Día de muertos – Crítica
Día de muertos es una animación mexicana con una notable atención al detalle.
Haber visto pasar el vendaval de Coco, una de las películas mejor recibidas de los estudios Pixar a nivel mundial, no debió haber sido fácil para los creadores de Día de muertos, cinta mexicana de animación precisamente sobre la tradición que le da título con la que compartía temática y formato. Un par de años después, la historia dirigida por Carlos Gutiérrez Medrano se estrena no sólo en México sino en más de veinte países casi de forma simultánea, algo inédito para una producción mexicana y de animación.
La película, con guion de Eduardo Ancer y Juan J. Medina, se centra en Salma (voz de Fernanda Castillo), a quien desde niña su nana le ha prohibido poner un altar, tradición que La Muerte regaló a los habitantes de Santa Clara para que pudieran ser visitados por las almas de sus seres queridos una vez que es liberada de un hechizo que le impedía llevarse a la gente del pueblo.
Después de haber investigado por años, la aparición de un vendedor ambulante le da a Salma, de 16 años, la clave para al fin conocer pistas sobre su pasado, lo que la lleva a abrir un portal entre el mundo de los vivos y los muertos, adonde se adentra con tal de conocer la verdad sobre sus padres que nadie le he contado.
Sus incondicionales acompañantes son sus hermanos de acogida Jorge (Alan Estrada) y Pedro, quienes traspasan con ella el umbral a la tierra de los muertos. Sin una ubicación temporal específica, con muchísimas referencias al cine mexicano de la Época de Oro (desde el nombre de los hermanos hasta su vestimenta) y un montón de guiños a la arquitectura mexicana, Día de muertos es una película que muestra que las producciones nacionales de animación han madurado lo suficiente para traspasar fronteras.
Hecha completamente por computadora, la atención al detalle en cada fotograma es meticulosa. No hay piedra, pared o paisaje a la que, aunque esté de fondo, no se le hayan detallado las texturas. Los escenarios son tan fantásticos como coloniales; los ambientes, tan oscuros como brillantes. Son precisamente estos tonos azulados los que le dan el toque fantástico a la película que habla sobre la identidad, los lazos familiares, la amistad incondicional, el amor, el rencor y la ambición desmedida. Estos tonos de un azul casi morado contrastan armoniosamente con la luminosidad de objetos y vestuarios, esos rojos, amarillos y blancos que van haciendo un festín de color.
Y además de todo, Día de muertos tiene el acierto de tener un protagonista femenino que es al mismo tiempo fuerte y frágil. Esta chica está decidida a averiguar su procedencia a toda costa, sin saber que pondrá en riesgo la convivencia armoniosa entre el reino de los vivos y el de los muertos debido a que adquiere un poder inimaginable que quiere controlar el mismo hechicero que había impedido que La Muerte se llevara a la gente del pueblo. La lucha entre el bien y el mal, no obstante, no es maniquea. El rencor es el motor de este hechicero que sufrió una pérdida dolorosa. Y el amor es lo que mueve a esta chica que no pierde el piso ni porque las pérdidas sean igual de dolorosas.
Los personajes de los amigos tienen los momentos chuscos de la película. Con diálogos en los que incluso les permitieron improvisar a los actores, consiguen instantes divertidos. Una comicidad sencilla y sin artilugios, pero tampoco básica. Y además el tema de las tradiciones es abordado como eje central de una trama que tiene intriga, acción, suspenso y una animación que destaca en esas escenas en la tierra de los muertos y en el clímax de la historia. Una animación que, por cierto, sigue la tradición de los animadores que hicieron de la ciudad de Guadalajara uno de los puntos neurales del género en México.