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Más negro que el cine

Los mitos de Emilio «El Indio» Fernández

23-08-2016, 3:56:19 PM Por:
Los mitos de Emilio «El Indio» Fernández

El legendario actor mexicano vivió siempre con increíbles historias alrededor.

Bienvenidos a la sección que los llevará al lado oscuro de Hollywood y la industria del cine. Mes con mes, diferentes escritores expertos en el suspenso nos sumergirán en los crímenes y misterios de la vida real que han sacudido el mundo cinematográfico y a sus despampanantes habitantes. Nos llevarán a un lugar lleno de sangre, odio, pasión y traición, una realidad que es más negra que el cine. Búscala en tu revista a partir del número #259 de abril 2016. Hoy te presentamos: Los mitos de Emilio «El Indio» Fernández.

LAS SOMBRAS DE EMILIO
…y los mitos de asesinato que rodearon su existencia. 

“Fui el niño más feliz del mundo”, decía Emilio. “Tenía un rifle 30-30 y un caballo. No iba a la escuela y se me respetaba como soldado”. Así se refería a esa etapa de su vida, en la que, con tan sólo diez años de edad, asesinó a su propio tío… 

30 de mayo de 1976

El Indio Fernández acaba de ser detenido al llegar al aeropuerto”, dice un agitado reportero de televisión en su reporte en directo desde el lugar. “Dos agentes que no se identificaron lo subieron a un automóvil Maverick antes de que hablara con los periodistas. En este momento, ‘el Indio’ Fernández es conducido con rumbo desconocido…”

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31 de mayo de 1976

EL “INDIO” FERNÁNDEZ MATÓ A UN CAMPESINO, dice la primera plana del diario La Opinión que cubría el escritorio de Miguel, periodista que, aunque lleva diez años investigando la vida del cineasta, mira el encabezado con ojos bien abiertos. “El director disparó al pecho de su víctima y emprendió la huida”, se afirma en la nota. 

–¡María Luisa! –grita mirando hacia el techo. 

–¡¿Qué?! –se escucha al otro lado de la pared– ¡Estoy en una entrevista!

–¡No me importa! ¡Ven ahora mismo! ¡Es urgente!

Pasan varios segundos. Desesperado, vuelve a gritar. Ella entra molesta a su oficina. 

–Más vale que esto sea bueno, estaba hablando con…

Miguel la interrumpe dejando caer el periódico frente a ella. María Luisa lo toma y comienza a leer. Su sorpresa es igual de notoria. 

–Tenemos que ir a entrevistarlo – dice Miguel. 

Me encantaría, aunque creo que sólo deberías ir tú. Ya sabes cómo es este cabrón con las mujeres…

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30 de mayo de 1976

–Don Emilio, ¡qué honor! Sus películas me encantan –dice el policía Juan Carlos mientras mira por el espejo retrovisor a su prisionero.

–Muchas gracias, amigo –contesta Emilio con una sonrisa forzada, quizá provocada por viajar en el asiento trasero de un Maverick blindado con las manos esposadas–. ¿Puedo saber a dónde vamos?

–Tenga paciencia. El camino es largo –responde Gerardo, el otro policía encargado de custodiarlo. 

Emilio, resignado, mira hacia el exterior. Los árboles que delimitan la carretera apenas se distinguen por la velocidad que llevan.

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02 de junio de 1976

–Esto es lo que sé sobre la vida violenta de “El Indio” Fernández– dice Miguel dejando caer un enorme folder lleno de recortes y papeles en su escritorio–. Está cabrón… Mucho. 

–¿Crees que la libre esta vez?

–No si alguien lee esto –dice Miguel mientras toma asiento–. Escucha esto. Según su hija Adela, una vez un técnico tosió durante el rodaje de una película y Emilio le soltó un balazo. 

–Y también a un periodista de Excélsior que se burló de él –acota María Luisa. 

–¿Ah sí? Ya me imagino a quién… Escucha esta otra de Paco Ignacio Taibo I: “Durante una fiesta en su Casa Fortaleza, llegó Chavela Vargas y Emilio comenzó a mostrarse inquieto. Se levantó y regresó a la sala con un revólver en la mano. Desde la ventana le disparó a un pato. Alguien le preguntó por qué lo había hecho y él respondió que lo había matado ‘porque era homosexual’. Chabela abandonó la casa.”

