Miradas mexicanas en Sundance 2020
Como ya es una tradición, el Festival de Sundance fue seducido por miradas mexicanas que sorprendieron al público y la crítica con historias poderosas.
Hay algo muy conmovedor en entrar a una sala cinematográfica a muchos kilómetros de casa y descubrir que aquel cine que está muy cerquita de nuestras raíces y nuestros corazones. No sé si el frío está volviéndome más sensible –escribo esto a -10 grados centígrados–, pero siento que esta edición del Festival de Cine de Sundance ha estado cargada de una efervescencia latina –y particularmente mexicana– tremenda. Se percibe en las conversaciones en los autobuses, en el murmullo durante las salidas de los cines, en el llanto disimulado en la oscuridad de las salas –y vaya que el llanto ha estado presente en esta edición–.
Tras un sinfín de conversaciones con los mexicanos que andan por aquí –y algunos latinos que se acercaron a Salt Lake City desde distintos puntos de EE. UU.– queda la sensación de que las miradas mexicanas en Sundance 2020 lograron una especie de catarsis colectiva. Hay un dolor claro y latente que está siendo sublimado a través de las imágenes en movimiento. Ya sea que se trate de las grietas en una relación entre dos personas o de un duelo de dimensión nacional, las historias provenientes de nuestro país han llegado este año con una apuesta muy sólida y madura para poetizar este dolor e invitarnos a voltear a verlo.
Una de las primeras funciones del festival fue la del proyecto liderado por Ai Weiwei en colaboración con No Ficción. Vivos se trata de un documental que forma parte de una trayectoria artística que ha priorizado el tema de los derechos humanos y la justicia. La cinta hace un recuento de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, acertando al recurrir a voces que han sido clave en el desarrollo de las investigaciones y las protestas, como la de María Luisa Aguilar, quien fungió como productora consultora, facilitando un acercamiento muy íntimo con las familias de los desaparecidos.
En este filme vemos los rostros del dolor, de la búsqueda y de la incertidumbre. Esto, en conjunto con el magnetismo de una figura como lo es el artista y activista chino Ai Weiwei, se convierte en una propuesta visual plagada de cuadros inolvidables; en un llamado al no-olvido; un retrato del dolor y la urgencia de tantos miles de familias en México. Citando al director: con Vivos, «deberíamos preguntarnos ¿cómo podemos detener esta pesadilla descabellada?”.
En este mismo espectro se desarrolla el primer largometraje de Fernanda Valadez, Sin señas particulares, una ficción que sigue a Magdalena en la búsqueda de su hijo desaparecido. Esta cinta logra sumergirse en la angustiante travesía de esta mujer que es la de tantas madres en el país. El relato, que responde completamente al desasosiego de Magdalena –en una actuación tan contenida como poderosa de Mercedes Hernández–, es una especie de acercamiento extremo a las cifras que los noticiarios repiten una y otra vez. La directora reflexionó sobre esta labor durante un panel interesantísimo que hubo alrededor de la actualidad del cine mexicano, los mexicanos estamos en un proceso de reclamo por el derecho a contar nuestras propias historias y tomar sus riendas».
Sin señas particulares se convirtió en ganadora de los premios a Mejor guion original –compartido con la también cineasta y productora Astrid Rondero– así como del galardón del público en la sección World Cinema Dramatic. «Le dedicamos este premio a toda la gente que deja México en busca de un futuro mejor. A todos los que se pierden en el camino. A todos los que no dejan de buscar a sus seres amados», dijo Fernanda al recibir una de sus estatuillas.
Por otro lado, el anhelo se convierte en motor del movimiento de los personajes de Te llevo conmigo (Heidi Ewing): una fábula de amor en tiempos de crisis migratoria. Iván es un hombre que decide cruzar la frontera tras haber sido rechazado por su familia –su madre y su expareja, quienes le niegan ver a su hijo cuando descubren su nueva relación con otro hombre–. Esta suerte de viaje épico no se detiene al cruzar la frontera, sino que ahonda también en lo que sucede una vez que se ha alcanzado el American Dream.
La fotografía de Juan Pablo Ramírez logra manifestar la tensión generada por las distancias a las que parecen estar condenados los protagonistas. El elenco mexicano –liderado por Armando Espitia, Christian Vázquez, Michelle Rodríguez y Luis Alberti– encarna algunas de las infinitas caras que pueden tener los dreamers. Tener la oportunidad de ver esta cinta junto a personas cuyas historias de vida no distan demasiado de éstas ha sido una experiencia infinitamente emotiva. Más allá de cualquier mérito formal, se trata de un espacio de amor y reconocimiento, una pugna por visibilidad y reivindicación. Te llevo conmigo se hizo acreedora a los premios del público y a la innovación de la sección Next.
La película que más se aleja de estos hilos conductores es Blanco de verano, de Rodrigo Ruiz Patterson. La cinta que forma parte del programa de óperas primas del CCC se convierte en un relato cuasiautobiográfico nutrido por una colaboración muy cercana con los actores, el filme retrata el mundo de un niño de catorce años. Este mundo sólo es habitado por él y su madre, hasta el momento en que es invadido por la nueva pareja de ésta y las reglas a su interior se reconfiguran.
Rodrigo reflexiona en esta cinta sobre la indivisibilidad entre la violencia y el amor apoyándose en un cuidado extremo de lo que puede comunicarse a través de lo no dicho. En esta cinta fumar un cigarro, prender algo en fuego o pintar una pared condensan las posturas de los personajes frente al cambio en sus vidas. Es una cinta, como dice Sophie Alexander Katz –quien interpreta a la madre del protagonista– sobre convivir y amar desde la fractura. El director apuesta aquí por un «cine que se aproxima a los personajes sin juzgarlos, no una historia del bien contra el mal, sino del bien contra el bien», como dijo Patterson durante su paso por el festival.
Este año llegué a Sundance con una misión clara de vivir nuestro cine a la distancia y, casi al final del festival, puedo decir que esta decisión perfiló mi experiencia de maneras que no podría haber predicho. No es novedad que hay algo muy poderoso que ha venido sucediendo con el cine mexicano y poder verlo aquí, compartiendo butaca tanto con aquellos compañeros admirables que también están lejos de casa como con aquellos mexicanos y latinos que añoran diariamente sus lugares de origen, será para mí lo más trascendente de esta edición del festival. El cine es también aquello que sucede fuera de los límites de la pantalla.
Tras el triunfo histórico de Parásitos en el Óscar 2020, no cabe duda de que la Academia de Hollywood está cada vez más receptiva a reconocer y celebrar las distintas voces cinematográficas del mundo. Estas miradas mexicanas en Sundance, que escribieron, dirigieron o protagonizaron algunas de las cintas más galardonadas del año, son grandes ejemplos de la capacidad de las nuevas generaciones fílmicas de nuestro país. A todas ellas, lo único que les queda es esperar su turno para poder brillar. El éxito obtenido aquí es un buen augurio del gran futuro que les espera.