Encarnar al olvido: Sonora y un México irreconocible
A bordo de un viejo Chrysler 1929 y con el maletero lleno de esperanza, una docena de personajes revelan un lado oscuro y poco conocido de nuestro país. El cuarto largometraje de Alejandro Springall nos presenta un episodio doloroso de racismo y discriminación que amenaza con volver.
Hay una vieja lección de vida que, de tan cruda y real, se ha convertido en una maldición: quien no conozca su historia está condenado a repetirla. Hoy, ese México que reprueba y se indigna por el trato inhumano que reciben los migrantes en EE. UU. posiblemente desconozca uno de los episodios más oscuros de nuestro paso por este mundo.
Entre 1911 y 1934, en aquellos años donde el cielo mexicano aún estaba lleno de aires de la Revolución, se gestó en nuestro país una etapa conocida como Campaña Antichina que, al igual que la segregación racial de EE. UU., le impidió a los asiáticos radicados en México tener una vida libre. A nombre de un nacionalismo desmedido e irracional, los ciudadanos y los políticos mexicanos –especialmente al norte del país– permitieron y perpetraron todo tipo de actos discriminatorios y violentos contra aquella comunidad como dos masacres en Torreón y Monterrey, donde asesinaron a cerca de mil asiáticos–.
“Sonora es sobre un México que no conocíamos y que se puede repetir”, nos dice Alejandro Springall sobre su cuatro largometraje como director. El filme, ambientado en 1931, nos muestra el momento en que los chinos son expulsados del estado de Sonora justo en una época en que EE. UU. deporta a los mexicanos y cierra su frontera con nuestro país. A bordo de un viejo automóvil azul, los personajes viajan de aquella entidad a la ciudad de Mexicali, convirtiéndose en el reflejo de un país lleno de odio e ignorancia.
“Es momento de volver a revisar quiénes somos, qué ha pasado y cómo hay que evitarlo”, afirma el director. “Sólo con el conocimiento podremos evitar cometer el mismo error”. Para Joaquín Cosío (Belzebuth), uno de los protagonistas del filme, Sonora “es una oportunidad –urgente– de hablar de un hecho histórico que ha sido callado por la memoria oficial y que nos permite dilucidar y ver lo absurdo y peligroso de rechazar a quienes sólo están buscando mejores condiciones de vida”.
En la piel del dolor
“A mí me gusta dirigir historias que traigo muy dentro de la médula”, afirma Springall sobre la película que, sin titubeos, califica como el reto más grande de su trayectoria. “La misma Bertha Navarro [productora del filme] me dijo: ‘Es el rodaje más duro que hemos tenido. Estás loco’”, recuerda el cineasta entre risas. “Pero sigue adelante”, le dijo con emoción la productora mexicana.
Puerto Peñasco y la Reserva de la Biósfera El Pinacate fueron los bellos escenarios en donde Springall decidió filmar su aventura cinematográfica. “Esta película la debimos haber hecho en 12 semanas pero sólo pudimos hacerla en siete”, recuerda el director.
Tener que viajar más de hora y media diariamente a las locaciones, o contar con días en los que las condiciones climatológicas le permitían trabajar sólo durante cinco horas eran, para Springall, problemas mínimos. Hubo otros momentos de mayor apremio, como cuando el termómetro llegó a marcar 43ºC o esa vez en que el actor Juan Manuel Bernal estuvo a punto de ser atacado por una pequeña, pero venenosa víbora de cascabel.
“Esto no era El renacido. No teníamos ni seis meses de rodaje ni $120 MDD”, ironiza Springall. “Pero creo que [en el cine mexicano] tenemos la capacidad de sacar lo mejor de nosotros en este tipo de condiciones adversas. O lo hacíamos así o no había película. Punto”.
Tanto el director como el equipo de producción y el elenco –complementado por Dolores Heredia, Harold Torres, Giovanna Zacarías, Jason Tobin, Erando González y la pequeña Abbie Del Villar Chi, de apenas siete años de edad– vivieron la misma experiencia que los personajes a los que encarnaban: se sintieron desamparados y fueron constantemente atacados por la fiereza del desierto.
“Fue una gran aventura; toda una expedición”, recuerda Cosío. “Así como nuestros personajes, nos juntamos un grupo de personas y salimos hacia un destino no demasiado claro donde había peligros, pero también una promesa de que algo nos esperaba. Nosotros vivimos el trayecto de los personajes a lo largo del desierto y eso convirtió a Sonora en una de las experiencias más entrañables que he tenido en mi vida como actor”.
Entre caminos rocosos, dunas imponentes, arenas ardientes o vientos cegadores, la producción de esta película se unió para recordarle a su público el grave peligro de olvidar. “Sonora se compromete con la realidad”, afirma Cosío. “No tengo ningún problema con el cine que se hace hoy en México. La diversidad y la amplitud de contenidos me parecen sanas. Pero particularmente me interesa este cine profundo, con complejidad, que va más allá de historias sencillas para un gran auditorio. Sonora es parte de esta tradición del cine mexicano trascendente, vigoroso, comprometido y serio, aunque nunca deja de ser película”.