–No lo puedo creer –dice María Luisa con desdén. 

–Ésta es la peor… ¡Escucha! Es otra de su hija: “Teníamos una perra en mi casa que un día se salió y regresó embarazada… Mi papá la mató por puta. ‘No quiero putas en mi casa’, dijo después de haberle soltado un balazo.”

–¡Dios mío! –exclama María Luisa. Se queda pensativa por unos segundos–. Pero, ¿y humanos? ¿Ha matado a más personas?

Miguel, con la mano sobre el folder, sonríe.

–Creo que deberías tomar asiento.  

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31 de mayo de 1976

Es medianoche. Emilio está agotado. Estuvo días huyendo de la justicia. Sus ojos se cierran a causa de un profundo cansancio, un desgaste de 73 años de vida. Cuando por fin concilia el sueño, Gerardo, el policía, inicia la temida conversación.

–Cuénteme qué pasó.  

Emilio suspira.

–Estoy muy cansado. ¿Podemos dejar esto para después?

El policía lo mira de tal manera que Emilio entiende la respuesta. 

–Bien… verá usted, yo viajé a Coahuila para buscar las locaciones de mi siguiente película, México norte, la cual me emociona mucho porque se trata de mi cinta número 40 y es sobre…

–Eso no es relevante en este momento, señor –dice Gerardo interrumpiéndolo 

–Perdón… Yo estaba en la vieja Hacienda de Hornos. Ahí apareció una muchachita de unos 16 años muy bella. Le dije que me la iba a robar y que me casaría con ella. Todo iba muy bien pero después llegó un joven campesino muy tomado y empezó a maldecir a todos. 

–¿Qué decía?

–Quería que todos los “extranjeros” se fueran; que los iba a matar si no se largaban. Se volteó y me dijo que yo también, que mi madre, que no sé cuánto y me tiró un golpe en la cara. Y me vino el temperamento ¡porque yo no soy Jesucristo que ponía la otra mejilla! Le devolví el puñetazo y se fue para atrás. Sacó la pistola y me soltó dos tiros; tuve que matarlo. 

Su confesión hace que el policía deje de anotar en su libreta y lo mire. Emilio se percata de su reacción y, alterado, trata de justificarse.  

–¡Es que, si no, él me mataba a mí! ¡Estaba como loco! Le metí un tiro en el pecho y todavía se me quiso echar encima. Le meto el segundo y en el suelo todavía me apuntaba. Le mandé un tercero, pero ya nada más al piso.

–Y luego usted huyó hacia la Ciudad de México…

–En efecto. La verdad me sorprende cómo logramos burlar a muchas patrullas que intentaron interceptarnos en distintos puntos de la carretera.  

Emilio esboza una sonrisa. Su mirada se fija en la penumbra de la noche.

–Por las noches, cuando iba huyendo, me imaginaba todo lo que había causado. Imagínese usted el dolor de su familia comprando el cajón, en el velorio y cuando tuvieron que enterrarlo. Yo no sé si tenía esposa, hijos. Yo no sé quién era ese hombre, no sé nada. Sólo sé que si yo no le meto dos tiros, él me los mete a mí. 

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10 de septiembre de 1976

Tras una larga negociación con las autoridades, Miguel consigue unos minutos para entrevistar al cineasta dentro de la prisión de Torreón. 

–Señor, usted llega a la Ciudad de México y aborda un avión para huir hacia Panamá… pero luego decidió entregarse. ¿Qué fue lo que pasó? –preguntó Miguel.

–Tuvimos que hacer una escala en Guatemala y ahí la policía ya me estaba esperando. “Enfrenta las cosas como hombre, Emilio. Da la cara”, me dijo el embajador de México allá. “No vas a poder pasarte la vida de huida en huida”. Según él, la policía ya me había echado de cabeza. Encontraron sólo tres casquillos de bala calibre .45 y ninguno de calibre .22. “Emilio, mataste a un hombre desarmado”, me dijo y me molestó. Me molestó porque era verdad. Ya no tenía de otra y fue en ese momento cuando decidí entregarme. 

Emilio se queda callado y baja la mirada.  

–Ese muchacho no merecía morir –dice resignado. –Si no hubiera sido por aquello, nos hubiéramos ido a la cantina por unas copas. Hubiéramos sido amigos. 

