Red de mentiras – Crítica

No es una obra maestra, pero DiCaprio y el director Ridley Scott cumplen. Crowe desaprovechado.
Basada en la novella homónima del columnista del Washington Post, David Ignatius, esta historia política dirigida por Ridley Scott no es ninguna una obra maestra, sino tan sólo una película dominguera. Pero como película, Red de mentiras resulta interesante, al ser una dura mirada a las fallas de la política exterior de los Estados Unidos en el Medio Oriente y de cómo la administración Bush perdió toda noción de diplomacia con esos lares del mundo.
Eso, sin duda, es un tema actual, pero ya estamos un tanto cansados de la guerra, del terrorismo y de los usos y abusos de la CIA. Para eso basta ver los noticiarios nocturnos. Pero hay que reconocer que si hay alguien que puede devolvernos el interés para ver otra escena de tortura más, ése es Leonardo DiCaprio, quien en los últimos años pasó de ser un “hombre que todavía parece niño”, a un actor con toda la capacidad de interpretar a un hombre de mundo, de forma convincente.
En un tour de force, DiCaprio encarna valentía, y se muestra perfecto al convencernos de que es un reportero idealista que devino agente encubierto de la CIA, un tal Roger Ferris, diestro con los idiomas árabes y recién desempacado en Jordania tras ser herido en Irak. Cuando Ferris descubre la ubicación de una casa de seguridad propiedad de un escurridizo líder terrorista de alto rango, su plan de infiltrarse en esa celda requiere del respaldo de su ingenioso mentor en la CIA, Ed Hoffman (interpretado por Russell Crowe), y de un eficiente aliado local, la cabeza de la inteligencia jordana (un gran giro en la carrera de Mark Strong). Pero después de varias fallas, Ferris comienza a dudar sobre qué tanto puede confiar en ellos.

El punto más débil de la cinta: Crowe está desperdiciado, y por momentos ni siquiera resulta creíble, lo cual es bastante irónico porque gran parte de su presencia en la pantalla es a través de conversaciones por celular, chats, o rastreos vía satélite no exentos de una dosis de paranoia. Pero no importa, hay muchas secuencias de acción trepidantes y un uso formidable de la tecnología, una de las especialidades de Ridley Scott.
