La casa del dragón: un ojo por un dragón – Crítica del Episodio 7
Un episodio lleno de navajas, sangre y cicatrices imborrables. La crónica de una muerte anunciada: la de la familia Targaryen.
El episodio 7 de La casa del dragón es probablemente el mejor hasta la fecha. Se percibe como unido a su antecesor y lo que tienen en común es la dirección de Miguel Sapochnick. Si bien en el anterior jugaba abiertamente con la tensión y los cotilleos en la corte, aquí reúne a todos los personajes en un funeral para construir una suerte de crónica de muerte anunciada. Un capítulo lleno de navajas afiladas, sangre y heridas que dejarán marcas imborrables. Cicatrices forjadas de rencores que cada vez nos llevan de camino a la descarnada y trágica danza de dragones.
Lo más atractivo de esta serie es que en el papel podría definirse como un drama telenovelero que se conduce por intrigas, y dimes y diretes familiares. Sin embargo, su configuración técnica y narrativa es lo que brilla en la pantalla domingo a domingo.
Daemon Targaryen (Matt Smith) regresó a Poniente para darle sepultura a su esposa. El funeral de Laena Velaryon es la oportunidad para que todos los personajes se encuentren en un solo lugar y presenten sus respetos. La reunión de una familia normal se traduciría quizás en un momento de unión. Pero la dinastía Targaryen es singular y los roces que se producen cada vez sacan chispas más peligrosas. El fuego es inevitable.
La primera mitad del capítulo es una proeza narrativa en sí misma. En el episodio anterior Sapochnick deleitó la vista con varios trucos de cámara y planos largos. Recursos que proveían al relato de un aura asfixiante y cansina que anunciaba la tensión que existía entre los personajes. En Driftmark el director recurre sobre todo al movimiento corporal, a las miradas silentes y a uno que otro diálogo contundente.
Todos los personajes se reúnen para despedir a Laena, pero nadie está particularmente contento de estar allí. No precisamente por el pesar de la despedida, sino porque todos contienen la respiración con terror de lo que pueda suceder y de lo que que se pueda romper de forma irreparable. La crónica que anuncia la muerte de una familia y una guerra que se percibe como inevitable.
Sapochnick dirige 20 minutos de tensión pura. Sus únicos aliados son encuadres calculados al milímetro para capturar las miradas de los personajes; una puesta en escena muy lograda que nos ayuda a comprender el espacio; y una iluminación de apariencia natural que tiene la intención de hacer de la escena un momento crepuscular definitivo. Conforme la luz se oculta los personajes también lo hacen. Se retiran a sus aposentos para escapar de lo que pareciera una desgracia inminente.
En medio de esta escena con pocos diálogos, los que existen son de vital importancia. No existe lugar para los consuelos y las palabras calmas. Para muestra el pequeño Lucerys (Harvey Sadler) consolando a sus primas con nada más que con su presencia y una mano extendida. El dolor que recorre a las tres personajes es recíproco, porque las niñas perdieron a su madre, pero saben que su primo también perdió a su padre verdadero en un incendio.
Aegon (Ty Tennant) es quien debería permanecer atento a todo lo que se desarrolla en la escena. Sin embargo, gasta su tiempo abusando del vino y dando un espectáculo lamentable. Su abuelo Otto Hightower (Rhys Ifans) le reprende y trata de inyectarle sensatez, pero es demasiado tarde, pues Aegon ha demostrado por mano propia que no es un jugador de temer en la contienda.
En cambio su hermano Aemond (Leo Ashton) da el salto. En la oscuridad de la noche se roba el dragón de la difunta. Nada menos que el dragón más grande vivo en aquel momento. El temerario adolescente se enfrenta a una bestia cuyas fauces son más grande que su misma estatura. Sin embargo, sale indemne y regresa al castillo con un arma poderosa para las guerras por venir.
Mientras esto sucede Dameon y Rhaenyra (Emma D’Arcy) forjan su unión en una playa desierta. Los dos personajes iniciaron en el juego con razones de peso y con mucha seguridad para enfrentar el futuro. No obstante, ahora están, perdidos, temerosos y rodeados de enemigos. Su consuelo carnal es la respuesta y también el desenlace de una tensión emocional entre ambos que duró años.
Las dos escenas transcurren en un oscuridad absoluta. Muchas quejas se pronunciaron ante la falta de luz en dichos momentos. Pero la decisión del cineasta y el director de fotografía Fabian Wagner es congruente con la narrativa del episodio. Al inicio hay poca luz, pero se oculta y jamás regresa porque este momento es definitivo para la caída de la casa Targaryen. Aquellos que han leído el libro escrito por George R. R. Martin saben que lo acontecido en Driftmark es considerado por los historiadores de Poniente como el verdadero inicio de la guerra.
Y es que a continuación se desencadena un conflicto entre los hijos y herederos del trono. El hurto del dragón no es tomado a bien por las hijas de Laena, y Aemond es sarcástico al respecto. Los golpes se desatan cuando Lucerys salta para defender a sus primas. Aemond toma una piedra, pero Lucerys es más definitivo con el uso una navaja.
Cuando Aemond pierde un ojo las tensiones entre las familias explotan. Su madre Alicent Hightower (Olivia Cooke) exige que el culpable también pague con la pérdida de su propio ojo. Rhaenyra considera ridícula su propuesta y además acusa a los hijos de la reina de haber profanado el nombre de sus hijos al sugerir que son bastardos.
Ya no hay vuelta atrás después de aquello. Sobre todo porque la reina Alicent en medio de la desesperación toma la navaja del rey y se dirige precipitadamente hacia Rhaenyra y sus hijos para realizar el trabajo por cuenta propia. El cara a cara entre las dos mujeres es un momento que jamás quedará olvidado en ninguno de los personajes. Aunque no es pronunciado, la guerra ya ha comenzado. Por ello que sigue son estrategias, nuevas alianzas, uniones matrimoniales y muertes maquilladas. El tablero es dispuesto con seriedad porque todos saben que el conflicto bélico será inevitable.
El episodio 7 de La casa del dragón es uno de los más decisivos y mejores hechos por la serie hasta el momento. Driftmark es ese tipo de episodio que lo tiene todo. Un avance significativo en el desarrollo de la historia, actuaciones de primer nivel que ayudan a que el dramatismo de todos los momentos no resulte en la comedia; una calidad técnica y narrativa que son propios de cualquier gran obra cinematográfica; y desde luego una estructura episódica natural de una serie de televisión que engancha al espectador una vez más para revistar el programa el domingo siguiente.
«Es un juego horrible el que estamos jugando», le dice Otto a su hija, pero «por primera vez vi en ti la determinación de ganarlo». Driftmark puede ser traducido de la misma manera. Ahora sí, todos los personajes están dispuestos a lanzar las cartas y tirar a ganar. Todos ellos pueden resultar victoriosos, pero nadie lo es más que el espectador, quien comprueba que este spin-off de una de las mejores series de la historia sigue en racha.
Los nuevos episodios llegan los domingos por la noche a HBO Max.