Elementos – Crítica de la película de Pixar
Elementos combina temáticas sociales pertinentes con un romance tierno, divertido y magistralmente animado.
A lo largo de los años, Pixar ha acostumbrado al público a encontrarse con narrativas que de primera instancia parecen sencillas, pero que después de su visionado se instalan en la mente para lograr que no se deje de pensar en ellas. Su gancho son personajes e imágenes que atraen lo suficiente como para acaparar la atención y ponernos en trance. Pero cuando menos lo esperamos, nos ofrecen algo más. Algo con lo que no contábamos. La fórmula conocida por casi todo el mundo se repite en la película Elementos, la nueva adición a su catálogo. Aunque aquí está ejecutada a un nivel magistral, poderoso y elegante. Es quizás una de las obras del estudio que tiene más capas para descubrir.
Resulta genial enfrentarse a propuestas que sin aspavientos y pretensiones salen airosas al momento de comunicar lo que quieren. Eso pasa con la historia de Ember Lumen, una joven de fuego que ansía heredar el liderazgo de la tienda de su padre, ubicada en un barrio a las afueras de Ciudad Elementos. Ésta es una urbe donde, con ciertas reglas, conviven también el aire –unas chistosísimas nubes–, la tierra y, por supuesto, el agua. Debido a un problema con las tuberías de la tienda, Wade Ripple, un joven acuático, se cuela en la vida de Ember y ambos se vuelven inseparables.
Revelar cómo resuelven el conflicto central sería desafortunado. Parte del encanto de la cinta radica en la forma en la que, de a poco, se desarrolla la interacción entre los estelares. Sin embargo, algo que sí se puede decir es que estamos ante una comedia romántica que cumple a cabalidad con todas las reglas del género. Conforme avanzan los fotogramas, Ember y Wade forman uno de los vínculos amorosos más tiernos, vulnerables, comprensivos y naturales en la historia tanto de Pixar como de Disney, la casa productora de la cinta. Si bien este aspecto es refrescante y entretenido por su falta de cinismo, en realidad sólo es la entrada a otros temas sumamente importantes y pertinentes.
Los padres de Ember –las flamitas más simpáticas que podrían existir– son migrantes. Por ello, su estadía en la ciudad constantemente se ve obstaculizada por ciertos factores, como su manejo de una lengua extranjera, sus diferentes costumbres. Pero, sobre todo, la máxima regla impuesta por los otros habitantes: “¡Los elementos no se mezclan!” Peter Sohn, el director –recordado por hacerse cargo de Un gran dinosaurio (2015) y el corto Partly Cloudy (2009)–, lo ha dicho: sus padres migraron a la ciudad de Nueva York en la década de los 70. Esto lo inspiró a darle forma al concepto del filme.
Crítica de la película Elementos
Con mucho ingenio y nula crueldad, el proyecto explora lo que sucede cuando un entorno es inaccesible para alguien que requiere desenvolverse con plenitud. Además del rechazo a los migrantes, se aborda la falta de infraestructura en las grandes ciudades. El guion, escrito por John Hoberg, Kat Likkel y Brenda Hsueh, posee una sensibilidad admirable y se siente actual en todo momento porque logra retratar, con precisión clínica, a la sociedad moderna.
Pero lo fascinante es que la búsqueda para abarcar distintas temáticas no termina ahí. También se habla, con gran sentido del humor, de cómo las relaciones entre padres e hijos no siempre tienen que estar formadas con el objetivo de dejar un legado. Está bien tomar caminos diferentes sin intentar complacer a nadie, ni siquiera a tu familia. Está bien amar a quien tú quieras y está bien mostrar tus sentimientos sin miedo. Es bueno llorar y es bueno explotar de enojo cuando es necesario.
Todo esto puede llegar a sonar a cliché, pero se salva de serlo porque no está insertado en un tono aleccionador. Ah, y por si esto fuera poco, el conjunto se atreve a convertirse, sin previo aviso, en un estimulante y cautivador thriller de investigación.
La cereza en el pastel es, por supuesto, la magnífica animación. Se agradece que los diseños de los personajes sean producto de una divertida mezcla entre lo antropomorfo y lo abstracto, pero lo que hay que celebrar es la valentía para crear un mundo que recuerde tanto al nuestro sin sacrificar un colorido estilo propio que, con encuadres muy bien planeados por los cinefotógrafos David Juan Bianchi y Jean-Claude Kalache, nos transportan a un mágico limbo entre el 2D y el 3D.
Elementos es prueba de que el estudio no ha perdido fuerza en ningún sentido. Su equipo aún es capaz de conmovernos y hacernos pensar en igual medida. Con mucho corazón e inteligencia se le da un giro a esa famosa frase que dicta que “los opuestos se atraen”. Tal vez algunos opuestos no lo sean tanto. Nunca se sabe.