La maldición de Bly Manor – Crítica
El peso de los recuerdos y los pecados del pasado siguen siendo los principales protagonistas en el trabajo de Flanagan.
Poco a poco, Mike Flanagan ha ido dejando una huella dentro del género de terror. Así sea en películas como Oculus o El juego de Gerald, o en historias que necesitan mayor desarrollo a través de la televisión, como es el caso de La maldición de Hill House, su paso por el género ha sido notable. Ahora nos trae una nueva aproximación a una casa embrujada con la serie La maldición de Bly Manor, aquí nuestra crítica.
La voz que Flanagan tiene como creador de historias de horror está enfocada en el pesar del fantasma, en el dolor de la muerte, y en los pecados de los vivos y muertos por igual. El interés del realizador está en la forma en que todos cargamos a esos recuerdos/muertos sobre nuestros hombros. Estos ejemplos se pueden ver en pequeñas dosis en Ouija El origen del mal y más en las películas antes mencionadas, así como en Doctor Sueño, naturalmente.
El caso de la serie de La maldición de Bly Manor, al igual que la anterior temporada, es similar: en la historia tenemos una casa que parece embrujada y una familia que tiene extraños comportamientos. Flora y Miles son dos pequeños hermanos que sufrieron la muerte de sus padres y que ahora deben vivir bajo la tutela de diversas personas, comenzando por su tío Henry, pero quien nunca pisa la casa. Eso se lo deja al ama de llaves, Mrs. Grose, al chef y chofer Owen, a la jardinera Jamie y la nueva niñera Dani.
Lo primero que podemos notar en La maldición de Bly Manor es que Flanagan sigue apostando y confiando en el cast recurrente de sus otros títulos. Esto no es algo malo, pero sí podría resultar confuso para el espectador promedio que piense que está ante una secuela directa de Hill House. Pero fuera de eso, al igual que en su primera serie para Netflix, desde el primer episodio observamos fantasmas escondiéndose en el cuadro. Llegamos a verlos amenazantes, como una figura presente que no deja a nuestros protagonistas en paz, especialmente a Dani (Victoria Pedretti), quien logra una interpretación sumamente emotiva conforme avanzamos en la historia, hasta llegar a un último episodio desgarrador.
El pecado que carga Dani es uno enorme y que le es imposible sostener por sí misma. En la mansión, aquella memoria se vuelve más grande y definitivamente más presente a través de un misterioso fantasma con lentes redondos, iluminados en su totalidad, pero que está inmóvil, como una figura que no se irá de la mente de Dani.
La historia entonces comienza a jugar con el tiempo: entre pasado y presente vamos aprendiendo más y más de los personajes que habitan en la mansión. Esto es un plus para una serie que puede verse de corrido, pues es algo que muchos programas parecen no aprovechar. Flanagan y compañía utilizan estos brincos de tiempo a su favor e incorporan pausas entre los episodios enfocados en un personaje. Así, después de que un capítulo se enfoca en la historia del chofer y las razones por las que él abandonó la casa, el director deja esa narrativa con un cliffhanger y nos lleva hacia otro lugar y otro pasado para así mantener la tensión y el misterio hasta sus últimos minutos.
El episodio cinco, El altar de los muertos, es sin duda el más experimental pero no por ello el menos común. Mientras que en La maldición de Hill House tuvieron un episodio hecho en plano secuencia, aquí el reto fue repasar la misma escena desde diferente puntos, o más que nada, conociendo nueva información que se nos iba presentando.
Tomando como base e inspiración Otra vuelta de tuerca de Henry James, Flanagan dimensiona el peso y la carga de los espíritus en el mundo terrenal, lo que los arrastra y ancla en nuestro mundo. No humaniza la muerte sino al muerto, su dolor, su pesar y lo que el tiempo le hace al recuerdo mismo. Todo esto explorado y explotado en sus dos últimos episodios. Si bien estamos ante una serie de terror, La maldición de Bly Manor es principalmente un melancólico y nostálgico drama sobre los recuerdos que no nos dejan salir de nuestro dolor.