La última locura de la señora Darling – Crítica
En La locura de la señora Darling, Catherine Deneuve y su hija Chiara Mastroianni interpretan a un par de mujeres soterradas por el dolor y la memoria.
Tanto el cine como el teatro –en su calidad de representaciones dramáticas– permiten que presente y pasado, vida y recuerdos, lucidez y demencia se desenvuelvan en un mismo momento y escenario. Que todo lo que fuimos, somos y seremos converja en un espacio-tiempo compartidos. En algún punto de La última locura de la señora Darling, la encomiable y legendaria actriz francesa Catherine Deneuve (Los paraguas de Cherburgo, El reencuentro) deambula entre la consciencia y la inconsciencia. Observa cómo vecinos “saquean” sus objetos personales en una venta de garage y, de pronto, la cámara se concentra en un pequeño desfile de niños vestidos de blanco. Ellos bajan las escaleras interiores, salen de su casa y recorren el jardín repleto de objetos y personas que hurgan, metafóricamente, en las memorias de la mujer.
En esta adaptación de Julie Bertuccelli de la novela Faith Bass Darling’s Last Garage Sale, escrita por Lynda Rutledge, Deneuve retoma su glamur y estatus de estrella para impregnar a la señora Darling de un aire de sofisticación depresiva envuelta en miserabilidad. En sus ojos se leen tristeza y soledad. Tuvo una familia, ahora desgarrada por la pérdida y la distancia, pero también tuvo una fortuna, la cual invirtió en una colección de autómatas, lámparas, pinturas, libros… que hicieron de su casa una obra de arte. Un museo latente. Sin embargo, un día despertó y decidió ponerlo todo a la venta.
Para la señora Claire Darling es un último grito de atención y auxilio, un pretexto para hacer volver a su hija Marie, aunque ni siquiera estar consciente de ello. Bertuccelli nos descubre su precaria relación a través de una edición donde presente y pasado se entremezclan cuando los personajes se topan con sus versiones y dolores pasados. Literalmente, se observan en su juventud y lozanía, en sus disputas, y reexaminan las heridas adquiridas en la batalla que es la vida. Todo ello a partir de una articulación visual donde la edición y la cámara empalman los momentos y nos conducen a través de intermitencias temporales, como nos ocurre a diario. Podemos estar en un sitio donde se pone en pausa su presente para transformarlo en aquello que fue, o hacernos revivir escenas en algún punto memorables.
Pero, sobre todo, La última locura de la señora Darling, con todo y sus toques fantásticos hiperbólicos, y sus transiciones entre realidad-alucinación, es un mausoleo de la memoria, y un culto al objeto. A aquellos que no sólo tienen valor por sí mismos, sino por el significado del que son dotados. Los analiza como símbolos, como recipiente de lo que fue, de ese lenguaje privado que se desarrolla entre personas, familias, y que, por ende, guarda más valor que el monetario, como bien apunta Patricio Pron en su novela Mañana tendremos otros nombres.
Incluso, La locura de la señora Darling resguarda un factor de metarealidad, la cual resignifica la puesta. Chiara Mastroianni –hija de Deneuve y el célebre actor italiano Marcelo Mastroianni– interpreta con el dolor a flor de piel a Marie Darling, la hija relegada de Claire, quien vuelve a una casa cimentada sobre aflicción para atender la insania de su madre. No obstante, ésta no es la primera vez que Chiaria actúa al lado de alguno de sus progenitores. Figuró con su padre en Tres vidas y una sola muerte (1996), y con su madre en otros seis títulos además de este filme, entre ellos la animada Persépolis (2007) y Por nosotros dos (1979), el título que lo inició todo y donde realizó un pequeño cameo. Gracias a la cálida y sentida interpretación de madre e hija, la intertextualidad de este drama alcanza nuevas dimensiones, muchas de ellas agridulces para unos personajes atrapados por el recuerdo.