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Cine

La montaña – Crítica

14-02-2020, 3:51:47 PM Por:
La montaña – Crítica

La montaña es una experiencia opresiva e inquietante de un autor que se rehúsa a jugar bajo las convenciones para complacer al espectador.

Cine PREMIERE: 3
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Durante la última década Rick Alverson se ha posicionado como una de las voces más intransigentes del cine independiente norteamericano. Sus películas, que a menudo siguen a personajes repulsivos y memorablemente siniestros, buscan abiertamente confrontar, incomodar y polarizar a los espectadores negándose a seguir las fórmulas preestablecidas. Con La montaña (The Mountain), el cineasta y músico oriundo de Virginia nos entrega su obra más ‘accesible’ hasta la fecha, un filme art house hipnótico y meticulosamente construido que denuncia la falsa utopía del Estados Unidos de los años 50, a través de la mirada de un hombre en camino a la enajenación metafórica y físicamente.

Estrenada como parte de la Sección Oficial del Festival de Cine de Venecia en 2018, La montaña sigue la historia de Andy (Tye Sheridan), un joven introvertido que ha tenido que vivir a la sombra de su estoico padre Frederick (Udo Kier), desde que confinaron a su madre a un hospital psiquiátrico. Cuando éste muere repentinamente, Andy recibe una oferta de trabajo como fotógrafo y asistente personal de un viejo amigo de la familia, el Dr. Wallace Fiennes (Jeff Goldblum), inspirado ligeramente en el Walter Jackson Freeman II, defensor de la psicocirugía y pionero de la lobotomía –técnica que implica una incisión en el lóbulo frontal para tratar los trastornos mentales–. El viaje lo llevará por los rincones menos iluminados del país, de asilo en asilo psiquiátrico, con la esperanza de hallar a su madre, presunta víctima de uno de esos procedimientos.

El quinto largometraje de Rick Alverson funciona como una crítica en clave lírica a la psique estadounidense de la época y las corruptas fundaciones del American way of life. La película hace eco de la retorcida violencia institucionalizada que ejercía un sector privilegiado contra los disidentes por interferir con su visión ideal de la sociedad. En este contexto, la lobotomía debía ayudar a las personas ‘enfermas’ a mitigar su sufrimiento, pero terminaron usándose indiscriminadamente en contra de quienes no encajaban en el modelo tradicional, no es sorpresa que la mayoría de los pacientes fuesen mujeres y hombres homosexuales. Pero con el pasar de las secuencias se vuelve imposible distinguir a las víctimas de las cirugías del Dr. Fiennes de las personas supuestamente ‘normales’. Todos terminan convertidos en autómatas apartados de la sociedad.

Aunque parezca paradójico, pese a su temática sombría, presentación minimalista, carencia notable de diálogos y la firme negativa del cineasta por llenar los espacios en blanco, La montaña es la entrada más convencional en toda su filmografía. Atrás parecen haber quedado los días de New Jerusalem (2011) o The Comedy (2013), Alverson da seguimiento a la evolución estética y a la apuesta por una narrativa más cercana a la estructura tradicional que inició con Entertainment (2015), transformándose en un autor que privilegia la construcción de símbolos y la creación de una atmósfera que orilla a los espectadores a experimentar las mismas sensaciones que sus personajes confrontan en pantalla.

Vemos la película a través de la óptica del personaje de Tye Sheridan, en su segunda colaboración consecutiva con Alverson y quien además fungió como productor ejecutivo de La montaña. El carismático intérprete de Ready Player One (2018) y la franquicia de X-Men, adopta la posición de un individuo extraviado en el mundo, a quien conocemos en un punto donde su visión ya está desprovista de esperanza y el futuro resulta incierto. Con cada lobotomía, Andy comienza a dudar de su propia sanidad y sólo encuentra consuelo en la figura de Susan (Hannah Gross), hija de un excéntrico francés interpretado por Denis Lavant, muy cercano a su Monsieur Merde en Holy Motors (2012).

El siempre magnético Jeff Godblum resulta una elección idónea para el papel de Wallace Fiennes. El veterano actor ha expresado en tiempos recientes su interés por el cine de autor y aquí brinda una interpretación magistral con giro de sobriedad a la clásica versión de ‘científico loco’ que le consagró en La mosca (1986) o las originales Jurassic Park (1993) y Día de la independencia (1996). Godblum conserva sus manerismos y excentricidad característicos, pero también resulta una presencia genuinamente escalofriante. Es un narcisista y manipulador de primera clase que cree de forma ferviente en su misión y es capaz de justificar los actos más inhumanos. Durante el desarrollo de la historia se vuelve claro que esa falsa utopía americana que simboliza el médico está a punto de derrumbarse al ser reemplazada, en este caso, por la medicina moderna.

Ese sentimiento de aislamiento y vacío es transferido al espectador. La montaña construye esa atmósfera opresiva y desconcertante gracias a la fotografía de Lorenzo Hagerman y el diseño de producción de Jacqueline Abrahams (La langosta). Alverson fue cautivado por el trabajo del cinefotógrafo mexicano en Heli (2013), por lo cual le contactó para trabajar juntos en Entertainment. Su segunda colaboración filmada en un formato de 4:3 es dominada por largos pasillos lúgubres en instalaciones psiquiátricas donde la gente espera pasivamente, o bien, se desarrollan acciones primordialmente estáticas. Los planos tienden a la simetría, los tonos grisáceos y una iluminación casi teatral que despojan del último resquicio de vida a la cinta. Incluso en la carretera o en los moteles donde se hospedan Andy y el Dr. Fiennes, su versión de EE. UU. luce desolada. El compositor Daniel Lopatin (Diamantes en bruto) y el diseñador de sonido Gene Park (Midsommar) aportan un paisaje sonoro con zumbidos y ecos persistentes como un dolor de cabeza perpetúo. En su conjunto, el filme cumple en proyectar la perspectiva en que Andy ve el mundo.

La montaña es la película más pulida técnica y narrativamente de un autor cuya sensibilidad artística se rehúsa a jugar bajo las convenciones del séptimo arte para complacer al gran público. Un filme opresivo e inquietante donde algunos encontrarán elementos de la obra de un visionario; mientras otros sólo hallarán tedio. Al final, Alverson consigue su cometido: su público también sufre los efectos de sentirse lobotomizado.

autor Jefe de redacción de Cine PREMIERE.
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