Los chicos de la Nickel – Crítica de la película nominada al Óscar

Por su coraje, realización, o simple empatía con las vidas perdidas, el largometraje de RaMell Ross no merece el olvido.
Durante más de un siglo, el reformatorio Arthur G. Dozier School for Boys (también llamado Florida School for Boys) fue conocido por las brutalidades – de todo tipo – que ahí se ejercían contra las personas recluidas. Inspirado por aquellas historias jamás contadas, y los restos mortales hallados tras la clausura, Colson Whitehead escribió Los chicos de la Nickel, una novela (ahora convertida en película) que honra a quienes nunca pudieron alzar la voz. Con dos protagonistas ejemplares y peculiares decisiones técnicas, la adaptación comandada por RaMell Ross va más allá y hace énfasis en los jóvenes que, a pesar de su destino, buscaban motivos para sonreír.
Elwood Curtis es un joven negro que, tras ser acusado injustamente de un crimen, termina en la Nickel Academy. Dicho lugar es conocido por sus inhóspitas condiciones y la forma en que los guardias tratan a los reclusos. En un entorno dominado por la corrupción y los abusos, Elwood también conoce la amistad. Turner, otro joven más escéptico y callado, se convierte en su única compañía mientras esperan el horrible destino que les depara el día a día.

No importa cuántos relatos de crímenes raciales, barbarie contra minorías, o incluso amistad, hayan visto. Los chicos de la Nickel justifica, por más de una razón, su notable existencia. Por ser contada en primera persona, era necesario que todos los actores encajaran correctamente para provocar aún más emociones en el espectador. Ethan Herisse (Elwood) y Brandon Wilson (Turner) hacen un gran trabajo al sumergirnos, de todas las maneras posibles, en su obligado crecimiento. Son dos figuras diferentes en ideología, pero que comparten el mismo trauma y optan por sonreír incluso cuando no hay motivo para ello. En gran parte del metraje no vemos sus expresiones, sino lo que ellos perciben, y aun con esa “limitante”, el trabajo de voz y la réplica del otro crean el tono perfecto.
Aunque se le ignoró durante la temporada de premios, Aunjanue Ellis-Taylor brinda una interpretación dolorosa, pero necesaria. Como Hattie, la abuela de Elliot, nos deja ver todas esas vidas que durante años sólo han conocido dolor o represión, y aun así se mantienen firmes. Incluso sin una réplica visible, sus diálogos conmueven y desarrollan al personaje. Fred Hachinger, recientemente visto en Gladiador 2 y Kraven El Cazador, interpreta aquí a un empleado de Nicke. A pesar de su poco tiempo en pantalla, refleja la furia y mezquindad de quienes manejan el lugar.

El guion, escrito por Joslyn Barnes y el mismo RaMell Ross, es interesante por muchos motivos. Es cierto que en algunos momentos puede parecer confuso, o incluso que sus más de dos horas son perceptibles. Sin embargo, con el paso del tiempo se entiende que todo forma parte de un rompecabezas. Uno meticulosamente armado. La dupla pudo tomar un camino fácil a la hora de adaptar un material tan elogiado, pero en su lugar tenemos diálogos concisos, crudos, una narrativa no lineal y hasta juegos con la temporalidad. En papel podría sonar rebuscado, pero es evidente que Barnes y Ross crearon un texto muy fino que incluso se permite jugar con el factor sorpresa.
Los chicos de la Nickel tampoco tiene una puesta en escena tradicional. Sí, hay un diseño de producción que de inmediato nos pone en el contexto donde suceden los horrores, y también sonidos que hacen de Nickel un verdadero infierno, pero todo lo conocemos desde una cámara subjetiva. Dependiendo lo que se narra, somos “los ojos” de Elwood o Turner, pero todo tiene un sólido planteamiento para no caer en el morbo gratuito o en la explotación de la desgracia.
Incluso cuando se deja la cámara en primera persona, somos una compañía para el dolor de ambos. Hay cortes efectivos, perspectivas elegantes y algunos trucos muy enriquecedores para recordarnos hasta dónde se puede llegar en esta Academia. El uso de materiales de archivo, e incluso el trabajo sonoro permiten que la historia se cuente por completo. Por suerte, nunca se sienta limitada por la subjetividad. No se apuesta en pro de la escala, sino de la imaginación y los recuerdos, algo con mayores alcances.

Conforme Elwood y Turner cumplen su condena, Los chicos de la Nickel se convierte en una película más difícil de ver. La historia alcanza otros niveles de oscuridad, pero también aborda la resistencia al racismo sistémico, el paso de los años y un giro que, además de doloroso, hace encajar todas las piezas del guion. Son esos minutos finales donde se revelan las intenciones de los guionistas y el director. Nickel Boys no sólo confronta los eventos del pasado, también los usa para crear una ficción tan inteligente y válida en prácticamente cualquier época.
Por duro que suene, bien podríamos ver la perspectiva de millones de personas en una situación similar, y el impacto sería el mismo. Lejos de explotar las tragedias, y gracias a sus decisiones fortuitas, RaMell Ross se posiciona como un director al que vale la pena ver. Y, sobre todo, escuchar. En más de dos horas prioriza la humanidad, la amistad, y los lazos que nos llevan a buscar justicia en nombre de alguna causa. Por sus tintes experimentales, realización, e incluso por las vidas perdidas, es un título que no merece el olvido.
