Super/Man: La historia de Christopher Reeve – Crítica del documental

Interpretar al Hombre de Acero fue, sin lugar a dudas, una experiencia que marcó a Christopher Reeve de por vida. Dondequiera que iba, las personas lo reconocían como el superhéroe del traje azul y la capa roja. Sin quererlo –o mejor dicho, sin imaginarlo–, se convirtió en un ícono. 17 años después de su salto a la fama, y tras un aparatoso accidente, la discapacidad empezó a formar parte de su cotidianidad. De este evento parte la narrativa de la película documental Super/Man: La historia de Christopher Reeve, la cual es, en partes iguales, una celebración de la vida y carrera del actor, y una exploración de cómo utilizó su plataforma para aprender más sobre la condición que adquirió, liderando una revolución en el camino.

El proyecto comandado por Ian Bonhôte y Peter Ettedgui –quienes en 2020 presentaron el documental Rising Phoenix, sobre la historia de los Juegos Paralímpicos– sobresale entre otros recuentos que se habían hecho de la trayectoria de Reeve principalmente porque logra algo muy difícil: matizar la perspectiva que su sujeto de estudio tenía sobre la diversidad funcional.

Una gran parte del público sabe que, el 27 de mayo de 1995, durante una competencia de equitación, el caballo de Christopher se detuvo antes de saltar una cerca, provocando que el histrión cayera de manera violenta y se lesionara la médula espinal, a la altura de la primera y segunda vértebra de su cuello. Así, pasó a ser una persona cuadripléjica. También se ha dado a conocer en múltiples ocasiones el papel que el intérprete desarrolló en la creación de organizaciones enfocadas en ayudar a quienes viven con discapacidad. Sin embargo, lo que hasta ahora se había omitido es la mención de que el egresado de Juilliard inició un movimiento para que la industria audiovisual, y en general todos los medios masivos, reconocieran que todas las personas merecen ser vistas tal y como son.

Hoy, hay grandes avances en cuestión de representación para creativos diversos. Pero a finales de los 90 y principios de los 2000, no era muy común que se reclamaran esos espacios. Un momento que ayudó a que esto cambiara fue la aparición de Reeve en la ceremonia de los premios Óscar de 1996.

En la película documental Super/Man, los hijos del intérprete, Will, Matthew y Alexandra, aparecen a cuadro y cuentan cómo sus papás estaban nerviosos de sólo pensar en la idea de que, a 10 meses del accidente, Chris estaría de nuevo en un escenario. Sus nervios y dudas se disiparon cuando, a bordo de su silla de ruedas eléctrica, él encaró a todas las celebridades que se dieron cita en el Dorothy Chandler Pavillion y lo primero que hizo fue bromear sobre lo pesado que fue su trayecto desde Nueva York hasta Los Ángeles. De cierta forma, era como si les estuviera diciendo a sus colegas que esa era su nueva realidad y que no necesitaba, ni quería, miradas de lástima.

Estar en los premios de la Academia fue el empujón que Reeve estaba esperando, ya que, a partir de ahí, descubrió su vocación como activista. Los directores y el editor, Otto Burnham, toman una decisión por demás inteligente al presentar el viaje de activismo del protagonista con una estructura no lineal. Sí, se incluyen fragmentos de sus películas para ilustrar la manera en la que se fue colando en Hollywood, y las “cabezas parlantes” están ahí para dar las respectivas entrevistas. No obstante, todos esos recursos aquí tienen otro propósito. Lejos de pintar un retrato convencional, cada intervención de las celebridades que dan testimonios sobre cuándo lo conocieron, cada clip de las cintas en las que apareció, funge como complemento a su viaje de descubrimientos.

