Por la gracia de Dios – Crítica
Por la gracia de Dios retrata hechos deleznables con delicadeza visual y sugerencias que, aunque no vemos, son contundentes, indelebles.
“Lo siento, Alexandre. En el fondo lo sabía, todos lo sabíamos, pero guardamos silencio”, le suplica una exsecretaria de la iglesia a uno de los tres protagonistas. Cuando niño, Alexandre Guérin (Melvil Poupaud) fue una de las múltiples víctimas de abuso sexual por parte del padre Preynat (Bernard Verley) cuando estaba a cargo de una parroquia en Lyon. A décadas de distancia y Por la gracia de Dios (Grâce à Dieu), decide hablar porque su verdugo ha vuelto al frente de una comunidad eclesiástica y nuevamente está en contacto con niños.
Como un católico activo y sabedor de que el Papa Francisco ha solicitado firmeza para limpiar a la iglesia de sus malos miembros, se acerca con la autoridad religiosa que le corresponde: el cardenal Barbarin (François Marthouret) para cesar de su cargo al pedófilo. Los contratiempos inician cuando Alexandre se da cuenta que en la iglesia sabían de los crímenes pero nunca tomaron acciones legales ni expulsaron a Preynat de la institución, únicamente lo trasladaron a otra parroquia.
Por la gracia de Dios, escrita y dirigida por François Ozon con base en un caso real, desvela paso a paso el proceso que el protagonista y otras víctimas siguieron para dar a conocer las atrocidades. Cómo cuando el personaje interpretado por Poupaud decide iniciar una querella judicial contra su victimario comienzan a removerse las heridas y cicatrices de otros hombres que, como él, fueron abusados, besados, tocados, sometidos, por una figura de autoridad que les pedía guardar el secreto.
Ozon inicia su cruzada por la verdad con interesantes estrategias visuales y sonoras. Desglosa el meollo del asunto con un formato epistolar altamente cinematográfico. Alexandre se comunica vía correspondencia con las dos personas que, piensa, le ayudarán una vez que descubre el regreso de Preynat. Mediante voz en off conocemos su pasado y sus intenciones actuales mientras vemos a Alexandre a cuadro realizando otras actividades. Más tarde la táctica se repite con las palabras de la psicóloga de la iglesia y el cardenal Barbarin. Los escuchamos a la par que se conducen en su quehacer diario.
Sin embargo, el impulso visual audaz de Por la gracia de Dios se desacelera conforme se introducen nuevas víctimas, nuevos casos. La cinta se centra principalmente en tres hombres, el mencionado Alexandre, François Debord (Denis Ménochet) y Emmanuel Thomassin (Swann Arlaud). Aunque se profundiza en su pasado, sus encuentros con otras víctimas dejan en claro la monstruosidad del villano, pero también aletargan las acciones.
Aún así, el cineasta francés mantiene el filme equilibrado en cuanto a sus posturas. Dirige un ataque frontal hacia el silencio de la iglesia, pero no demerita la religiosidad. Presenta a víctimas que se mantienen fieles al catolicismo; otros son agnósticos moderados, algunos más con ideas radicales. Introduce a víctimas que estigmatizan a otras víctimas; a otros que se ayudan, y ensalza una postura de entendimiento hacia el silencio guardado durante, en algunos casos, más de tres décadas. ¿Por qué callaron tanto tiempo? Los motivos son variopintos y respetables.
Pero sin lugar a dudas su discurso es más poderoso cuando hace uso de los primeros planos para desvelar el dolor de sus personajes, y cuando la cámara se coloca al centro de escenas donde estos discuten y la tensión escala, a veces esa tensión se dibuja incluso con el simple gesto de una mano nerviosa o un pie danzarín. Por la gracia de Dios expone la impunidad pero su principal cometido es mostrar las secuelas personales, familiares, psicológicas y sociales que la pedofilia impregna en sus víctimas. Trata hechos deleznables con delicadeza visual y sugerencias que, aunque no vemos, son contundentes, indelebles y exentas de gracia.