Love Me Not – Crítica
Una cinta que concede tanta importancia a sus símbolos que por momentos parece anteponerlos a la propia historia.
Las guerras contemporáneas han sido fuente de inspiración para numerosas películas, pero pocas tan desafiantes como Love Me Not, que se olvida de los viejos convencionalismos para decantarse por una ruta netamente simbólica cuyo fin último es un elaborado mensaje antibelicista. Para ello, el director Lluís Miñarro reinventa de lleno el mito de Salomé, con una soldado homónima y que es encomendada con la tarea de vigilar al prisionero Jokanaán acusado de terrorismo, cuando su verdadera peligrosidad radica en sus dotes de profeta.
Siguiendo esta misma premisa, el guion rescata otros personajes clave dentro de la historia bíblica, como la madre Herodías o el cruento coronel Antipas, quien emulando el papel de Herodes, cumple con una doble función al fungir como padrastro de la atormentada joven, así como su autoridad política y militar.
Estas actualizaciones permiten que el director se olvide de una historia cuyas bases narrativas están más que consolidadas y se concentre de lleno en la renovación de su simbología a partir de una mezcla iconográfica que deambula libremente entre el realismo y el surrealismo. El primer caso es fácil de identificar y digerir, como es el uniforme del prisionero que emula los vistos en las brutales imágenes de tortura en Abu Ghraib; el segundo es altamente complejo, pero sobre todo valiente, con imágenes inolvidables que no sólo desafían el orden artístico preestablecido en la industria cinematográfica, sino también el puritanismo propio de la sociedad contemporánea.
Es precisamente aquí donde radica la mayor riqueza de Love Me Not, pues su alta carga simbólica permite que, lo que en otro caso pudo ser un simple mensaje contra la guerra, termine abordando temas tan variados como la pérdida de la inocencia, el erotismo o la violencia implícita en la naturaleza humana. La labor del elenco encabezado por Ingrid García-Jonsson también es clave para que el proyecto pueda cumplir con esta tarea, pues todos se dejan llevar y hacen de la excentricidad algo natural. Finalmente, el buen trabajo de Santiago Racaj, quien bien merece ser considerado entre los grandes cinefotógrafos españoles tras su buen trabajo en Verano 1993 (2017) y La virgen de agosto (2019).
Esto no significa que la película esté exenta de pecados, como es la priorización del símbolo sobre la narrativa, un error que desemboca en absurdos tan extremos que terminan convirtiéndose en un distractor importante, lo que invariablemente atenta contra la historia y sus mensajes. A esto sumemos los excesos de un filme que persigue tan fervientemente la libertad que por momentos no sabe dónde parar en sus divagaciones, muchas de las cuales parecen innecesarias.
Una cinta transgresora, cuyas imperfecciones no restan importancia a sus temas ni potencia a sus imágenes, algunas de las cuales parecen destinadas a permanecer en el recuerdo de la audiencia por mucho, mucho tiempo.