El color púrpura – Crítica de la película musical

Música sobresaliente, una gran realización y un brutal elenco mantienen viva la esencia del relato que inspiró a una generación.
Adaptar un clásico, ya sea del cine, literatura o televisión, es una labor titánica. Y más cuando el material original carga con un gran impacto cultural y social. En 1982, y por medio de un relato epistolar, Alice Walker marcó un antes y un después con El color púrpura. Dicha novela retrató la superación femenina a través de Celie, una mujer negra que sufre las peores tragedias de la vida. Tres años después, en 1985, Steven Spielberg llevó esta impactante historia a la pantalla, y cambió las vidas de muchas más personas. Casi 40 años después, El color púrpura vuelve en forma de una película musical, y dispuesta a inspirar a otra generación de espectadores, pero, ¿realmente cumple su cometido?
Separada de su hermana Nettie y de sus hijos, Celie se enfrenta a muchas adversidades en su vida, incluido un esposo maltratador llamado, simplemente, Mister. A lo largo de varias décadas, y con el apoyo de la sensual cantante Shug Avery, y de Sofía, la valiente esposa de su hijastro, Celie termina por encontrar una fuerza extraordinaria en los inquebrantables lazos de un nuevo tipo de sororidad.

Si algo se necesita en una historia como El color púrpura es emoción y una gran conexión con sus personajes. Afortunadamente, eso es lo que se encuentra desde sus primeras escenas. Aun con unos cuantos minutos en pantalla, Phylicia Pearl Mpasi y Halle Bailey se roban cada escena en la que parecen como las jóvenes Celie y Nettie, respectivamente. No sólo transmiten a la perfección esa química de hermanas, también representan con maestría esa añoranza de un futuro mejor.
Tras un arranque estremecedor y lleno de intensidad, la historia jamás baja su ritmo. Para aquellos que no tengan mucho conocimiento de cómo se desarrolla el relato, puede resultar una película fuerte. Sin embargo, también es necesaria hasta en sus escenas más breves. El director Blitz Bazawule se encarga de bordar una historia que se siente absolutamente real para los tiempos modernos. E incluso si son fanáticos de la versión de los 80, ésta nueva versión tiene todo para ganarse su aprecio.
El guion de Marcus Gardley tiene un gran acierto, pues no busca replicar lo hecho por Spielberg, ni ser una calca de los trazos del musical de Broadway. En su lugar, homenajea y respeta los momentos icónicos de la historia, pero también se da el lujo de abordar otros arcos y elementos narrativos que se integran de forma efectiva, y hasta benefician a algunos personajes. No es “la nueva y audaz” propuesta que se vende en el póster, pero sí es contundente con la forma en que maneja temas como la situación de la mujer en la primera mitad del siglo XX, el racismo y la violación. También se agradece el respetuoso reflejo que hace de la historia afroamericana y los momentos que la marcaron.

Fantasia Barrino hace su debut en la pantalla grande como Celie, y los resultados no podrían ser mejores. Es cierto que su cambio físico en ocasiones no es tan evidente, pero su descenso emocional se percibe hasta con una simple mirada o mueca. Barrino crea una protagonista conmovedora que, a pesar de tenerlo todo en contra, se aferra hasta la más mínima esperanza. Junto a ella sobresale una espléndida Taraji P. Henson que desborda sensualidad, misticismo y seguridad como Shug Avery. Al tratarse de un musical, El color púrpura permite al personaje ser aún más espectacular que antes. Henson cumple por partes iguales cuando debe ser ese rayo de luz que vislumbra Celie, o esa diosa de la música para Mister.
Sin embargo, quien se lleva las palmas es Danielle Brooks, absolutamente merecedora de esa nominación al Óscar. Su Sofía es un remanso de paz durante la primera mitad de la cinta, y una vez que la tragedia la acecha, el espectador no puede evitar sentir cariño por ella. Brooks se roba la película con esa interpretación de una mujer que no piensa repetir el destino de sus antecesoras. Y también maneja a la perfección la vis cómica que requiere en más de un momento. Simplemente, ninguna adaptación de El color púrpura tiene a una mejor Sofía. Y para quienes son puristas de las versiones previas, la comida en Acción de Gracias sigue siendo el alma de la cinta, y el mejor momento de la misma.

Afortunadamente, El color purpura también hace un estupendo trabajo con sus personajes masculinos. Colman Domingo da vida a un Mister monstruoso que, sin llegar a los límites violentos de Danny Glover en la cinta de Spielberg, también se gana el odio de muchos. Resulta curioso que haya procreado a un hijo, Harpo, cuya labor es brindar otro tipo de energía masculina al relato. Él representa los malos comportamientos que se heredan de una generación a otra, pero también la esperanza de que hay espacio para el cambio. A pesar de su poco tiempo en pantalla, Deon Cole como el padre de Celie y Nettie, y Louis Gossett Jr. como el padre de Mister, también dejan una grata impresión con su desempeño.
Para muchos, El color púrpura es una película que no necesitaba ser revisitada como un musical. Irónicamente es dicho factor el que la acerca a la perfección, pero también la aleja de ella. Las interacciones entre Celie y Nettie se nutren gracias a temas como Keep It Movin´, y lo mismo sucede con las fastuosas presentaciones de Shug Avery. Sin embargo, hay un par de canciones que se sienten innecesarias y no aportan a lo que ya se ha dicho en diálogos “tradicionales”. La intensidad del guion también se traslada a los arreglos de ciertas melodías y la producción de los números musicales. Son hermosos, de eso no queda duda, pero también son un claro ejemplo de que menos es más. Incluso provocan una desconexión que es imposible dejar de lado.

A nivel técnico, cada dólar del presupuesto se nota en pantalla. La fotografía de Dan Laustsen (La forma del agua) es preciosa y dolorosamente contrastante. Junto al gran diseño de producción refleja una Georgia donde se viven los peores abusos y maltratos, pero también existen increíbles lugares que reflejan la esperanza y, por qué no, los miedos de los personajes. El diseño de vestuario es excelso. Cada prenda, color y textura se ajusta a la perfección con las personalidades que vemos, desde ese amarillo lleno de luz para Nettie, hasta esa cadencia y porte que necesita alguien como Shug Avery, o la oscuridad reflejada por Mister.
Aun con la opinión que sus musicales puedan despertar en la audiencia, la nueva adaptación de El color púrpura cumple su cometido. Además, mantiene la esencia de esa poderosa historia que marcó a una generación, y la dota de fe, colores y espectacularidad, No sólo tiene a los actores necesarios para cada personaje, también les saca provecho de la mejor forma y los lleva a lugares o giros pocas veces vistos en este relato. Música, dolor, hermandad e historia se compaginan en una película que, incluso con su crudeza, también es un necesario halo de esperanza. Y es que, al final, ningún destino fue escrito para sufrir una eternidad.
