Buscador
Ver el sitio sin publicidad Suscríbete a la revista
Cine

Megalópolis – Crítica de la película

25-10-2024, 9:08:00 AM Por:
Megalópolis – Crítica de la película

Francis Ford Coppola intenta erigir una película con ideas importantes que, sin embargo, terminan sepultadas bajo el cascajo de su propia megalomanía artística.

Cine PREMIERE: 2
Usuarios: 3
Votar ahora:

A estas alturas, escribir sobre Megalópolis, la nueva película de Francis Ford Coppola, se siente como sumar un granito de arena al derrumbe de un edificio rarísimo. Uno que, por cierto, provoca tanta fascinación como morbo por la espectacularidad de su debacle. Plagada de conflictos y tropiezos –la reportada improvisación del director, el resultante éxodo de artistas de efectos visuales, un presupuesto fuera de control y una catastrófica campaña de marketing–, ésta recuerda a otra película de caótica producción que ha sido definitiva para el mito del cineasta estadounidense: Apocalypse Now (1979), un delirio febril delante y detrás de cámaras.

Hoy, la obra bélica de Coppola es considerada una de las mejores películas de la historia. No obstante, todavía más importante, es emblemática de la “grandeza” y de la “locura” que definen a un Artista (así, con mayúscula). De esos con la visión y el calibre para abrir mentes, estimular imaginaciones y, con algo de suerte, dejar huella en el canon de la historia humana.

Resultan curiosos, pues, los paralelismos de la película tanto con su propia creación como con su autor. A decir verdad, esto ya es un augurio dudoso para que la película del octogenario cineasta encuentre el mismo lugar junto a las obras que encumbran su filmografía, mucho menos presa por una metatextualidad autorreflexiva. Pero ese es tema aparte. Vale comenzar por sus pretensiones megalómanas.

Megalopolis película estreno

En la película Megalópolis, Coppola toma prestados elementos de un episodio de la Roma antigua: la conjuración de Catilina en el año 63 a. C.. Estos se reimaginan y enmarcan en el contexto de los Estados Unidos del siglo XXI. Así resalta las semejanzas entre ambas sociedades en clave de fábula. Para que quede clarísimo, Coppola bautiza a su protagonista como César Catilina. Él es un renombrado arquitecto con la misteriosa (e inexplicada) habilidad de detener el tiempo. Él tiene por rival al político Franklyn Cicero (Giancarlo Esposito), corrupto alcalde de una versión alternativa y retrofuturista de Nueva York, aquí llamada Nueva Roma.

Este Catilina, sin embargo, pretende una subversión pacífica del statu quo. Ganador del Premio Nobel (por supuesto) gracias a su descubrimiento de un material imperecedero y milagroso llamado Megalon, César cree que la civilización no debe dejar de aspirar a los ideales utópicos conferidos por el arte y la educación. Cicero y sus aliados recurren a sus influencias para vapulear al arquitecto con la etiqueta de radical. Además, declaran que construir un casino generará el alivio económico a corto plazo que Nueva Roma necesita en un contexto realista. La hija del alcalde, Julia Cicero (Nathalie Emmanuel) fue concebida con el único fin de ser un pivote entre ambos hombres y sus visiones enfrentadas.

También te podría interesar: Megalópolis – Estreno, trailer y todo sobre la película de Francis Ford Coppola

Coppola, también guionista de la película, concibe su Megalópolis primero como un espejo de la decadencia social, política y económica de su país natal. En Nueva Roma, las élites son moralinas en público y libertinas en privado. Ellos disfrutan de riquezas incalculables mientras la ciudadanía padece en la pobreza. O al menos eso parece, pues el director tampoco muestra tantas escenas de la gente común. Los privilegiados deambulan entre el populismo y el culto a las celebridades como distracción de masas. Además de una demagogia que, tal como en la antigua Roma, erosiona la democracia para orillarla hacia las garras del fascismo.

Si no fuese tan sutil como un martillo de demolición, la parábola aquí sería tan pertinente como visionaria para el panorama estadounidense actual. Vale la pena mencionar que Coppola, en teoría, concibió la película décadas atrás. Por lo menos, los departamentos de vestuario y de maquillaje y peinado son ejecutados con gracia y efectividad. Su trabajo es el matrimonio perfecto de las togas romanas con los trajes y vestidos contemporáneos. En lo visual, esto es lo más digno de rescatar en una película tan francamente fea, anticuada y pobre en efectos digitales.

Megalopolis película estreno

Megalópolis introduce tantas otras subtramas, que el director se enreda con ellas en la sala de edición. Al final pierde hasta la capacidad de conferir un sentido del tiempo transcurrido en la trama. Un complot de difamación, un satélite ruso que cae a la Tierra (una alegoría demasiado distante y poco explorada para realmente significar algo), y algo sobre la madre de César que parece haber sido insertado en el guion porque Talia Shire necesitaba un trabajo.

Sin embargo, debajo de todo el caos, el cineasta presenta ideas que vale la pena por lo menos considerar. Aun si son autoindulgentes al grado de la megalomanía. En el ocaso de su vida, cuando ya se queda sin tiempo, quizá Coppola se imagina como un arquitecto/artista con la misteriosa habilidad de detenerlo. Así puede ponderar sus decisiones, sus implicaciones futuras y su legado. En un episodio de abuso de sustancias –que no hace sino reforzar el paralelo con el director y su rodaje más infame–, Catilina delira sobre el lugar del artista en la sociedad y el poder del arte para emancipar las mentes ciudadanas de los “dioses” que la sociedad imagina y se autoimpone en nombre del control y el poder, ralentizando su propia evolución espiritual.

Quizá sea darse demasiada importancia a sí mismo como Artista (sí, con mayúscula). Pero Coppola invita a imaginar una visión del arte, del cine y del mundo que escape a la lógica exclusivamente lucrativa de los casinos, tan propia de una cinematografía estadounidense que hoy es aquejada por un oscurantismo creativo e industrial. Ya lo decía otro de los grandes, Wim Wenders: el cine más político es el de “entretenimiento”, pues limita la mente al minimizar la posibilidad de cambio y reafirmar que el estado de las cosas es el mejor posible.

En ese sentido, Megalópolis merece ser una película admirada. Por lo menos como un monumento al espíritu creativo. Uno que, por fallido que sea, intenta volver a conectarnos como humanidad con nuestra capacidad de imaginar algo mejor para nosotros. Quizás al director le hubiera venido bien mirar más de cerca a la otra «polis» cinematográfica que evidentemente le inspiró. Una igual de ambiciosa e imperfecta: Metrópolis (1927) de Fritz Lang. Aquella también es demasiado grandilocuente para las conclusiones tan simplistas que abrazaba sobre la desigualdad económica y el descontento social. Pero, para citarla en sus propios términos, por lo menos no se olvidaba de bajar la mirada desde sus privilegiadas alturas hacia las manos y el corazón. Coppola, en cambio, acabó demasiado enfrascado en su propia cabeza. 

autor Este no es el droide que estás buscando. Crítico y periodista de cine, actual editor en jefe de Filmelier en México y Brasil. También edita el blog de Film Club Café.
Comentarios