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Cine

Yo soy la felicidad de este mundo

22-05-2017, 7:05:28 PM Por:
Yo soy la felicidad de este mundo

Aunque por momentos padece de teatralidad y el acartonamiento de sus personajes, Julián Hernández saca a flote interesantes exploraciones humanas.

Cine PREMIERE: 3
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«Yo soy la felicidad de este mundo» puede ser una sentencia necia. Primero, es posible entenderla como una afirmación que da luz en momentos de oscuridad, que se pronuncia como el camino suficiente y necesario para alcanzar sosiego. Por el contrario, también puede ser una repetición constante que sirve para desechar otras posibilidades, para hundirse en una actitud necia que trata de validarse a sí misma. No importa si alrededor las cosas se marchitan.  

Emiliano (Hugo Catalán), es un director de cine que está en un buen momento de su carrera. Un día, en medio de una grabación, conoce a Octavio (Alan Ramírez), un joven bailarín. Atraídos mutuamente, comienzan una relación que paulatinamente se irá desgastando. Yo soy la felicidad de este mundo, largometraje del director mexicano Julián Hernández, plantea una historia común, constante, casi necesaria en los idilios amorosos, sin embargo, la relación entre Emiliano y Octavio es la entrada al mundo que parece sólo hablar a través del lenguaje de la soledad y el vacío.  

A pesar de los personajes base y un tanto predecibles, lo que hace Hernández es un ejercicio lupa que observa la evolución o el retroceso dentro de su universo de ficción: Octavio y su trabajo constante en la danza y Emiliano, por el contrario, con su evidente ansiedad e incomprensión hacia lo que no sea cinematográfico.  

En ese sentido, Emiliano es el eje de las dos historias que dividen la película, dos amores que terminan de confirmar el dolor y el egoísmo que parece brotar de las decisiones del personaje, uno que por momentos se perfila como el amante cruel, ambivalente, autosuficiente pero solitario en busca compañía casual en el sexoservicio.  

Del otro lado de la moneda, Octavio, el primer encuentro, se enamora como cualquier persona puede hacerlo y se entrega como pocas quieren hacerlo, y Jazén (Emilio Von Sternenfels), el segundo encuentro que, al igual que el joven bailarín, se enamora pero detecta con mejor habilidad las dimensiones de un pesar que parece crónico.  

Estos amoríos, tan cercanos y complejos al mismo tiempo, si bien son recurrentes en el cine -y en nuestra cotidianeidad-, pueden brillar y destacar por la forma en que son representados, y en el caso de Yo soy la felicidad de este mundo, la dupla entre sus actores y los personajes que interpretan no logra la fuerza necesaria para transmitir este mundo de extrañeza y vacío.  

Probablemente, uno de los grandes vicios de la realización en México es la búsqueda de una actuación “natural” que muchas veces entorpece el desempeño de la puesta en escena: en ese juego de los personajes prototípicos, hay un dejo de teatralidad y acartonamiento, incluso de sensiblería que resta la tensión.  

Desde lo formal, es claro que en la dirección de Hernández hay una ambición estética: es fácil notar cómo dirige una cámara que se toma su tiempo para explorar, rodear y dar sentido a lo que tiene frente a ella. La mirada del director es sutil, suave, lenta, una dedicación que se agradece pero que, en determinado momento del metraje, hace repetitivas las formas de acercarse a los personajes: el movimiento de cámara circular o el reflejo en el espejo, por ejemplo.  

Al final, aunque la película de Hernández tenga un planteamiento usual, es interesante ver cómo plantea al cuerpo en términos de vehículo expresivo: gestos, miradas, movimientos, que lo transforman como uno de los empujes narrativos. Gracias a esta preocupación e interés, su cine ofrece escenas bien pensadas, con encuadres precisos que resaltan la belleza o la imperfección de sus protagonistas, una habilidad que va de la mano de Alejandro Cantú, director de fotografía.  

Yo soy la felicidad de este mundo, a través de su historia compleja de amor, habla, al mismo tiempo, de la dificultad de las relaciones personales, de nuestra incomprensión emocional que nos hace repetir, neciamente, que somos la felicidad de este mundo. 

autor Escribo sobre cine y televisión. Me gusta pensar las imágenes. Colaboradora en Revista Nexos, Butaca Ancha y F.I.L.M.E Magazine. Cuando sea grande quiero ser como Luisa, en Días de otoño de Roberto Gavaldón.
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