La caótica vida de Nada Kadić – Crítica
La caótica vida de Nada Kadić entreteje una diversidad de temas que atraviesan a la mujer cuando decide asumir su libertad y su independencia.
La cámara permanece quieta, en un rincón de la habitación se observa un ritual que inician Nada (Aida Hadzibegovic) y la pequeña Hava (Hava Dombic). Madre e hija se alistan (o tratan de hacerlo) para salir al mundo e integrarse a la cotidianeidad: Hava pinta su roja y alborotada melena, mientras Hava parece trazar todas sus decisiones matutinas a través de un anarquismo muy particular. Nada y Hava dialogan como pueden, con la confianza mutua que puede dar la prisa y el desorden. Alejada de las imágenes estereotípicas sobre la maternidad, la crianza y la “madurez” femenina, La caótica vida de Nada Kadić, de la cineasta mexicana Marta Hernáiz, nos dice que en el caos también hay armonía.
Aunque las imágenes parecen decirnos lo contrario, la ópera prima de Hernáiz conjunta a los antónimos en binomios inseparables. Ellas son nuestro binomio esencial. Esta escena matutina de apertura es una breve y contundente declaración de principios: la vida de Nada y Hava desfilará ante nuestros ojos como una desesperante prisión, sin embargo, no es en lo evidente en donde la directora navega para hablar de la desorganización como un camino para encontrar paz: son los gestos los que nos dicen que la vida de esta madre e hija es demasiada para un mundo que no arropa las diferencias. Y es que la batalla de Nada es así de única porque su hija es una niña en espectro autista.
La presencia de este mundo alternativo, el mundo de Hava y las implicaciones para Nada, es lo que aleja a La caótica vida de Nada Kadić del melodrama desmesurado, y por el contrario parece transitar en un registro cercano al documental. Es quizá esta decisión que permite la espontaneidad, la comicidad y los momentos en silencio mientras Nada observa a Hava interactuar con lo que la rodea. Esta naturalidad se logra porque detrás de ellas hay una cámara que las sigue desde la luminosidad del respeto: a pesar de las sombrías marcas de la guerra en los paisajes de Bosnia y Herzegovina, lo que viven es un juego irrepetible que se transforma en una road movie, en donde gracias a la maleta en mano y un auto viejo, llega el pretexto perfecto para acentuar sus expresiones, las palabras y las miradas que intercambian madre e hija como dos seres que se saben apartados de la “normalidad”.
Si el elemento caótico de la película resonaba más por el espectro autista de Hava, es en este viaje en donde Hernáiz construye y define la conversación amorosa y disruptiva que tienen Nada y Hava: ya de viaje, su auto entra a una zona de túneles y el sonido que se produce, a veces avasallador, a veces parsimonioso, las mira en una total complicidad. Hernáiz le ofrece a sus espectadores un diálogo sin palabras, absolutamente sensorial, que representa lo que sólo una conexión tan fuerte como la maternidad puede lograr.
“Estamos perdidas”, dice Nada a Hava, mientras ésta juega despreocupada en la carretera. Pareciera que incluso en las pausas, en el escape del mundo hostil, la vida les recuerda que, incluso dejarlo todo, también es un proceso complejo. De esta manera, Hernáiz deja de romantizar lo que casi siempre se romantiza en una road movie: este viaje no les garantiza nada, es probablemente más incierto que la realidad que intentan dejar, si acaso está la promesa de un recuento familiar, el regreso a las raíces como forma de sanación. Y sin embargo, están ahí, en medio de la nada.
El trabajo de Hernáiz entreteje una diversidad de temas que atraviesan a la mujer cuando decide asumir su libertad y su independencia. Con toda esta complejidad, Nada se construye gracias al romper los esquemas que la rodean. Esa supuesta ilusión de “escape” es sólo la más firme demostración de que, más allá de su fragilidad, la habita una humanidad que sólo su hija puede entender. Ambas se reconocen en el caos. No importan las respuestas, no importan las normas. Sólo ellas son su binomio. Aún después del viaje, de la magia y la belleza de su complicidad, Hernáiz deja que su cámara mire con firmeza, quizá, lo más tangible, real y seguro para ellas: un abrazo que se funde como dos mujeres que se cuidan desde un cariño absolutamente único y periférico.