No se aceptan devoluciones – Crítica
La ópera prima de Eugenio Derbez director es una historia de chispazos, bien pensada para su público, pero con fallas de oficio.
No se puede negar que Eugenio Derbez logró con notoriedad lo que se propuso hace 12 años: el brinco creativo y exitoso (taquillero) de la televisión al cine. Con la película No se aceptan devoluciones (en inglés: Instructions not included), el creador de series como La familia peluche, se estrenó como director y, de paso, rompió récords en la taquilla norteamericana. Y es que con sus $30 MDD recaudados hasta ahora, está a punto de ser la película hispana más taquillera de la historia en EU, rebasando a El Laberinto del Fauno.
Ya lo habíamos visto como parte del elenco de filmes como La misma Luna y Educando a mamá, de Patricia Riggen, pero ahora, el comediante mexicano presenta una comedia con tintes de drama, escrita y dirigida por él mismo, que a pesar de sus fallas de oficio, logró tomar a Hollywood por sorpresa. Esto, aunado a la enorme expectativa que rodea a la cinta para su estreno en México, hace que resulte difícil hablar de ella al margen de su dimensión social y de la burbuja de éxito en la que viene envuelta. Toda obra adquiere valor también por cómo se relaciona con su contexto y su audiencia, sin embargo, aquí lo que nos concierne es su calidad cinematográfica.
Llena de guiños al Derbez que conocemos, No se aceptan devoluciones cuenta la historia de Valentín, un mujeriego acapulqueño con miedo al compromiso que cierto día, y por obra de un viejo romance, se descubre a sí mismo con una bebé en brazos. Al tratar de seguir a la madre (Jessica Lindsey), cruza la frontera, llega a Los Ángeles y decide finalmente quedarse con la niña, no sin antes conseguir un trabajo de stuntman en películas que le permita criarla en Estados Unidos. De ahí, la historia de Valentín y Maggie (Loreto Peralta) se convierte en un cuento de complicidad, que en momentos parece ser un collage de Kramer vs Kramer, La vida es bella, Derbez en cuando y cada una de las comedias de Adam Sandler.
Los guiños a otros filmes y esencias cómicas no son algo necesariamente malo. La fantasía que utiliza Valentín para evitarle sufrimiento a Maggie (al estilo de Roberto Benigni), nos regala secuencias de animación que agregan frescura y levantan el ritmo. Las referencias paródicas a figuras del entretenimiento y a los propios personajes de Derbez hacen de la cinta algo cercano y familiar (hay bromas que difícilmente entenderán en Estados Unidos). Cuenta con puntadas acertadas, buena química entre sus protagonistas y giros de tuerca que logran sorprender.
Quizá su mayor debilidad sea el guión, con un inicio flojo (muy parecido al de Como si fuera la primera vez) y un final que raya en el sentimentalismo, cuya voz en off reiterativa parece no confiar en la inteligencia del espectador. El guión está tan preocupado por hacer énfasis en la moraleja, que se olvida del buen uso del lenguaje cinematográfico y de que menos es más. El drama cae en el melodrama por momentos (la música ayuda en esto), pero logra mantenerse en equilibrio misteriosamente.
Una cinta de chispazos, algunos acertados, otros no tanto; consentida del público, seguramente seguirá dando mucho de qué hablar.