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Cine

Un final feliz (Happy End) – Crítica

06-07-2018, 1:25:53 PM Por:
Un final feliz (Happy End) – Crítica

Maliciosa, buñuelezca y elusiva crónica de una familia al borde del colapso y una Francia desesperada por guardar las formas, Un final feliz es un insólito acercamiento de Michael Haneke a la comedia negra.

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En la nueva película de Michael Haneke hay intentos de suicidio, adulterios, revanchas y un perro mordiendo a una niña, pero nada de eso está a la vista del espectador. Un final feliz (Happy Endtreceavo largometraje de uno de los decanos mayores del cine contemporáneo, parece una reunión de sus propios sospechosos comunes: la familia burguesa, la maternidad disfuncional, la infancia abandonada a su suerte, la mentira como mecanismo de supervivencia, la migración, la hipocresía y el racismo como fantasmas que regulan la convivencia. El escenario es la Europa occidental de la década que corre, en concreto, el norte de Francia. Los personajes son profesionistas activos o retirados, plagados de secretos. Cada uno tiene una relación particular con la muerte: como experiencia, como deseo, como miedo, plan o posibilidad.

Maestro consumado en el arte de la elipsis, el austriaco emprende su primera exploración de (lo que él entiende por) la comedia negra. Un final feliz  (Happy End)difícilmente entrará en el canon de obras maestras de su autor, pues es una película que se antoja inacabada, apenas bosquejada, con algunas costuras a la vista; por otra parte, articula tal cantidad de ideas, paradojas, ironías y críticas soterradas que sólo comienzan a flotar en la superficie durante el segundo o tercer visionado.

Haneke parece haber hecho suya aquella máxima del gran Maurice Pialat: “hay un grupo pequeño de gente que vuelve a una película ya vista, y continúa el diálogo con sus imágenes, y lo hace por amor, por curiosidad intelectual, como un ejercicio de inteligencia. Es preciso hacer las películas en primer lugar, para esas personas y sólo después, si acaso, para todos los demás”. Antes de escribir estas líneas, me senté a verla por tercera ocasión, y me encontré con una película más sabia, integral y cohesionada que en las dos vistas previas, que me parecían justo lo contrario: un desbarajuste medianamente estructurado de grandes ideas.

Un final feliz, una película cuyo guion original apenas alcanza diez cuartillas de extensión (un guion de dos horas suele rebasar las cien páginas), funciona mejor como ejercicio de observación que como relato tradicional: los gestos, las entonaciones, los ritmos, incluso los vacíos y los espacios muertos, vistos con atención, resultan más elocuentes que las propias acciones o diálogos, y ahí es donde se asoma un cineasta en pleno dominio de lo que quiere decir, así como de las formas de decirlo. Sigue siendo una película imperfecta, tropezona y más ambigua de lo que conviene, pero a veces, una película menor de un creador estimulante sigue siendo una cinta que desquita el precio del boleto.

Para los entusiastas más aplicados del cine francés, hay un festín constante en la reunión de un elenco que incluye a Jean Louis Trintignant, Isabelle Huppert, Mathieu Kassovitz, que, como grupo, resumen buena parte del cine europeo de las últimas cinco décadas, y que elaboran para Haneke a personajes matizados, sutiles, de una perversidad y malicia difíciles de calibrar.

Retrato engañoso y afilado de una familia burguesa que bien pudo haber sido escrita por Buñuel, en búsqueda constante de una plenitud imposible, Un final feliz  (Happy End) es un juego de ajedrez donde la clave está en el título: ¿irónico? ¿burlón? ¿resignado? Quizás una advertencia: cuando uno carga con las miserias morales de estos personajes, ese final tremebundo es la única forma de felicidad a la mano.

autor Periodista, cinéfilo y lector compulsivo, conductor en Mi cine tu cine (Once TV), locutor, jazzero y tragón. Miembro de la Semaine de la Critique de Cannes en 2014 y del Berlinale Talents Press. Estando antes en París, pasaba más tiempo dentro del cine que afuera, así que volví a la Ciudad de México en donde el cine es más barato y, digan lo que digan, se come mejor.
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