Sacheen, mientras que el resto del público los silenció con aplausos solidarios. “Espero que en el futuro nuestro corazón y mentalidad se encuentren con amor y generosidad. Gracias en nombre de Marlon Brando”, finalizó la mujer, y fue así como el actor le hizo a Hollywood una oferta que no pudo rechazar.
Weinstein “apasionado”
“¿Qué sucede?”, preguntó el productor Harvey Weinstein, cabeza y fundador de Miramax, a uno de sus asociados. Ambos se encontraban en una de las primeras funciones de su película Shakespeare apasionado en Los Ángeles, a finales de 1998. Los miembros votantes de la Academia a su alrededor no parecían enganchados con la historia de amor entre el dramaturgo y la hermosa Viola de Lesseps, interpretada por Gwyneth Paltrow. El ambiente era claramente diferente al que habían experimentado en Nueva York, donde la película había recibido puras ovaciones. “Estas personas esperan que no tengas éxito”, le dijo su asociado. Harvey, el productor hollywoodense de poderío bestial, no se quedó de brazos cruzados.
Rescatando al soldado Ryan llevaba ya cinco meses en cartelera (con más de $400 MDD recaudados en taquilla) y era la clara favorita para llevarse la entrega número 71 de los premios de la Academia. Joseph Katzenberg, copropietario de DreamWorks, se encontraba atrás de la épica de guerra de Steven Spielberg y era viejo amigo de Weinstein. Sin embargo, eso no impidió que Harvey Weinstein desplegara su maquinaria de presión y poder para arrebatar el premio que se cantaba desde el mes de julio.
La ofensiva de marketing de Weinstein retomó los trucos de las campañas políticas, lo que cambió para siempre la forma de promoción para las premiaciones. Contrató publicistas no para conseguir cobertura de prensa, sino para deslumbrar y sorprender a los votantes. Hizo fiestas violando un reglamento de la Academia que lo impide–, funciones privadas y contrató el equivalente de los “trolls” para susurrar negativamente en las recepciones de los eventos. Gastó cerca de $5 MDD.
“Harvey ha comenzado una campaña de desprestigio contra Rescatando al soldado Ryan”, le dijo el publicista de la película de guerra, Terry Press, a Steven Spielberg. “Les anda diciendo que la película termina a los 15 minutos”.
“No quiero que te bajes al lodo con Harvey”, le dijo Spielberg a Press. El 21 de marzo de 1999, Harvey Weinstein agradecía por la estatuilla dorada de Mejor película, que los votantes le dieron a Shakespeare apasionado: “Esta es una película de la vida y el arte, y de cómo se combinan. A eso se le llama magia”, dijo.
La peor ceremonia de la historia
“Buenas noches, señor”, dijo una mujer vestida de Blanca Nieves en el número inicial de la edición 61 del Oscar, en 1989. “Estoy muy emocionada de estar aquí pero llego un poco tarde. ¿Podría decirme cómo entrar al teatro?”. “Es sencillo, querida”, dijo Army Archerd, columnista de Variety, “sólo sigue las estrellas de Hollywood”. Y así, algunas botargas de estrellas doradas aparecieron en la pantalla, mismas que corrían al interior del Shrine Auditorium de Los Ángeles.
La mujer bajo el traje de la princesa de Disney era Eileen Bowman, una joven de 22 años que había obtenido su primera gran oportunidad en Hollywood: cantar en la ceremonia de ceremonias. Su voz chillante, sin embargo, fue incomodando a todos los asistentes esa noche. Pero ese sería el menor de los problemas.
El número seguiría con una mezcla del exitoso musical Beach Blanket Babylon, con un “homenaje” al legendario –y trágico– club nocturno Coconut Grove. A ritmo del mambo, una decena de bailarines aparecieron en escena. Con sombreros de coco y maracas en mano, dieron la bienvenida a algunas celebridades de Hollywood que subieron al escenario a bailar tango.
La misma cara de desconcierto que seguro hay en el lector de este relato al tratar de imaginar la escena, es la que un joven Robert Downey Jr. tuvo en aquel momento. Su incomodidad la compartieron Julie Andrews, Paul Newman, Sidney Lumet y Gregory Peck, quienes, a la mañana siguiente de la ceremonia, firmaron una carta afirmando que dicho número musical había sido vergonzoso y degradante.
“Piensen que más de mil millones de personas acaban de ver esto”, dijo Lily Tomlin luego del musical. “Y todos ellos están intentando darle sentido a lo que vieron”, afirmó provocando la risa de todos los presentes.
Aquellos once minutos agonizantes darían como resultado el debut y despedida de la pobre actriz bajo el traje de Blanca Nieves; una demanda de Disney por el uso sin permiso de su querido personaje en la ceremonia; un golpe a la carrera de Rob Lowe, que lo mantendría alejado de la fama por un buen tiempo y, sobre todo, el tiro de gracia a la trayectoria del productor Allan Carr (Vaselina), quien, después de esta infamia, nunca más volvería a trabajar.
-Arturo Magaña Arce y Jessica Oliva
(Una versión de este artículo fue publicada en Cine PREMIERE #282)