Olé, el viaje de Ferdinand – Crítica
Tanto por su calidad visual como por su discurso, era predecible que nominaran a la cinta de Carlos Saldanha al Globo de Oro como Mejor película animada.
En 1936, Munro Leaf publicó un cuento infantil que causó revuelo, pero con el tiempo se convirtió en uno de los libros infantiles más atesorados de la historia junto a Winnie The Pooh. The Story of Ferdinand tenía como protagonista a un toro amante de las flores y que desde pequeño se mostraba desinteresado ante su aparente destino: como buen macho de su especie debía ir a las corridas madrileñas y enfrentase con el matador, torero enardecido y desesperado por mostrar su maestría en el ruedo.
El libro se publicó tres años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial y claramente giraba en torno a una “bestia” pacifista, un ser sin el menor interés por la violencia y, por ende, el libro fue prohibido en la Alemania nazi y por Franco, pues se lanzó en plena Guerra Civil Española. Fue hasta el fin de la dictadura que el cuento pudo finalmente leerse en la Madre Patria.
Aquella historia se traslada nuevamente a la pantalla –en 1938 Walt Disney lanzó un corto animado llamado Ferdinando, el toro–, sólo que ahora de la mano del director brasileño Carlos Saldanha, responsable de las dos entregas de Río. Tal como en aquellas, su adaptación muestra una clara predisposición por mostrar con veracidad los escenarios en donde se despliega la acción. Deja a un lado las bellezas naturales de Río de Janeiro y el Amazonas para trasladarse a los callejones empedrados, campos españoles y plazas madrileñas.
Su película retoma la esencia del cuento de Leaf. Muestra a un Ferdinand que desde joven se niega a seguir el juego de roles preestablecido en su comunidad. No quiere ser un toro asesino y tampoco sueña con la grandeza de aniquilar a su adversario en una plaza repleta. Él sólo anhela una vida tranquila. Y lo consigue, pues tras escapar del criadero donde vive, encuentra a una familia que lo acoge, que puede ver más allá de su apariencia y lo acepta como es. Sin embargo, una fallida visita a un encantador y colorido festival de flores lo separa de los suyos.
Para recalcar el pacifismo original que acarrea la historia de Ferdinand, la cinta de Saldanha comprende a la perfección la época en la que se desarrolla y orienta la moraleja a una clara lección contra el bullying y la fidelidad a uno mismo, pues vivimos en una sociedad comandada por una imposición de roles de todo tipo, empezando por los de género. Olé, el viaje de Ferdinand, invita a poner una pausa en esta vorágine de expectativas y obligaciones para hablar de la tolerancia y la aceptación del otro sin mostrarse excesiva ni melodramática, porque, a fin de cuentas, no hay mejor manera de vivir.
Como en sus trabajos previos, el director consigue una animación en la que se aprovechan los aspectos culturales de un país para infundirle identidad y belleza estética. Tal vez lo único que desentona es el hecho de que muchos de los personajes que rodean a Ferdinand en su aventura fueron diseñados de tal manera que sus pelajes muestran textura –particularmente en el caso de los puercoespines, los caballos, y algunos otros toros–, mientras que el protagonista luce particularmente plastificado. No obstante, en general la animación es brillante y cálida por la vasta cantidad de personajes –humanos y animales– y lugares en los que se desarrolla la acción.
Pero sin duda una de las mayores fortalezas de la versión doblada es el trabajo de Mariana Treviño como la cabra –entrenadora de Ferdinand–, quien se hace una misma con su personaje y que, pese a ser uno secundario, se roba la película. Tanto por su calidad visual como por su discurso, era predecible que la nominaran al Globo de Oro como Mejor película Animada.