A Hidden Life – Crítica
A Hidden Life nos muestra un Malick más limitado en ideas políticas, filosóficas y estéticas, que el que nos había desilusionado en los últimos años.
Cuando leí que Terrence Malick había decidido volver a narrar, esperaba un gran evento cinematográfico. Sus películas posteriores a El árbol de la vida (2011) son poco más que comerciales de perfume donde los personajes susurran en off sobre el amor, la divinidad y todo lo que hay en medio. El montaje es tan radical que pareciera que los editores eligen imágenes al azar y que con eso simulan –o creen simular– una narrativa experimental. A Hidden Life (2019) venía a cambiar esa vergonzosa tendencia y a revivir al autor estadounidense más original de los años 70, sin embargo no pasó. Al contrario, la película viene a mostrarnos un Malick todavía más limitado en ideas políticas, filosóficas y estéticas, que el que nos había desilusionado tanto en los últimos años.
A Hidden Life está basada en la historia de Franz Jägerstätter, un santo austriaco beatificado por rehusarse a pelear con el ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial. Uno esperaría que un admirador de Heidegger como Malick ahondara en la complejidad de la fe política en un movimiento malévolo, pero como muchas cosas que uno espera del cine contemporáneo de Malick, tampoco pasó. En vez de ello o de indagar en las razones por las que una sociedad se hunde en el salvajismo sistematizado, Malick simplifica la realidad mostrándonos la historia de un hombre que es absolutamente incapaz del mal. Eso claramente no es un hombre sino una narrativa, es decir, Malick no nos retrata a Jägerstätter sino a la versión que cuentan de él los católicos. Pasa lo mismo con los simpatizantes nazis, que aunque no son representados como malévolos, sí carecen de un conocimiento que hace al protagonista mejor que ellos: el de la gracia. Resulta que con algo de fe uno se hace perfecto.
Estilísticamente la película sí narra más que sus predecesoras recientes pero las digresiones son incontables y la edición revela a veces descuido. Una cosa es querer crear una perspectiva cubista con cortes que demuestran el paso del tiempo y las dimensiones del espacio; otra es que en un corte un personaje esté en una posición, sea interrumpido por otra imagen y de repente se encuentre en otro espacio completamente distinto aunque no haya tenido tiempo suficiente para moverse. La decisión de filmar en inglés con fuerte acento alemán no es menor porque representa una mentalidad hollywoodense que contrasta con los grandes riesgos de Malick y suma el desorden y la simplicidad que guían la película. Vaya forma de volver a narrar.