Padre – Crítica
Ver Padre es asistir a una especie de collage de recuerdos, sensaciones, pesadillas y anhelos.
No hay manera correcta de vivir el duelo –a pesar de los intentos por ordenarlo y nombrarlo a través de muchas corrientes por esa necesidad humana del categorizarlo todo en un esfuerzo por aprehender las cosas. El duelo es la transformación de un vínculo constitutivo: no se muere sólo la persona en cuestión, se muere también quien fui yo con esa persona. Es, también, una confrontación ineludible con la inminencia de la muerte. El periodo de duelo es un periodo de cambios y desprendimientos múltiples, y cada individuo lo sortea de maneras distintas. Padre (Giada Colagrande, 2016) parte así de un duelo individual, con sus particularidades, intersecciones y procesos.
Giulia (interpretada por la misma directora en una exploración autobiográfica de su propio duelo) ha perdido a su padre. Sin embargo, su presencia no se ha desvanecido por completo: sigue sintiéndolo cerca, soñando con él, recibiendo mensajes suyos. Su proceso, dividido por capítulos, apela a tradiciones esotéricas y aprendizajes derivados de la muerte. La vida de Giulia sigue, pero su padre sigue presente en cada paso, dotando todo de un sentido particular –los segmentos de los ensayos de una puesta en escena teatral y sus reflexiones sobre la creación artística femenina, por ejemplo, adquieren una dimensión particular perfilando la misma cinta que estamos viendo en función del duelo.
Ver Padre es asistir a una especie de collage de recuerdos, sensaciones, pesadillas y anhelos: una manifestación de la duermevela causada por la abrupta pérdida de un ser amado –el duelo, también, se coloca en un intersticio entre la vida y la muerte, entre pasado y presente, entre la ensoñación y la cotidianidad. Este collage es también formal, la cinta yuxtapone tomas que coquetean por momentos con un punto de vista subjetivo –a veces de la protagonista, a veces de un ser enigmático que podría ser su padre–, escenas de un hogar que se transforma en una serie de marcos que parece aprisionarla, inserciones de imágenes de un hombre caminando entre dunas, títulos de capítulos que definen los aprendizajes en el proceso, material de otras realizadoras influyentes en la mirada de Colagrande, piezas musicales, etc.
La muerte y el duelo son indescifrables, no existe una solución ni un orden universal. Lo que vemos es una suerte de arrebato emocional, un esfuerzo por plasmar todo un torbellino interior. Como tal, Padre es un relato que no necesita ser comprendido sino experimentado: habrá que dejar de lado cualquier afán por ordenar la experiencia o buscar un hilo conductor más allá del emocional.