Extrañas apariciones

Más que competente: terror es lo que abunda en esta cinta sobre una casa embrujada.
Los relatos de casas embrujadas resultan siempre la metáfora perfecta para un drama familiar, esas historias en las que las neurosis y crisis de la vida en familia se ven ilustradas y amplificadas en las travesuras del chocarrero espíritu que se empeña en hacerles la vida de cuadritos.
Inspirada según esto en uno de esos casos de la vida real que han inspirado espantos fílmicos desde The Amytiville Horror hasta Cañitas, en Extrañas apariciones dicho drama se desarrolla entre Matt –un chavo cuyo prematuro cáncer lo obliga a viajar durante horas para recibir la terapia que podría salvarle la vida–, sus hermanos, un padre ex alcohólico y una madre que haría cualquier cosa por él. El constante ir y venir resulta pronto más de lo que el chico puede soportar, y es entonces que la familia decide buscar un nuevo hogar en las cercanías —algo que habría resultado una gran idea, si la película no fuera de terror–.
Afortunadamente —para el espectador, pues—, terror es precisamente lo que la casona a la que se mudan provee, y en abundancia. Quizás la vieja escalera, los largos y oscuros corredores y ése misterioso cuarto en el sótano que Matt decide hacer su dormitorio sean locaciones muy vistas en el género, y sin embargo la película adquiere de inmediato una atmósfera genuinamente perturbadora, un suspenso punteado además por las visiones y flashbacks que atormentan al muchacho y que, al irse desentrañando la terrible historia de la casa, se revela como todo lo que uno podría desear de una historia de fantasmas, sea real o no.
Es de agradecerse también la contención con que la cinta se vale de los efectos digitales, esos sí auténticos esperpentos que atormentan otras cintas del género y que terminan convirtiéndolas, paradójicamente, en el equivalente de la peor de las falsificaciones de una fotografía de fantasmas.
— Antonio Camarillo
