Yo soy Simón (Love, Simon) – Crítica
Un filme trascendental para el género young adult, que da un importante –y necesario– paso hacia un cine más representativo e inclusivo.
No todos los días un estudio de la talla de Fox decide poner a un personaje gay en la cabecera de una cita dentro del cine comercial, y específicamente, dentro del género juvenil. Este ese el singular caso de Yo soy Simón, la nueva apuesta del estudio dirigida por Greg Berlanti (Bajo el mismo techo) y estelarizada por un personaje cuyo conflicto es su sexualidad.
Basada en el bestseller de Becky Albertalli y adaptada por Isaac Aptaker y Elizabeth Berger (This is us), la cinta cuenta la historia de Simón Spier (Nick Robinson), un estudiante de preparatoria de 17 años que aparentemente lo tiene todo: un divertido y sólido grupo de amigos, padres comprensivos y un gran futuro por delante. Pero detrás de esta aparente vida perfecta, Simón se siente como un extraño en su propia vida por un secreto que guarda: es gay y no sabe como decírselo a sus padres y amigos. Sin embargo, cuando conoce a un chico llamado Blue en línea y empiezan a intercambiar correos, su vida cambia por completo.
Anclada por las sólidas actuaciones de Nick Robinson y Katherine Langford, Yo soy Simón es un híbrido entre comedia romántica y cinta coming of age que ofrece un conmovedor retrato contemporáneo sobre las peripecias a las que se enfrenta un adolescente para “salir del clóset” en la era de las redes sociales. En el caso de Simón Spier, quien cuenta con un buen grupo de amigos y una familia que lo apoya, el proceso de revelar su sexualidad resulta en una experiencia relativamente fácil, segura y acogedora. En este aspecto, no podemos obviar el hecho de que la idílica vida de Simón no es realista, y la narrativa por la que atraviesa el personaje entra en el molde típico de una historia de adolescentes –a momentos incluso un tanto superficial y estereotipada–. Sin embargo, curiosamente, esta inocencia en la trama es su mayor fortaleza, ya que lo distingue de otras cintas que comúnmente se apoyan de tonos crudos y dramáticos para abordar el tema de la homosexualidad e incluso le aporta más claridad al mensaje de la inclusión.
Mientras pasamos al segundo acto de la cinta y Simón se da a la tarea de investigar la verdadera identidad de Blue –creyendo que esta respuesta le va a ayudar de alguna manera– el adolescente pronto se da cuenta de que la travesía por descubrir quién es este chico, es, realmente, la búsqueda por definir y aceptar su propia identidad. Como todo adolescente del siglo XXI, Simón deberá enfrentarse a este difícil proceso bajo el escrutinio de las redes sociales cuando un chico de su escuela descubre sus correos y amenaza con delatarlo. La exploración del uso de las redes sociales, y cómo pueden ser un arma de doble filo en este tipo de situaciones, es uno de los eje centrales de la cinta. Para reforzar estos temas, a la par de la historia de Simón también conocemos las historias de sus amigos. Tal es el caso de Leah (Katherine Langford), su mejor amiga, que también guarda un secreto, y también se encuentra en la misión de encontrar la auto aceptación.
El combo comedia romántica/cinta coming of age que presenta el filme le ha otorgado inevitables –pero acertadas– comparaciones con la filmografía de John Hughes, quien a través de películas como El club de los cinco y Pretty in Pink en los años 80 presentó a un grupo de inadaptados en búsqueda de darle sentido a sus vidas en un mundo cuadrado. Esta cinta tiene este mismo carisma y comedia inteligente de las cintas de Hughes.
En el momento que llega el desenlace, todos estos ingredientes que comprenden la fórmula de Yo soy Simón colocan a la película como un hito en el género YA y el cine LGBTQ –ha sido elogiada, incluso, por reconocidas personalidades como Xavier Dolan–, y la inmortalizan como un filme inspirador con un inmenso potencial para resonar con las audiencias por haberse atrevido a dar un paso más hacia un cine representativo e inclusivo.