Más allá de la montaña – Crítica
Este bien llevado drama humano se descarrila por la imperiosa necesidad hollywoodense de llevar a los personajes de Kate Winslet e Idris Elba a un puerto específico.
Kate Winslet no es una actriz de porcelana que se escude en los dobles de riesgo cuando las adversidades llegan a los rodajes o los proyectos son complicados. Tan es así que bromeó al decir que es LA persona indicada para filmar escenas en agua helada tras su experiencia en Titanic, pero todas las dificultades que vivió en la película de James Cameron palidecen ante lo que hizo para Más allá de la montaña, adaptación de la novela de Charles Martin, donde comparte estelar con otro connotado actor británico y quien en esta película es espléndidamente humano, Idris Elba.
Como Alex Martin, Winslet es una fotoperiodista de The Guardian que para llegar a su boda contrata junto con un neurocirujano (Elba) los servicios de una avioneta después de que los vuelos comerciales se cancelan a causa de una tormenta. Todo parece ir bien y aparentemente Ben llegará con su paciente, un niño de 10 años al que debe operar al día siguiente; sin embargo, la tranquilidad se interrumpe y la charla casual entre viajeros se transforma en gritos de alarma previo a que el transporte se estrelle en la blanquecina inmensidad de una nevada zona montañosa. Junto a un perro sobreviviente, heridos y con pocas provisiones, el par busca la forma de sobrevivir aunque las probabilidades de conseguirlo sean cercanas a cero.
Más allá de la montaña se filmó en Canadá, en la línea fronteriza entre Alberta y British Columbia. Actores y crew realmente estaban a 10 mil pies (3.05 kilómetros) de altura y a una temperatura de -38 grados centígrados, según ha explicado Winslet en diversas entrevistas. No obstante, pese a que en los planes estaba que su doble fuera quien en una escena “cayera” en un tanque de agua gélida, la ganadora del Oscar se empeñó en hacerlo ella misma, mientras Elba luchaba por rescatarla de la caída, lo cual también era un reto; debía cargar el peso de la “inconsciente” actriz y su ropa mojada. Por si fuera poco, en numerosas secuencias debían caminar a esa temperatura (algo que los personajes hacen recurrentemente en busca de civilización), lo que les hacía sentir como si el pecho les fuera a explotar.
Pero estas complejidades físicas no son lo único loable dentro de la producción de Hany Abu-Assad, ya que el trabajo emocional por el que transitaron los actores fue igualmente complejo. La cinta hace un retrato intimista y parsimonioso de la crisis a la que se enfrentan dos personas que tratan de sobrevivir pero que ven su meta como una realidad poco factible. Es una historia humana sobre estar en los linderos entre la vida y la muerte, la sobrevivencia y el congelamiento, la esperanza y la desazón; todos estos matices corroboran por qué este par de actores pertenecen a la crema y nata de la Meca del Cine. Además, los arcos de sus personajes son dignamente llevados pese a que hay un mal uso de la elipsis cinematográfica.
¿Por qué? Al tener a dos seres físicamente dañados (especialmente en el caso de Winslet, cuyo personaje apenas si puede caminar) es inverosímil la resolución de su trayecto, pues muchos momentos de peligro o en donde los obstáculos terrenales son mayúsculos no fueron incluidos en el filme. Mientras Alex y Ben se encuentran ante las inclemencias del tiempo, el filme avanza orgánicamente, pero hacia el desenlace se precipita como avalancha por la necesidad hollywoodense de conducirlos a un puerto específico, dándole al traste al bien dosificado suspenso y drama humano. De cualquier modo, hay suficientes elementos como para que Elba y Winslet tengan presencia en la temporada de premios por su contundente trabajo histriónico. Tener a una montaña y mal clima como antagonistas bien lo valen.