El precio del ‘me gusta’ | Columna TL;DR
Hemos reducido nuestra realidad a la simplicidad del botón del pulgar o el favorito.
En 2014, la serie de televisión Community transmitió el episodio App Development and Condiments donde el campus se convierte en una distopía social al probar la nueva red social llamada MeowMeowBeenz que permite a los estudiantes calificar a sus compañeros. Rápidamente, se crean castas sociales donde los mejor votados gobiernan a los de menor nivel y todos tienen miedo de perder su estatus.
En 2016, Black Mirror sacó al aire Nosedive con una premisa similar. Al no ser comedia, como la primera, la realidad representada es mucho más oscura. El personaje principal, Lacie, reduce su calificación social al tener desacuerdos y malentendidos con otras personas a su alrededor, lo que deriva en la pérdida de privilegios, socialización y, finalmente, la cárcel.
Estos episodios muestran las desventajas, por no decir terrores, de la economía del ‘me gusta’ existente en las redes sociodigitales. Hemos aceptado –y creado– un mundo binario donde los comentarios y los contenidos son votados con base en un me gusta o no. Este maniqueísmo permite excelentes guiones audiovisuales, pero condiciona una realidad deprimente.
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Por ejemplo, el sistema de crédito social de China, propuesto en 2010 e implementado en ciertas regiones del país, califica a su población determinando el acceso a transportes públicos, servicios de salud y financieros. El resto del mundo no escapa de la economía del ‘me gusta’: cada voto en un post de Instagram o video de Tik Tok nos acerca un poco más a esa realidad. Todo lo que consumimos (información o productos) está determinado por los algoritmos que promueven al mejor postor, ya sea porque pagan o porque son populares.
Promocionamos el contenido que nos gusta, lo cual aumenta la visibilidad de otros similares, y en consecuencia, nos aleja de aquello que no nos gusta: sean videos o personas. Hemos reducido nuestra realidad a la simplicidad del botón del pulgar o el favorito, convirtiendo nuestro discurso en un binarismo social que termina por deshumanizarnos. La economía del like polariza a la sociedad: nos divide en nosotros y ellos.