El precio de la codicia
Con un reparto donde destacan Kevin Spacey, Jeremy Irons y Stanley Tucci, se relatan las 24 horas antes de la caída de la bolsa por la crisis del 2008.
Parece que fue ayer cuando vi por primera vez en televisión aquella caricatura clásica de Warner Bros. en la que un ratón gringo le explica a su primo extranjero como funciona el capitalismo (By Word of Mouse, Friz Freleng, 1954). El corto, de indudable carácter propagandístico, exponía las “bondades” de la abundancia de bienes en el contexto de la producción y consumo en masa. Mientras más oferta hay, existe mayor competencia, bajan los precios, aumentan los consumidores y todos ganan. Al menos en teoría. “Todo esto ha elevado nuestro nivel de vida a uno de los más altos del mundo”, explicaba orgulloso otro roedor, profesor universitario por cierto, en los intervalos en que lograban evitar que Silvestre el gato se les acercara demasiado.
Todo esto viene a cuento porque quizás al espectador común y corriente, sin conocimientos avanzados de finanzas, nos parezcan complejas las explicaciones que nos han brindado en el cine sobre la crisis financiera del 2008. El detalle divulgado en el correctísimo documental Dinero sucio (Inside Job, 2010) puede parecer abrumador. Y sin embargo, no es necesario ser un experto para entender la inmoralidad e indecencia expuesta de los protagonistas de tan descomunal fraude.
Esa es quizás una de las principales aportaciones de El precio de la codicia, una cinta de ficción sobre lo que pudo haber sucedido un día antes en una de las compañías de Wall Street que provocaron la caída de los mercados.
Con el respaldo de un impresionante reparto (Kevin Spacey, Paul Bettany, Jeremy Irons, Stanley Tucci, Demi Moore, Zachary Quinto), el director y guionista J.C. Chandor exhibe a manera de thriller el comportamiento de los operadores clave en distintos niveles de la empresa 24 horas antes de la hecatombe. Desde que empieza a correr la voz de que algo está mal. Con sus impresionantes salarios, bonos millonarios y estilo de vida, lejos están de pensar en la gente común, a la que se refieren como si fuera sólo un concepto. Ni siquiera en sus propios clientes, a quienes están dispuestos a explotar y traicionar hasta el último momento. Hasta el último centavo.
Son individuos excepcionales. Expertos en el mercado y los números. Algunos profesionistas capaces, que tal vez abandonaron sus carreras como Ingenieros civiles o aeronáuticos para embarcarse en la aventura del dinero fácil, y que pueden hacer cálculos mentales de cifras millonarias. Pero fríos. Nadie siente nada. En pleno despido masivo, uno de los altos ejecutivos solloza. Pero no por sus empleados, ni compañeros. Es por su perro que está muy enfermo.
El filme podría parecer estar basado en una obra de teatro. Casi todo el tiempo estamos en las impersonales oficinas ejecutivas, mientras avanza el reloj. Los diálogos entre los personajes son el motor que los va empujando por la cadena alimenticia corporativa, mientras se evidencian los problemas, se asignan culpas y se eligen víctimas.
Mención especial merece la presencia de Jeremy Irons, el Presidente del Consejo de la firma sin nombre de la cinta. Es él quien tomará la última decisión. Quien asignará los chivos expiatorios. Quien seguirá ganando bonos pese al quiebre de la empresa. Es él quien podrá recitar didácticamente, como el ratón de la caricatura, las fechas de cada una de las crisis financieras desde el siglo 17. Porque así es como funciona el sistema.