Parpadea dos veces – Crítica de la película
Aunque no todo funciona tan bien como su meticulosa edición y diseño de sonido, Zoë Kravitz entrega un prometedor debut como directora.
Es casi poético que la película Parpadea dos veces (Blink Twice), el debut de Zoë Kravitz como directora, comience con la protagonista, Frida (Naomi Ackie), en el inodoro, dejándose caer por el agujero de conejo digital de videos sobre su famoso crush, el exitosísimo –y al parecer, cansadísimo– techbro multimillonario, Slater King (Channing Tatum). En la sociedad del culto a la celebridad, sacrificamos con alegría nuestro tiempo –incluso nuestros momentos más vulnerables y privados– en el altar del consumo de la imagen pública.
Porque al comienzo de la trama, al parecer, King trabaja en reconstruir su imagen pública luego de un incidente de “abuso de poder” no especificado. En una serie de videos de redes sociales, el empresario admite su culpabilidad, afirma en entrevistas que es un hombre reformado, y pide disculpas públicas. Todo queda olvidado y la vida sigue.
Al menos así lo es para Frida, cuya fijación por King la conduce a ingeniárselas para colarse con su mejor amiga, Jess (Alia Shawkat), a una gala del magnate y su séquito de amigos millonarios y celebridades. Al congraciarse con el grupo, las dos mujeres son invitadas a viajar con ellos a una isla privada, donde pasarán los días entre albercas, cenas gourmet, champaña y drogas. Parece demasiado bueno para ser verdad y, cuando Frida ya no puede distinguir un día del otro, todo indica que así es.
La dirección de Kravitz en Parpadea dos veces demuestra una seguridad inusual en una cineasta novel para conjugar los elementos técnicos que darán potencia a su discurso. Por un lado, la fotografía de Adam Newport-Berra (Euphoria) presenta la vida en la idílica isla con una sensualidad que casi permite tocar los cuerpos y saborear los manjares.
Pero conforme Frida comienza a dudar de su lucidez, Kravitz nos sitúa de lleno en su confusión. El paraíso pronto da paso a una desorientación lograda por un meticuloso trabajo de edición (a cargo de Kathryn J. Schubert): los cortes son repentinos, incómodos, mientras que imágenes parecen repetirse en rápida sucesión, desapareciendo de vista antes de revelar alguna verdad que apenas será esbozada por un alucinógeno diseño de sonido (Jon Flores). Los símbolos auditivos sugieren acontecimientos vividos, pero no recordados.
El tema del olvido, la memoria y el trauma, como veremos después en el metraje, es central en Parpadea dos veces, que previo a su gran revelación durante el segundo acto, va dejando pistas sobre la verdad en pequeños misterios y actos incómodos. Es en estos momentos donde el guion de Kravitz y E.T. Feigenbaum se adentra en los terrenos del terror, bebiendo de influencias tan diversas como ¡Huye! (Get Out, 2017) de Jordan Peele, como el estilizado trabajo de cámara en las películas de Quentin Tarantino.
Para quienes no hayan intuido ya el gran secreto que guarda la isla de Slater King, vale la pena reservarnos los detalles. Sin embargo, es esta gran revelación lo que le ha merecido a Parpadea dos veces el calificativo de “thriller de la era #MeToo”. Una etiqueta cuyas raíces son comprensibles, con los casos de Weinstein, Epstein y similares, tan recientes en la memoria como los cambios societales planteados en la industria cinematográfica desde entonces.
Sin embargo, también es una etiqueta limitante para la lectura que Kravitz nos plantea (y hay que decirlo, no muy sutilmente, pasado cierto punto). Por razones tan vigentes como lamentables, su película es heredera de títulos como Las esposas perfectas (The Stepford Wives, 1975) o Venganza del más allá (Revenge, 2017), como de las influencias y contextos antes citados. Ojalá fuera equiparable, también, en la elegancia de su guión: cae, por momentos, en una tosquedad panfletaria, y hay reiteraciones en la edición que acaban por convertirse en tiempo muerto.
Dicho esto, Parpadea dos veces lo compensa en otros ámbitos. Hay diálogos que, ayudados por el ritmo del montaje y las interpretaciones, resultan en brillantes momentos de humor (Adria Arjona se roba el show). Además, el guion trasciende el contexto de lectura que se le ha asignado al explorar las relaciones de poder entre géneros, así como las complejidades que informan la solidaridad femenina ante la opresión masculina.
Las personas mínimamente letradas en esos temas podrán ver venir varios de los giros y sorpresas que Kravitz y compañía tienen reservadas. No por ello deja de ser una película emocionante, ni sus temas dejan de ser dignos de atención. Cabe preguntarnos, también, por qué sigue siendo necesario abrir conversaciones sobre estos asuntos. Basta con mirar a las propuestas dentro del género de terror en 2024 para percatarnos de que esta no es una excepción, sino parte de la norma.