–¿Ha matado a más personas?

Emilio se sorprende por la pregunta y contesta molesto.

–Por supuesto que no. 

–Tengo aquí distintos relatos que afirman lo contrario, señor. Por ejemplo, hay una historia sobre que usted mató a un hombre en Chapultepec tras una noche de borrachera y que salió de la cárcel porque Dolores del Río pagó su fianza.

Emilio, callado, mira con recelo al entrevistador. Miguel continúa. 

–También se habla del rodaje de Con los dorados de Villa en 1939. Un roce suyo con el técnico Juan Grandjean terminó con su muerte a causa de una de sus balas. 

–Mentiras. Son puras habladas de gente que me odia –dice Emilio cada vez más molesto. 

–Pero son muchos los que cuentan las mismas historias. Hay testimonios que afirman que usted huyó a Cuba por esta razón. Es más, se dice que usted, a los diez años, mató al amante de su madre y que esa persona era su propio tío. 

–¡Esta entrevista se acabó! –dice Emilio muy enojado y tocándose el cinturón, como buscando desenfundar su pistola. Miguel se percata de la acción.

–¿Ésa es su respuesta para todo? –dice. 

Emilio se pone de pie, y golpea las rejas de la celda. 

–¡Oficial! El señor ya tiene que irse. 

–¿No le importa que la gente piense mal de usted? –dice Miguel aún sentado. 

Emilio voltea a verlo. Camina hacia él y, entre dientes, le dice:  

–Mire amigo, la gente puede pensar mierda. A mí me importa un carajo. La única verdad sobre mi vida es la que yo quiero creer y nada más. Los demás ahí tienen todas mis películas para admirarme, para respetarme y recordarme. Lo que hice y dejé de hacer, no es asunto de ellos. Ni suyo. Que tenga buen día.  

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6 de agosto de 1986

Los periódicos del país anuncian la muerte de uno de los más grandes cineastas de México sin dar mayores detalles. Nadie sabe bien la causa real de su fallecimiento. Sus últimos días los vivió en Acapulco, después de que la actriz Sandra Boyd lo invitara a trabajar en un guion. Una noche, unos gritos en la madrugada lo despertaron. Al levantarse de la cama, quedó inconsciente. Al día siguiente, encontraron a Emilio tirado cerca de la alberca. Nunca recordó si cayó o fue empujado desde una barda. Solo y sin dinero, llamó a su eterno amor, Columba Domínguez, quien lo acompañó hasta el final. 

Miguel se encuentra sentado en su oficina viendo la televisión, donde aparece la última entrevista que Emilio concedió. 

“Quiero vivir en un lugar cálido, tropical, con una cantina y con muchos hombres borrachos y prostitutas –decía el cineasta–. No quiero tener cerca maricones. Quiero que me acompañen amigos muy machos y muchas prostitutas…”

Miguel mira su escritorio lleno de recortes. Sus últimas investigaciones dieron con el momento en el que Emilio se desgastó escupiéndole insultos a Gérard Depardieu porque se había sentado en la exclusiva mesa que tenía en los Estudios Churubusco. A sus oídos había llegado el rumor de que había salido de la cárcel gracias a que una Miss México negoció su libertad. Incluso había tenido oportunidad de entrevistar a su hija Adela, quien le reveló esa tarea que tenía tras las fiestas interminables de su padre y que consistía en bañar y perfumar a bellas mujeres, preparándolas para los encuentros sexuales.  

Miguel sabe que ya nada de eso importa.  

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 *A excepción de Emilio Fernández, todos los personajes son ficticios. Los sucesos y las declaraciones –excepto la entrevista final– son reales, y fueron extraídos de El cine por mis pistolas de Paco Ignacio Taibo I (Planeta, 1986); Emilio Indio Fernández de Javier Cuesta y Helena R. Olmo (Promo libro, 2003); así como de entrevistas de distintos medios con Adela Fernández, hija del cineasta. 

autor Apasionado de ver, escribir, leer, investigar y hablar sobre cine en todas sus formas. Soy fan de Star Wars, me sé de memoria todos los capítulos de Friends y si me preguntan de cine mexicano, no hay quien me calle. Editor en Cine PREMIERE.
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