Oppenheimer – Crítica de la película
Oppenheimer es el tipo de película que ya casi no existe a esta escala: seria, para adultos y con algo que decir.
El presupuesto de una película no tiene nada que estar haciendo en el análisis de una película. No obstante, es imposible hablar del cine que produce Christopher Nolan actualmente e ignorar que es el único cineasta a quien «los grandes poderes» aún le otorgan esta clase de recursos para una cinta que no es secuela ni tiene personajes con nombres y vestuarios llamativos. Y es aún más imposible de ignorar cuando el mismo director se esfuerza tanto por llamar nuestra atención hacia su manufactura. En este sentido, su más reciente película Oppenheimer, no es diferente.
Esa libertad presupuestal para cumplir todos sus impulsos de filmación práctica –notablemente, Nolan se niega a utilizar imágenes generadas por computadora– le han llevado a producir algunas de las secuencias más espectaculares y visualmente impactantes de la historia reciente. El espectáculo y los laberintos narrativos siempre han estado al centro de la obra del cineasta británico.
Para contar la historia de la vida real de J Robert Oppenheimer –el físico que desarrolló la primera bomba nuclear–, la tarea de Nolan se complicó, pues al no tener la libertad de inventar sus propios giros y desenlaces, el espectáculo y el laberinto tendrían que venir de otro lado. En Oppenheimer, el espectáculo está en los rostros atormentados de sus personajes y el laberinto en la inestable perspectiva desde la que se cuenta la historia.
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La narrativa de la película sigue, por un lado, a Oppenheimer (Cillian Murphy) y su trabajo como director del Laboratorio Nacional Los Alamos, el pueblo construido en el desierto de Nuevo México donde se desarrolló (y detonó) la bomba por primera vez. Toda esta sección, incluyendo su tumultuosa relación con su esposa Kitty (Emily Blunt) y su amante (Florence Pugh) están filmadas a color y representan la visión subjetiva del científico. No sabemos si las cosas así sucedieron, pero así las vivió (o así supone Nolan que las vivió) él.
La segunda parte del filme está en blanco y negro (IMAX literalmente inventó un material con estas características a petición del realizador) y cuenta las partes más objetivas de la historia: los hechos como sucedieron. Cuando entendemos esta división, las contradicciones y paradojas de este capítulo histórico que tanto fascinaron a Nolan se comienzan a esclarecer.
Es posible que algunos espectadores se sientan decepcionados (si no es que cansados, tras sus tres horas de duración) con la falta de espectáculo tradicional veraniego y una historia que está más interesada en hacernos pensar y levantar preguntas que realmente seguir una trama como a las que nos han acostumbrado en el Hollywood comercial. No obstante, más allá de su cruzada por salvar la experiencia cinematográfica en una sala, hay que darle crédito a Nolan por intentar estirar sus habilidades como narrador.
Si algo se le ha criticado a lo largo de su carrera, es la superficialidad de sus personajes. Casi todos actúan como impulsores de la trama, como figuras creadas específicamente para recorrer el laberinto que el cineasta les creó. El ejemplo más claro lo tenemos en su cinta pasada, Tenet, en la cual al personaje de John David Washington ni siquiera se molestó en ponerle nombre.
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A diferencia de los personajes de sus películas anteriores, las motivaciones de Oppenheimer no responden a lo que la trama de la película necesita de él y en realidad éstas son constantemente un misterio. Por primera vez, Nolan se intenta acercar al estudio de personaje y dirige su fascinación por el espectáculo cinematográfico a las palabras y a los rostros de su elenco principal. Aunque las panóramicas impresionantes del desierto ahí están y la explosión al centro del filme es, sin lugar a dudas, una maravilla de presenciar, en realidad su interés estuvo en retratar las sutilezas del comportamiento humano en microscopio y proyectarlas a una escala apabullante.
Sin embargo, en términos del guion, el cineasta hace en realidad muy poco por acercarse a esa exploración. El peso y responsabilidad de este estudio de personaje cae entonces en Cillian Murphy. El irlandés hace una extraordinaria labor de retratar a alguien cuya mente y pensamientos le atormentan casi tanto como le inspiran. En general la película está poblada de algunos de los mejores actores y actrices que tiene Hollywood en este momento: Robert Downey, Jr., Matt Damon, Emily Blunt, Florence Pugh, Casey Affleck, Kenneth Branagh y Gary Oldman.
Todos saltaron gustosos a la oportunidad de trabar con uno de los mejores artesanos del cine actual. Incluso si el papel sólo requería una cuantas líneas de diálogo, como es el caso del ganador del Oscar, Rami Malek. Y sobre el rostro de cada uno de ellos -especialmente en la pantalla de 16 metros de altura de IMAX– recae la responsabilidad de hacernos adivinar qué es lo que les hace hacer lo que hacen.
Oppenheimer, la película, sin duda es un espectáculo de comportamiento digno de admirarse. Y es uno que nos deja con el tipo de preguntas sobre intenciones, remordimientos y motivaciones que cualquier filme que vale la pena nos deja. Es imposible saber si Nolan tiene alguna respuesta o sólo quiso que nosotros nos preguntáramos lo mismo que él. Al final, la película es reflexiva, tiene visuales impactantes y nos deja a nosotros la tarea de discutir sobre moralidad, causalidad y aquella pregunta que ha plagado a la humanidad en su aparente búsqueda de paz… ¿el fin realmente justifica los medios?