Scream (2022) – Crítica de la película
Scream es un gran cierre para una gran saga y el mejor homenaje que se pudo haber hecho en memoria de Wes Craven.
Cuando un extraño llama a casa, la regla número uno es colgar el teléfono. Si el peligro acecha, lo mejor es ponerse a salvo y permanecer unidos. Cuando un ruido desconocido suena a la mitad de la noche, de ninguna forma iríamos a inspeccionar a solas y en completa oscuridad. Si hay algo que nos ha enseñado el cine de terror a lo largo de su historia, es saber cómo NO actuar ante ciertas situaciones.
Pero hace mucho tiempo –en 1996, para ser exactos–, una joven llamada Casey Becker decidió no seguir las reglas del sentido común. Cuando una voz misteriosa llamó por teléfono, una pequeña trivia sobre asesinos cinematográficos se convirtió, para ella, en una sentencia de muerte. Para nosotros, en un espectáculo difícil de olvidar. Esa mezcla de gritos, de música estridente y el sonido de una afilada cuchilla atravesando la piel de una mujer inocente, le permitieron a Wes Craven y a la película Scream redefinir al género y rescatar al slasher de un aletargamiento del que parecía jamás poder salir.
El secreto para hacerlo estuvo siempre ahí, en las películas de terror; en sus asesinatos, en el actuar de sus personajes, en sus vicios y en su fórmula inacabable. Ironizando con todo ello y, al mismo tiempo, rindiendo un respetuoso homenaje al cine de género, Ghostface desarrolló su propio metacine de horror. Uno capaz de jugar con las reglas a su modo, pero siempre con una línea narrativa en la que el final es lo de menos. Lo importante es quién es el responsable y cuál es el camino para llegar ahí.
En Scream (1996), Drew Barrymore sorprendió al público con algo que nos hizo entender que absolutamente nadie estaría a salvo de la navaja de Ghostface. Vimos una muerte inesperada que posiblemente no ocurría desde Psicosis con Janet Leigh. Quizás esté equivocado. Randy Meeks (Jamie Kennedy) bien pudo haberme ilustrado con un montón de ejemplos poco conocidos similares a aquel asesinato en una regadera del Motel Bates. Él nos dejó en aquella entrega, una lista de reglas para sobrevivir una historia de terror. Incluido nunca descuidarte las espaldas, especialmente al estar viendo una película de miedo.
Scream 2 (1997) nos dio un análisis preciso de los secretos de una buena secuela y, claro, la mejor secuencia inicial de toda la franquicia. Ésta sucede al interior de un cine. Con Jada Pinkett Smith y Omar Epps y una audiencia incapaz de mirar lo que ocurre a su alrededor. Algo que conocemos bien; especialmente en estos tiempos que nos rodean.
A veces parecería mejor ignorar Scream 3 (2000). Pero hay que recordar que dentro de sus errores –como el espantoso fleco o el atuendo amarillo y rojo de Gale Weathers–, hay cosas valiosas. El cameo de Carrie Fisher, por ejemplo. O aquel personaje productor de cine, abusador y depredador, creado en las narices de Harvey Weinstein, en una película suya y posiblemente en su momento de mayor poder y soberbia. Más de una década después, Scre4m (2011) llevó su mundo de metaficción a un nuevo nivel con una fabulosa secuencia inicial. A través de Stab –la saga cinematográfica de su mundo ficcional–, nos dejó ver lo que le ocurre a esas franquicias en constante reciclaje.
Tras un largo camino en la franquicia, el terror nos trae de vuelta a este universo donde cualquiera tiene motivos para convertirse en un asesino. A una década de distancia de su predecesora, a casi 30 años del filme original, y tras la muerte del hombre que confeccionó a la perfección el mundo de Ghostface, Scream (Grita) retoma la visión y el espíritu de Wes Craven y se convierte en el mejor homenaje a una saga que supo cómo irrumpir en el cine de terror y que sabe perfecto –aunque la taquilla le diga lo contrario– que es momento de decir adiós.
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Scream se adapta al mundo moderno y a la forma en la que ha cambiado nuestra relación con el cine de terror. En su primera entrega, sus diálogos hablaban de Michael Myers y Jason Voorhees. Tres películas después nos hablaron de Saw, el torture porn y la obsesión de los jóvenes por ser exitosos en un mundo digital y banal como el que ahora nos rodea. En su despedida, en este 2022 aún pandémico, La bruja (Robert Eggers, 2015); The Babadook (Jennifer Kent, 2014) y la figura de Jordan Peele sirven para contextualizar en dónde estamos ahora cuando hablamos de “películas de miedo”.
Pero Ghostface es fiel a su estilo inigualable. Y con él, nos deja claro que, aún con Hereditary (2018) o Midsommar (2019) –ambas de Ari Aster–, con franquicias como El conjuro o una crítica que sólo aplaude títulos como Titane (Julia Ducournau, 2021), los clásicos deben siempre tener un lugar especial en nuestra cinefilia. No hay mejor amante del séptimo arte que aquel que conoce y valora lo filmado en el pasado; especialmente si la atención a los detalles podría salvarte de un aprieto como, en este caso, morir acuchillado.
Como en el resto de la saga, Scream contiene una escena clave en la que un personaje –en este caso es Mindy, interpretada por Jasmin Savoy Brown (The Leftovers)– trata de explicar qué es lo que ocurre a su alrededor con una charla que se convierte rápidamente en una clase magistral de cine de género. Aquí se habla, entre otras cosas, de lo que ha ocurrido con la franquicia de Stab. En su octava entrega, aquella saga ficticia ha explotado hasta el hartazgo los asesinatos de Woodsboro de 1996. En un intento por revitalizarla, “el tipo de Knives Out” creó una “recuela”. Es decir, una cinta que surge a partir de un material original, que combina nuevos personajes con las leyendas del pasado y que traza un camino nuevo y diferente a lo ya conocido.
