Un buen día en el vecindario – Crítica
Un buen día en el vecindario es una feel good movie dulce, cálida con episodios de ternura, pero también lanza cuestionamientos a la audiencia.
Enfundado en la piel, los movimientos y ademanes de Fred Rogers, en Un buen día en el vecindario (A Good Day In the Neighborhood), Tom Hanks nos da la bienvenida a una simulación del programa educativo que ayudó a formar las mentes de niños estadounidenses de 1968 a 2001. El presentador original lo hacía dentro del espacio lúdico-didáctico Mister Rogers’ Neighborhood, ahora homenajeado por el séptimo arte.
El principal objetivo del conductor, como queda claro en el filme de Marielle Heller (Diario de una chica adolescente), era ayudar a los niños a lidiar con sus emociones al presentarles modelos de conducta positivos. La película es inteligente al hacer de la dinámica y los esquemas del programa un vehículo narrativo para conocer la gestación de una amistad: la de Rogers y el periodista Tom Junod, rebautizado para propósitos fílmicos como Lloyd Vogel (Matthew Rhys).
Esta inesperada relación fulgura cuando Vogel, un cínico periodista de investigación es enviado por la revista Esquire a hacer un perfil de Rogers. El presbítero sorprende al entrevistador con su bondad y genuino interés en cualquier ser humano que se le plante delante, mientras el personaje de Rhys atraviesa una crisis existencial-familiar de varias capas y complejidades. Al viajar en metro o visitar un restaurante en compañía de la famosa figura infantil, a Vogel no le queda más remedio que abrirse a la empatía y compasión.
Un buen día en el vecindario posee rasgos de una biopic atípica. Para dejarnos ver quién es Roger y su naturaleza no hace una narración de su vida privada, ésta se ve a través de una ventana particular: su forma de actuar con los otros, su profesionalismo, su filosofía de vida, sus “mantras”. Rogers es un personaje de soporte, el verdadero protagonista y, por ende, en quien se hace una mayor introspección, es en Vogel.
Esta decisión creativa es acertada, pues la cinta se basa en el texto que Junod escribió tras su primer contacto con Rogers. El perfil Can You Say … Hero? se convirtió en la portada de Esquire en su fecha de publicación. Es una pieza escrita por capítulos donde se combinan anécdotas de Rogers con episodios personales del autor. La esencia del presentador salta del papel y atraviesa la pantalla, palpita en el guion a través de acciones y reacciones. Se respira cuando viaja en el metro o reza por sus fans, cuando éstos le entonan una canción en el subterráneo o visitan su programa; pero, especialmente, cuando trunca barreras como las de Vogel.
Un buen día en el vecindario es una feel good movie dulce, cálida con episodios de ternura, pero también lanza cuestionamientos a la audiencia. Es inevitable pensar en nuestra propia niñez o la manera en la cual lidiamos con nuestras emociones. En pleno 2019 nos volvemos un espectador más de la magia y el humanismo de Fred Rogers mientras somos envueltos por sus canciones, invitados, marionetas o las maquetas de una microciudad de juguete.
Con Un buen día en el vecindario, Heller arma una cinta que en microscópicas ocasiones inclina la balanza hacia el melodrama. Suele cuidar este aspecto gracias a su sublime manejo del silencio y los acercamientos y alejamientos que desnudan figurativamente a los personajes. A través de esa ausencia de sonido la directora inyecta poderío a diálogos, reflexiones, incomodidades o necesidades afectivas. A veces el recogimiento y la bondad son más contundentes que el grito más estruendoso.