Palmer – Crítica de la película
Palmer es una película feel-good en toda la extensión del término, pero también una cinta dotada de un importante mensaje social.
Son muchas las historias que han abordado la relación cuasi paternal que puede surgir entre un convicto/exconvicto y un niño. Una lista que va de Grandes esperanzas (1860) de Charles Dickens –además de sus múltiples adaptaciones, claro está– a películas como Un mundo perfecto (1993), Mud (2012) y Joe (2013), por nombrar algunas. Podría pensarse que Palmer es sólo una más en esta larga selección, cuando lo cierto es que la película escrita por Cheryl Guerriero y dirigida por Fisher Stevens va aún más lejos al abordar un tema plagado de estigmas como es la búsqueda de una identidad de género desde la más tierna infancia.
Para lograrlo, la cinta nos introduce con Palmer (Justin Timberlake), un hombre recién salido de prisión y ansioso por retomar el rumbo de su vida, pero que batalla por lograrlo ante una comunidad que parece haberle marcado para siempre. El cobijo de su abuela le hará cruzarse con Sam, un pequeño solitario e igualmente señalado por su afición a las muñecas, los vestidos y las caricaturas socialmente establecidas para las niñas. A pesar del rechazo inicial del adulto, este terminará encariñándose con el chico hasta dar paso a una estrecha relación, no tanto de amistad, sino de padre-hijo.
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Tal y como esta breve sinopsis deja ver, es un hecho innegable que la película Palmer está plagada de arquetipos que la hacen predecible desde su primer acto. Esto no impide que su trama sea tan disfrutable como relevante, lo que en buena parte se debe a la atinada construcción de su dupla central encarnada por Justin Timberlake y Ryder Allen.
El primero realiza una labor más desafiante de lo que podría parecer a primera instancia para dar uno de los mejores trabajos en su selecta carrera cinematográfica. Esto porque no se trata de un héroe ni un villano redimido, sino de un sujeto completamente ordinario que debe aprender a vivir con sus errores del pasado y que no duda en reaccionar tan violenta como erráticamente para garantizar el bienestar de un chico que le necesita. El segundo sobresale como un pequeño cuya inocencia le impide ocultar sus pasiones, una decisión que le provocará mucho sufrimiento en una sociedad cerrada, pero sin caer en el drama extremo de títulos como Mi vida en rosa (1997). Esto gracias al carisma del joven actor que incluso resulta en una de las interpretaciones infantiles más sobresalientes de los últimos tiempos y que bien puede ser equiparada con Abigail Breslin en Pequeña Miss Sunshine (2006) o Jacob Tremblay en Wonder (2017).
Su labor conjunta y su buena química son clave para que la película aborde temas de enorme trascendencia de un modo sumamente asequible y que van de la ya mencionada búsqueda de identidad de género a una serie de duras críticas a una sociedad incomprensiva e incluso hostil con todo aquel que es considerado diferente a lo socialmente establecido. Estos mensajes se ven favorecidos con la experiencia documental del director, quien se decanta por una fotografía y un diseño de producción de tintes realistas que garantizan un mayor acercamiento al sentir de los personajes.
Es un hecho que Palmer puede ser catalogada como una película feel-good, pero esto no le impide ser un drama social sumamente relevante. Una etiqueta no está peleada con la otra, sino que ambas se complementan a la perfección para dar una película tan completa como necesaria en los tiempos que corren.