No manches Frida – Crítica

La nueva cinta de Omar Chaparro y Martha Higareda es una comedia convencional, aunque medianamente entretenida.
Conforme más comedias románticas se hacen en nuestro país, más parecieran estandarizare y ubicarse –sin importar el tema– en una especie de realidad alterna en donde, salvo por el idioma y uno que otro elemento, todos son códigos genéricos, apuntándose descaradamente en la línea de producciones estadounidenses de consumo rápido. Es decir, algo de forma y muy poca sustancia. Contrario a lo que pudiera pensarse, este no es un hecho necesariamente malo siempre y cuando se tenga muy claro el mercado al que está dirigido, se ofrezca un producto entretenido y siga medianamente los pasos que dicta la receta.
Al menos en ese aspecto, la película de No maches Frida cumple. Sus fallas –y vaya que las tiene– en realidad corresponden a otras áreas. La historia nos presenta a un exconvicto quien, para recuperar el botín de su último robo que dejó oculto debajo de una escuela, se hace pasar por maestro sustituto. Claro que, según sus propias palabras, ahora su misión es justa pues ya cumplió con la condena respectiva. Es con tal de lograr su cometido que ayudará a una idealista, pero apocada maestra, y a un grupo de alumnos “mal portados” a cambiar para bien. Además, salvará del cierre al recinto educativo en cuestión y, de paso, enmendará su propia vida. ¿Qué tal? Ni Adam Sandler o Whoopi Goldberg en sus mejores tiempos.

Así pues, los ingredientes necesarios para una comedia de fórmula están aquí, incluyendo personajes secundarios relativamente graciosos –porque seguro hay a quien aún le haga reír Adal Ramones– y una pareja protagonista que de inicio se lleva muy mal, pero que eventualmente termina enamorándose. Sin duda, personajes a modo para Martha Higareda y Omar Chaparro, quienes atinan a interpretarlos sin demasiadas complicaciones, cuajando la suficiente química para enganchar al público. Por supuesto abundan los clichés y los lugares comunes –hasta el consabido baile escolar tiene–, la trama y el desarrollo son predecibles, y aunque los chistes transcurren a buen ritmo, lucen una evidente falta de ingenio.
Pero, como decía, los principales problemas no están ahí, sino en la vaga definición de distintos elementos y convenciones que funcionan a medias: desde una escuela que pareciera privada pero que presume problemas propios de una pública, pasando por los supuestos “alumnos problema” que nunca terminan de serlo (basta con un par de sencillas acciones para ponerlos quietos), hasta la presentación tardía del conflicto, el cual, cuando por fin llega, es de manera sumamente tibia.
Todo esto, aunado a la manera en que al final traicionan su propio discurso y transgreden la naturaleza de sus personajes al validar innecesariamente la redención del personaje principal a través de una truculenta manipulación de documentos. Con esto, dan a entender que si lo hacen los buenos, se valen la evaluaciones a la ligera y extender certificados escolares sin más ni más. En fin, No manches Frida como película cumple medianamente como entretenimiento e incluso está por encima de algunas comedias hollywoodenses recientes pero, lejos de ser un concepto redondo, amén de que se pierde entre contradicciones, el mensaje inspirador que presume le sirve como sustento.
