Tres rostros – Crítica
A partir del caso de una joven aprisionada en tradiciones ideológicas, Jafar Panahi se libera a sí mismo en Tres rostros.
El rostro es un lienzo sobre el que se escribe nuestra historia personal. Yendo aún más allá, el dicho popular afirma que “los ojos son el espejo del alma”. Tal vez por ello el mundialmente conocido cineasta iraní Jafar Panahi –tanto por sus problemas políticos como por su calidad cinematográfica– retoma estos causes como escaparate de sus protagonistas en su más reciente filme: Tres rostros (Se rokh).
Su juego entre documental y ficción es en realidad un drama, cuyo guion esboza una de las principales cavilaciones fílmicas de Panahi: la opresión a la mujer, su falta de libertad y la limitación periférica no sólo causadas por la masculinidad, sino también por el gobierno. En su cine Panahi nos corrobora: existir en Irán –se sea hombre o mujer– es sinónimo de una libertad vulnerable más allá del género. A final de cuentas, sin embargo, son las mujeres quienes pagan las cuotas más altas.
Tres rostros condensa estas paradojas a través de tres mujeres actrices. Behnaz Jafari –interpretándose a sí misma– acompaña a Panahi en un viaje en automóvil retratado con tomas largas y un movimiento de cámara apenas perceptible, casi clandestino aunque no lo sea. Director –en rol de actor– y Jafari buscan a la protagonista de un video enviado a la célebre intérprete donde una joven aparentemente se suicida. Su familia no le permitía estudiar actuación y eso le pareció razón suficiente para acabar con su vida.
Jafari, actriz consolidada, abandona un set revuelta en un laberinto emocional e inicia un peregrinaje para hallar a Marziyeh Rezaei, la joven en cuestión. Las acciones de Rezaei son un detonante para Panahi también. La joven estaba encerrada en vida. Se le hicieron promesas de estudios silenciadas por su familia a través de un matrimonio arreglado. Alrededor de ella y Jafari, el cineasta construye un discurso en torno a las situaciones de opresión sufridas por las mujeres, básicamente el mantra del realizador. La ambición por estudiar de Rezaei es un motivo de deshonra para su familia y una influencia negativa para la demás chicas de su edad. El tercer rostro pendiente, en cambio, es un símbolo de esperanza, acogida, un oasis de comprensión.
A través del aprisionamiento de Rezaei, Pahani se libera a sí mismo; representa su propio escenario tras haber sido perseguido por el régimen gubernamental a causa de las temáticas políticas de su cine y sus posicionamientos personales. En 2009 fue detenido por supuestamente tener la intención de hacer un filme antigubernamental. Un año más tarde se le concedieron seis años de prisión y 20 de inhabilitación de quehacer cinematográfico.
Pahani, sin embargo, es un cineasta indomable en una lucha infinita por la libertad de expresión y los derechos humanos. Si bien en Esto no es una película (In film nist), de 2011, “no” realizó un filme desde su arresto domiciliario donde explicaba su próximo proyecto, sí expresó su propia angustia libertaria. En ese sentido, Tres rostros se erige como la contraparte de aquella cinta pese a que son paradójicamente complementarias.
Aquí observamos a un Panahi en libertad física, desplazándose por Irán y dándole voz a quienes, de alguna manera, son coprisioneros. A la vez, una de las mentes que ha forjado la nueva ola de cine iraní ofrece un abanico cultural y un vistazo a la bondad campirana, a la vida fuera de la ciudad, a la tradición. Obsequia un micrófono empático para que “decir todo lo que se piensa” no sea visto como motivo de encarcelamiento, ya sea metafórico, emocional o real.