Es aquí donde entran los matices mencionados anteriormente. Christopher no tenía idea de cómo hacerle frente a su condición y lo menciona abiertamente en la cinta, por medio de grabaciones de entrevistas, así como también del audiolibro emanado de su autobiografía. Por esto mismo es que esperaba “levantarse algún día de su silla”, de acuerdo a las palabras de su esposa Dana, también activista. Sin embargo, llegó un punto en el que su incansable búsqueda por una “cura” fue percibida por la comunidad con discapacidad como una especie de discurso capacitista. ¿Qué era lo que el intérprete buscaba “curar” si no hay nada malo con alguien que se desenvuelve en el mundo de forma diferente?

Bonhôte y Ettedgui no tienen problema en mostrar a Reeve como alguien que no tenía todas las respuestas, a pesar de que la sociedad se lo demandaba. Vamos, él narra que hasta obispos le enviaban cartas incitándolo a que abogara por que las juventudes corrigieran su camino, aprovechando que su personaje más famoso era para ellos, de cierto modo, similar a Cristo. A pesar de esto, como todo verdadero artista que se precie de serlo, el sujeto en el que se enfoca esta obra no buscaba fama, sino solamente vivir por y para el arte. Así, en cada oportunidad que tenía, decía: “No soy un héroe”. El principal acierto del filme es que no se decanta por un estilo condescendiente, en el que se hable de las personas con discapacidad desde el efectismo y la manipulación.

Si bien su material promocional hace énfasis en la palabra “héroe”, pronto se nos hace ver que el heroísmo del actor no viene del hecho de que triunfó *aún con* su condición. Más bien, viene de que supo cómo quitarse de encima la etiqueta de “salvador”. Él era sólo una persona que usó su posición para dignificar a otras, y que poco a poco comprendió que, más que una cura, lo que muchos buscamos es calidad de vida. Si para unos llega con rehabilitación que les permita volver a caminar, está bien, y se celebra. Pero otros queremos accesibilidad en establecimientos y en calles, o incluso la oportunidad para demostrarle al mundo nuestro talento.

Christopher fue pionero en ambos campos: se involucró en la investigación médica para comprender cómo mitigar los efectos de las lesiones de médula espinal, pero también creó recintos accesibles en Estados Unidos y apoyó a quienes viven diariamente con estas lesiones y, por diferentes cuestiones, no pueden ser intervenidas de ningún modo. ¿Cómo lo hizo? Contando sus historias, como cuando, siendo uno de los primeros directores de cine usuarios de silla de ruedas, comandó el largometraje televisivo La historia de Brooke Ellison (2004), sobre la primera persona cuadripléjica que se graduó de la Universidad de Harvard.

Lo cierto es que esta también es una película de coincidencias. Fueron sus amistades y familia quienes lo apoyaron a navegar el mundo en esta nueva etapa de dificultad. Pero no hubiera conocido a Dana y a sus amigos –en especial a sus queridos Robin Williams, Jeff Daniels, Susan Sarandon, Glenn Close y Whoopi Goldberg, todos entrevistados– si no hubiera escogido la carrera de actuación. Y si no hubiera demostrado que lo suyo era estar en escenario, Richard Donner no lo hubiera fichado para ser Superman en su adaptación fílmica de 1978. Obviamente, sin su irrupción en la industria, no sería una celebridad.

La película documental Super/Man: La historia de Christopher Reeve es un gran complemento a la icónica cinta setentera porque, en retrospectiva, deja claro que, sin ella, jamás habría empezado este viaje de dignificación de las diferencias. Un viaje que es el mejor ejemplo de que podemos ser lo que queramos ser, existiendo sin pensar que no pertenecemos a este planeta. Sólo así podemos hacerles creer a los demás que podemos volar.

José Roberto Landaverde Me fascina escribir, escuchar, leer y comentar todo lo relacionado con el cine. Me encanta la música y soy fan de The Beatles, Fleetwood Mac y Paramore. Mis películas favoritas son Rocky y Back to the Future y obvio algún día subiré los "Philly Steps" y conduciré un DeLorean. Fiel creyente de que el cine es la mejor máquina teletransportadora, y también de que en la pantalla grande todos nos podemos ver representados.