La llegada del diablo – Crítica
A la infortunada distribución de sucesos y planteamientos de La llegada del diablo se le añade un pobre trabajo actoral.
Hacia la mitad de La llegada del diablo (Along Came the Devil) hay una escena en donde Tanya (Jessica Barth) y su sobrina Ashley (Sydney Sweeney) deciden pasar la noche en compañía de una película ligera. Cuando el personaje de Barth saca el recipiente con las palomitas del microondas, la contraluz revela que el enorme balde de colores rojo y blanco apenas si contiene aperitivos de maíz en su interior. Este aparentemente nimio detalle de producción es extremadamente revelador cuando se examina la película como un todo.
Así como en este momento se cumplió con apenas lo necesario para sacarla adelante la producción y se limitaron los recursos –¿de verdad se necesitaba un molde enorme con apenas un puñado de palomitas?–, así la película presenta continuas carencias en su hechura. Un primer ejemplo es el guion. Abusa del uso de la elipsis, de la repetición de diálogos, de escenas que dan la impresión de estar inconclusas o mal editadas, pero también presenta situaciones incomprensibles.
La llegada del diablo es otra película más sobre posesiones y dista de El exorcista –la cual, de hecho, se referencia en un diálogo–. La salvedad es que se centra en el caso de una adolescente con una vida trágica, la cual, a la postre, se vuelve redundante en términos narrativos. El tratamiento del subgénero no ofrece nada nuevo bajo el sol más que la protagonista (Sweeney) es huérfana de madre y padeció la violencia un padre abusivo. Ahora que su hermana mayor se fue a estudiar a la universidad, la joven Ashley debe vivir con su tía Tanya (la hermana de su mamá).
En un principio, el asentamiento de los personajes y la integración de Ashley a su nueva vida, así como la reconexión con viejos amigos toma demasiado tiempo del metraje –casi una hora de su hora y media de duración–. Paradójicamente, el establecimiento de relaciones “entrañables” y sinceras tiene un paso galopante y superficial: en un día Ashley ya tiene mejor amiga y galán.
A la infortunada distribución de sucesos y planteamientos se le añade un pobre trabajo actoral. Sweeney posee poco carisma, el personaje de Barth se siente mecánico en sus reacciones –en especial en las escenas cuando debe contestar el teléfono– y durante las charlas para generar vínculos con su sobrina. Pero este mal se extiende hacia todos los polos de actuación, básicamente, el resto de los personajes. Aún más cuando toman una decisión sin sentido, como en el momento en que Tanya se da cuenta que su sobrina está poseída y decide recostarse en un sillón y dormirse, en lugar de ir a buscar ayuda con celeridad.
Por otro lado, los efectos visuales de La llegada del diablo pueden ser hilarantes, ya que durante la mayor parte del tiempo lucen descuidados y tienen una efectividad precaria, nula, para causar resquemor o atemorizar. Ni siquiera porque está basada en hechos reales amedrenta. Esta última fue una carta que Jason DeVan, el director y guionista –uno de ellos, al menos– nunca supo aprovechar.