Me gusta, pero me asusta – Crítica
Con todo y sus buenas intenciones y su claro mensaje contrario a los prejuicios, el filme de Beto Gómez peca de algunas exageraciones, obviedades y clichés.
Con Me gusta pero me asusta, Beto Gómez, quien tomara por sorpresa a los mexicanos (tercer lugar en taquilla a su estreno en 2011) con su farsa desparpajada y de comedia al punto en Salvando al soldado Pérez, vuelve a presentarnos a personajes norteños –con botas, bigote, sombrero y acento marcado– pero que rehúyen del estereotipo clavado que se confeccionó durante la Época de Oro. No son los típicos machos a la conquista de una bella y necia doncella, ni talentosos cantores; más bien son nobles individuos de un “oscuro negocio” que parece contradecir su atento y modesto actuar. Parecen dulces pese a viajar en trocas pesadas, usar pistola y cargar sendos fajos de dinero.
Me gusta pero me asusta es una inusitada y atípica comedia romántica centrada en dos jóvenes de procedencias disímiles, una “chica bien” (Minnie West) y un bigotón (Alejandro Speitzer) que quiere escapar del negocio familiar pese a la presión de su padre (Joaquín Cosío). Brayan Rodríguez quiere recorrer su propio camino dentro del mundo culinario, pero se muestra temeroso a la reacción paterna, la de un fuerte hombre con aires al Padrino de Marlon Brando. El patriarca de una imponente hacienda trabaja desde una señorial oficina y está empecinado en que su hijo se convierta en un hombre hecho y derecho, y abandone su aniñado proceder.
Es así que Brayan y su séquito de mentores-guardaespaldas (entre los que se encuentra Héctor Kotsifakis) se dirigen a la Ciudad de México para expandir sus horizontes financieros y, al rentar su nuevo hogar, conocen a Claudita (West), una chica igualmente obligada por su padre a hacerse responsable de sus actos, poner en orden su vida y trabajar en el ámbito de las bienes raíces. Es justo por este impulso que su camino se entreteje con el del personaje de Speitzer, hacia quien siente atracción y miedo a la vez, pues bien podría ser el heredero de un emporio del terror.
Gómez crea un filme que recupera mucho del folclor nacional ya visto en su cine y que tiene muy buenas intenciones, pues habla sobre las apariencias y los prejuicios tras establecer un juego con el espectador a través del humor. Sin embargo, el filme peca de algunas obviedades, ya que desde los primeros minutos puede intuirse hacia dónde va la película, por lo que su giro más importante es menos sorpresivo de lo esperado. Asimismo, la película peca de algunas exageraciones situacionales –como confesiones amorosas y abruptas frente a testigos– y el limitado desarrollo de los personajes los acercan al cliché –está la chica “bien”, el joven “de buen corazón”, el amigo gay, la amiga parlanchina-gritona y los padres de mente cerrada–.
No obstante, Me gusta pero me asusta también tiene algunos destellos y entre las cosas más resaltables se encuentra el hecho de que tanto West como Speitzer fueron quienes propulsaron la realización de la película –son protagonistas y productores–, y la producción del filme es bastante detallada, pues contó principalmente con recursos privados. El filme se rodó en una gran hacienda cercana a Tulancingo, Hidalgo para crear la casa de la familia Rodríguez; además, los estrambóticos vestuarios de los protagonistas los distinguen de otros productos del cine nacional. Tiene pros y contras como el mismo título parece indicar.