En una clara referencia a Rian Johnson y su valiente reinvención de la franquicia de Star Wars con el Episodio VIII: Los últimos Jedi, Scream nos deja ver hacia dónde podría ser el nuevo rumbo que tome la máscara de Ghostface. Posiblemente a cargo de la mexicana Melissa Barrera (In the Heights) y los fantasmas del pasado de Samantha Carpenter.
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Aunque interesante, el planteamiento de un mundo de Scream sin Neve Campbell es algo muy difícil de imaginar. Sidney Prescott, la final girl por excelencia de esta franquicia, ha honrado con respeto el legado de Sally Hardesty (Marilyn Burns) en La masacre de Texas (1974). También ha luchado con valentía y destreza de la misma forma que Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) lo ha hecho desde Halloween (1978) de John Carpenter.
Melissa Barrera entrega aquí un trabajo loable, el cual se enaltece con el buen desempeño del elenco juvenil que la acompaña. Pero Scream depende mucho de sus estrellas originales para conectar todos los puntos de su historia. Por primera vez en la franquicia, Dewey Riley (David Arquette) tiene más oportunidad de brillar en la pantalla. Sigue siendo, tristemente, el Sheriff con peor puntería y fortuna de todo Woodsboro. Pero esta cinta le da a su personaje lo que las otras nunca le ofrecieron.
Aunque Gale Weathers entrega una de las mejores líneas de la saga, su presencia no alcanza la esencia de lo que su personaje solía ser. Desde luego, ha habido un avance en el arco narrativo de su personaje y hoy nos ponen frente a una mujer muy diferente y madura. Pero al ser ella una pieza clave de toda la franquicia, quizá merecía aquí una presencia mayor.
Si algo nos ha enseñado Ghostface en todos estos años, es a mirar bien los errores del pasado, aprender de ellos e intentar a toda costa no volver a cometerlos. De la misma forma en que ocurriera en Scream 3, esta nueva película deja de lado a su estrella principal y recurre a ella a mitad de camino, en el punto más importante rumbo a su desenlace, demostrándonos lo notoria que es la ausencia de Sidney Prescott en una película de su franquicia.
Sin embargo, es curioso que, estando frente a las cosas como solían ser, hay un pequeño sentimiento de tedio al ver exactamente lo mismo una vez más. Scre4m, al menos, tuvo la intención de probar cosas nuevas, de añadirle algo ligeramente diferente a la trama que ya conocíamos y que sabíamos cómo iba a terminar. Aquella película, vista a la distancia, sorprende por lo adelantada que estuvo a su tiempo. En 2011, cuando el mundo digital no era ni un tercio de lo que es hoy, aquel filme –el último de Wes Craven–, nos habló de la obsesión de la gente por “ser alguien” en internet. Por la forma en la que el streaming regiría nuestras vidas y lo peligroso del fanatismo desmedido y el hambre de fama rápida y expedita.
Con toda la saga frente a nuestros ojos, en retrospectiva, la cuarta entrega se siente un poco más como aquella Stab 8 “innovadora” que tanto enfureció a sus seguidores ficticios y ésta quinta como el fan service, o el homenaje a la nostalgia, que pudo haber funcionado mejor cuando la saga regresó a los cines en 2011.
Ante la expectativa por nuestro reencuentro con Ghostface, en estos tiempos de “recuelas” al por mayor, que han dictado el camino de Hollywood y el gusto del público masivo, es posible que existan en el futuro una o más películas de Scream… a pesar de saber que es momento de parar. En su mundo de ficción, Stab ya nos mostró las consecuencias de una saga interminable. Incluso aquí se lanza una crítica mordaz a lo que ha ocurrido en esta era de constantes regresos a la nostalgia. Todos confeccionados no para complacer a los fans sino para no enfurecerlos. En nuestra realidad, por ejemplo, el sabor agridulce de la nueva trilogía de Halloween debería ser suficiente para no acuchillar de más algo que posiblemente ya esté muerto. ¿Queremos eso para este personaje de túnica negra, de rostro blanco, con una boca alargada y ojos deformes del que tanto disfrutamos huir?
Scream es un gran cierre para una gran saga. Lo hecho por la dupla conformada por Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett (Boda sangrienta, 2019) crea el mejor homenaje que se pudo haber hecho en memoria de Wes Craven. La cinta consolida un fascinante mundo de metaficción que, como el resto de esta saga, rinde tributo al cine de terror que llevamos en la sangre. Uno que nos deja un gran sabor de boca y mantiene intacto el sentimiento nuestro por esta fabulosa franquicia.
La quinta entrega de Scream preserva la esencia de aquello que inició Drew Barrymore con una inocente trivia de películas y un paquete de palomitas sobre la estufa. Es, como las entregas previas, un análisis interesante del género a partir de su propia historia. Es también, como dice esa leyenda al inicio de los créditos finales, una película “por Wes”; por su legado y por su capacidad inmortal de vivir por siempre en nuestras pesadillas. Por él, y por respeto a una saga que aún con uno que otro tropiezo ha sobrevivido con dignidad al paso del tiempo, es momento de decir adiós.
Ghostface sabe perfecto la importancia de una gran entrada y una fantástica salida para aterrar a su público. En 1996 tomó por sorpresa al cine y ahora, a casi 30 años de distancia, sabe que es momento de la cuchillada final para culminar un crimen perfecto que nadie veía venir.
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