Mi semana con Marylin
La actuación de Michelle Williams logra enfocar la cinta en un debate sobre dualidad que existe en la vida.
Existe una pequeña línea que divide a las biopics entre vacuas obras repletas de fanatismo y homenajes que enaltecen a una figura balanceando sus virtudes y erros. Mi semana con Marilyn deambula intermitentemente entre ambos espacios, respaldados en Michelle Williams, quien logra una encarnación memorable y plagada de elogios.
Es cierto, Williams no posee los rasgos físicos ni el carisma de la icono pop Marilyn Monroe, pero lo suple con un talento angelical: cada escena en la que no aparece, la cinta parece naufragar. Su caracterización va más allá de intentar un parecido visual, logra que podamos sentir la angustia de una chica atrapada en el cuerpo de la mujer más famosa del planeta. Hay que otorgarle todo el crédito al director Simon Curtis y a su reparto: Brannagh como Laurence Olivier, el actor y cineasta que trabajó con Marilyn en El príncipe y la corista y que la orilló a enfrentar su inseguridad profesional al reclamarle que no tenían ningún método de actuación; y la gran revelación de Eddie Redmanye, como Colin Clark, asistente de Olivier que logró un vínculo muy personal con la señorita Monroe. Su diario publicado décadas después, sirve de inspiración para el guión del filme.
Mi semana con Marylin se esfuerza demasiado en mostrar personajes de antaño como maniquíes de aparador sin ningún tratamiento psicológico; afortunadamente, la actuación de Michelle logra enfocar la cinta en un debate sobre dualidad que existe en la vida: escoger el camino metódico o tomar el propio, aunque te invite a la perdición.
Ve el trailer de Mi semana con Marylin.